CULTURA
En la elección de un libro también se juega un destino
Por Silvia Hopenhayn
¿Por qué ir de vacaciones a lugares existentes? ¿No es posible aventurarse en lo invisible, llegar a sitios que no figuren en Google Earth, sin plataforma que nos ratifique que estamos en el camino correcto? Elegir un rumbo menos estipulado, sin atascos ni sobreprecios; libre de reservas y muchedumbre. Lugares solitarios que se visitan de a uno por vez, a pesar de que tantos los hayan frecuentado. Territorios de lo más inhóspitos de los que salimos ilesos, provisto de una aventura sin igual. O destinos cálidos y refrescantes, donde se nos revela el sentido más recóndito de nuestro mundo. Me refiero a la ficción. No hay paisaje que no cambie según quien lo imagine. Las mismas palabras no conducen a un mismo lugar. No son coordenadas fijas, más bien inducen a crear sendas transitadas por primera vez, bajo la huella del dedo que pasa la página. A cada cual su “Mancha”, siendo millones los lectores visitantes de la obra de Cervantes. No todos los Macondos se ven iguales, ni del país de las maravillas se deducen las mismas imágenes. Las novelas mutan según quién las explore, los rostros de los personajes se redefinen, la percepción de los ambientes se modifica. Cada lectura es un viaje diferente, aunque el texto que lo promueve parezca ser el mismo para todos.
En la elección de un libro también se juega un destino. No el de su protagonista, sino el nuestro. Dónde estaremos por unos cuantos días, más allá del entorno que nos supone presentes en tal o cual lugar.
Para ésta época suelen confeccionarse listas de los mejores libros del año o recomendados para el verano. ¿Pero se tiene en cuenta a dónde nos llevan esas lecturas? ¿No es una oportunidad de viajar, cuando hay pocas chances de llegar muy lejos?
Ítalo Calvino se propuso hallar ciudades probables de una humanidad en crisis. Se armó un cuaderno a modo de bitácora, sin otra brújula que la de su humor. “Durante un período se me ocurrían solo ciudades tristes, y en otro, sólo ciudades alegres, hubo un tiempo en que comparaba la ciudad con el cielo estrellado, en cambio en otro momento hablaba siempre de las basuras que se van extendiendo día a día fuera de las ciudades”, explicó Calvino en la Universidad de Columbia. Así fue creando su Guía de ciudades ficticias: las ciudades escondidas, las ciudades y los ojos, las ciudades y el cielo, las ciudades y el nombre, las ciudades y los intercambios. En tanto explorador literario, Calvino se propuso acercar parajes remotos inexistentes. Y se le ocurrió una forma: establecer un diálogo entre el legendario Kublia Kan, Emperador de los Tártaros, y uno de los más célebres viajeros: Marco Polo. El primero contaba con una vaga idea del estado de sus dominios, sin saber realmente si éste se descomponía o todavía conservaba su esplendor. Marco Polo, mediante gestos, saltos o gritos, y luego con minuciosa lengua le describía las tierras descubiertas (¡inventadas por Calvino!), ciudades suspendidas sobre un precipicio a base de cuerdas, inundadas de basura, flanqueadas por torres de aluminio, todas con nombre de mujeres: Diomira, Isadora, Zoe, Maurilia, Anastasia. La parte divertida de este libro de itinerancia utópica, sucede cuando el Gran kan le propone a Marco Polo invertir el juego: él describirá las ciudades y Marco Polo tendrá que verificar si realmente existen, apelando a un mapa de ciudades invisibles. Así, el atlas del Gran Kan cuenta con mapas de tierras prometidas visitadas con el pensamiento, pero todavía no descubiertas: la Nueva Atlántida, Icaria, Océana o Armonía. Como en casi toda la obra del escritor italiano, la nostalgia se combina con el pesimismo. “Las ciudades invisibles son un sueño que nace del corazón de las ciudades invivibles”, advierte en el prólogo.
Otro paisaje, más allá de las ciudades de Calvino, me atrajo para estas vacaciones. Una montaña vital, profunda, humanística (y somos varios los escaladores ya que amerita lectura compartida). El viaje es largo, como de mil páginas. “Hora tras hora, el espacio determina transformaciones interiores muy semejantes a las que provoca el tiempo creando olvido, desprendiendo a la persona de sus contingencias para transportarla a un estado de libertad inicial; incluso del pedante y el burgués hace de un solo golpe, una especie de vagabundo.” ¡Recomiendo este ascenso! Es novela empinada y reveladora: La montaña mágica, de Thomas Mann.
(PERFIL)
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