PENSAR DIFERENTE

OPINIÓN

Pensar distinto exige cierta valentía doméstica para revisar nuestras propias convicciones, reconocer zonas grises y sin dudas, admitir dudas




Por Marcelo Ortega

En un encuentro que empezó como un café y terminó, como suele ocurrir, en una especie de catarsis filosófica improvisada, Roberto Follari me lanzó una recomendación: “Tenés que leer a Diego Fusaro. Vas a ver que ahí hay una punta para pensar el disenso hoy”.

Lo dijo con ese tono suyo, mezcla de advertencia y desafío intelectual.

El libro en cuestión, Pensar diferente. Filosofía del disenso (Editorial Trotta, 2022), funciona como un pequeño manifiesto contra el pensamiento prefabricado de época. Fusaro recupera la tradición crítica para invitarnos a un gesto simple: atrevernos a pensar sin copiar el guion dominante.

Su premisa es que vivimos en una época que confunde pluralidad con ruido y pensamiento con reacción inmediata. Por eso, pensar diferente es urgente.

Fusaro advierte que el pluralismo actual es una ilusión. Muchas voces, pero todas moduladas dentro de los márgenes de lo aceptable.

El consenso se volvió una especie de algoritmo emocional que indica qué indignaciones son legítimas, qué certezas no deben discutirse y qué modos de pensar aseguran pertenencia en la tribu correcta. Frente a eso propone detenerse y desconfiar de la comodidad del pensamiento automático.

Política del karaoke

Lo que hablábamos con Follari no era un lamento nostálgico. No estábamos diciendo “antes se pensaba más”. Lo que discutíamos es el deterioro de las condiciones para pensar.

Pareciera que la conversación pública funciona bajo la lógica del karaoke: cada uno canta arriba de la pista que viene armada. El estribillo es el mismo, los tonos ya están definidos, y quien intenta improvisar una melodía nueva corre el riesgo de ser expulsado del escenario.

Hay que detenerse, hacer silencio, comparar, leer, dudar. La velocidad, como religión del presente, nos vuelve profundamente obedientes: repetimos más rápido de lo que comprendemos.

Pensar sin likes

Fusaro insiste en que la época celebra la diversidad como cool, pero se incomoda ante la diversidad de pensamiento.

La pluralidad es bienvenida… siempre y cuando no modifique demasiado el guion.

Por eso sostiene que pensar diferente es un deber democrático. Una tarea cotidiana a veces incómoda que no trae likes inmediatos ni garantiza pertenencia.

Pensar distinto exige cierta valentía doméstica para revisar nuestras propias convicciones, reconocer zonas grises y sin dudas, admitir dudas.

La incomodidad como virtud

Mientras conversábamos con Follari surgió una idea sencilla: pensar se volvió un acto excéntrico.

Pensar requiere tiempo y silencio, algo que hoy parece sospechoso.

Fusaro rescata otro concepto interesante: la ética del disenso.

No para llevar la contra, ni para convertirse en francotirador conceptual, sino para recordar que los consensos automáticos se parecen demasiado a la obediencia.

Ahí aparece la incomodidad y sin incomodidad no hay pensamiento.

La comodidad del “ya sabemos cómo son las cosas” es enemiga de la reflexión.

Rápidos y furiosos

Vivimos rodeados de ruido. No solo ruido sonoro: ruido mental, ruido emocional, ruido de interrupciones.

Abrir cualquier red social es exponerse a una avalancha de reacciones instantáneas y furiosas que no dejan tiempo para elaborar una idea propia.

Fusaro lo dice con ironía: “La inmediatez es el nuevo opio del pueblo”.

Puede sonar exagerado, pero ¿hay espacio real para el pensamiento?

El problema no es la tecnología.

El problema es el tiempo mental que queda después de reaccionar, responder, replicar, indignarnos.

Pensar requiere un silencio que ya casi no practicamos.

Pensamiento compartido

La lectura y la conversación que citamos, funcionan como pequeños ejercicios de resistencia intelectual.

No hay que coincidir en todo, no es la adhesión doctrinaria, es la habilitación del pensamiento.

Pensar es un acto de libertad. Y la libertad siempre causa un leve vértigo.

Sin fundar una academia del desacuerdo ni convertir cada charla en un combate conceptual, se trata de algo sencillo: recuperar el hábito de pensar, sin temor a disentir.

Si algo compartimos con Fusaro y Follari es la confianza (a veces terca, pero necesaria) en la inteligencia colectiva.

Incluso en tiempos egoístas y mezquinos (Páez dixit) la reflexión sigue siendo posible y simple:

Pensemos, aunque sea un rato.

Pensemos diferente, aunque incomode, aunque no coincidamos.

Tal vez ahí, en ese sutil ejercicio de disenso, esté escondida la cosa.

LOS ANDES




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