OPINIÓN
“El único ingreso que la señora tiene para subsistir es su jubilación”, declararon sus abogados, con cara larga, saco gris y tono dramático

Por Iván Nolazco
Según se sabe —y fue comentado con bombos, platillos y algún que otro violín de fondo— por los doctores que le manejan los papeles a la señora expresidente, también conocida como viuda condecorada, abogada sin título y jubilada de doble filo, la dama se halla en una situación de gravedad económica tan profunda que ni el caracol del fondo del mar le tiene envidia.
Resulta que, por culpa de un entuerto legal (que más que ley parece una venganza escrita por un contador con insomnio y resentimiento fiscal), la señora Cristina Fernández de Kirchner se quedó sin los dos sueldos que antes cobraba religiosamente, sin faltar un solo feriado ni fin de semana XXL. Uno era por haber sido presidenta dos veces, y el otro por haber enviudado con estilo presidencial. ¡Una pensión con moño, perfume francés y quizás algún guiño a Evita! Pero ahora le dijeron, con letra chica y tono burocrático, que no se puede tener dos haberes a la vez. Y ella, pobrecita, quedó con las manos más vacías que promesa de campaña.
“El único ingreso que la señora tiene para subsistir es su jubilación”, declararon sus abogados, con cara larga, saco gris y tono dramático, como si hubiesen descubierto que el café se toma sin azúcar o que el pan ahora viene sin miga. Claro que la jubilación en cuestión era de unos humildes 35 millones de pesos mensuales —más el plus austral que se otorga a los valientes que dicen vivir donde el viento te congela las ganas y el sol sale una vez por semana para marcar tarjeta—, pero ahora, ni eso.
Así, la señora, que en sus mejores días hacía la siesta sobre un colchón de millones, ahora dice que no puede subsistir. ¡Subsistir, señora! Esa palabra sagrada que usan los jubilados de verdad, los que hacen alquimia con la tarjeta SUBTE, estiran la leche con agua y cuentan los caramelos como si fueran billetes de dólar blue.
Mientras tanto, los jubilados comunes, los de carne, hueso y rodilla gastada, raspan la olla con fe, buscando un huesito con gusto a pollo y una lenteja rebelde que se salvó del remojo. Doña Cristina, por su parte, eleva un reclamo formal al ANSES —con membrete y todo— alegando que sufre una “inhibición” que le congela el alma, las cuentas y hasta el Wi-Fi. Afirma que es víctima de una injusticia colosal, una catástrofe previsional, como si el cosmos entero se hubiese complotado para dejarla sin su estipendio celestial. No le cortaron el gas, pero casi.
Y es acá donde la cosa se pone aún más poética: la señora, que alguna vez comandó los destinos de la patria desde un atril de mármol, con un bastón que parecía de mando pero a veces era de selfie, hoy se presenta como una simple pensionada en apuros. Una mártir previsional. Una Juana de Arco de la caja jubilatoria, condenada por la Ley 24.018 a arder simbólicamente en la hoguera de la austeridad.
Lo más lindo, sin dudas, es que mientras los jubilados de a pie —esos que hacen malabares con los $355.820 mensuales incluyendo el bono, los descuentos, la fe, y el yuyo para la presión—, ella asegura que no puede pagar ni el abono de Netflix sin sus más de 35 palos. ¡Ah, la palabra “subsistir”! En algunos bolsillos significa arroz con huevo y mate lavado; en otros, caviar sin champagne y Netflix en 4K.
En fin, no cabe duda de que el país está en crisis. Porque cuando una expresidenta millonaria no puede llegar a fin de mes sin sus privilegios, lo único que queda es hacerle una colecta. Quizás con un poquito de suerte, y algo de voluntad popular, logremos evitar que tenga que vender el helicóptero, el cuadro de Néstor o el último par de Louboutin. El drama es real, señoras y señores. La epopeya previsional de una aristocracia en retirada. Porque en esta Argentina del revés, hasta los millonarios lloran.
(Tribuna de Periodistas)
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