OPINIÓN
Los venezolanos ya dieron todo de sí. No les podemos pedir más

Por Hernán Iglesias Illa
Me emocioné un poco ayer con la entrega del Nobel de la Paz a María Corina Machado, que no estuvo presente pero que, en otro acto heroico, aventurero, de otro mundo, pudo escapar de Venezuela y estaba llegando anoche a Oslo para participar del resto de las celebraciones. Me emocionó el discurso de su hija, Ana, que incluyó un relato brutal sobre estas décadas (“…and then came the ruin, obscene corruption, absolute ruin”) y también el pedido del presidente del comité del Nobel para que Maduro acepte el resultado de las urnas y se vaya a su casa. Esto último no va a pasar, como ya comprobamos en este año y pico desde las elecciones, pero reconforta ver en todo el mundo que a la pobre María Corina, proscripta, perseguida, acorralada por un régimen brutal desde hace años, ya nadie la está pidiendo diálogo y consenso para lograr el retorno de la democracia en Venezuela.
Percibida hace un tiempo como demasiado halcona, demasiado intransigente, demasiado neoliberal, María Corina es ahora la que única que sigue en pie de un puñado de dirigentes opositores al chavismo que con el tiempo se acomodaron (Capriles) o los exiliaron (López) o se fueron difuminando (Guaidó). María Corina se quedó. No sólo en Venezuela, a pesar de los miles de problemas que le pusieron enfrente, el secuestro y asesinato de miembros de su equipo, el ataque constante de la propaganda oficial. Se quedó para ofrecerles a los venezolanos un último camino de salida posible, un último intento electoral hacia la democracia, la paz, algún atisbo de unión en un país colapsado económica y socialmente por un gobierno violento y autoritario pero también frívolo e incompetente. No es casualidad que quienes más quieren ser demócratas, liberales y capitalistas sean quienes más se juegan la vida para conseguirlo: venezolanos, ucranianos, israelíes.
La elección de 2024 en Venezuela es una de las operaciones pro-democracia más increíbles de los últimos años. Mientras los de afuera estábamos entregados a la coreografía falsa que proponía el régimen, convencidos de que el resultado oficial estaba cantado pero que no habría mucho que hacer al respecto, María Corina y su equipo montaron una operación logística, tecnológica y militante descomunal, que consiguió las actas de casi todas las mesas de votación del país y pudieron probar, más allá de toda duda, que Edmundo González había ganado cómodo las elecciones. No fue un acto simbólico. Alguno podría pensar que, dado que Maduro sigue en Miraflores, el operativo no sirvió para nada, pero sí tuvo una utilidad central: enterró para siempre la legitimidad democrática del chavismo, incluso entre muchos antes neutrales, los que no se animaban a decir “dictadura” o refunfuñaban argumentos sobre la derecha o el neoliberalismo. Quienes defienden hoy a Maduro, incluso quienes se muestran neutrales frente a su régimen, se han transformado en parias políticos, alejados del sentido común y de lo evidente. Ese paso sólo fue posible gracias a las actas recolectadas por María Corina. Sin esas actas todavía estaríamos en el viejo baile de que unos dicen A y otros dicen B. Con el Nobel, desde el anuncio pero sobre todo desde ayer, la causa venezolana da ahora un paso más hacia su globalización total.
Las actas del año pasado y los discursos de ayer en Oslo funcionan, por lo tanto, como la respuesta definitiva y final para quienes durante más de dos décadas o cayeron bajo el embrujo de la utopía chavista o, más tarde, buscaron hacer equilibrio entre los “problemas” del régimen y la maldad intrínseca de sus enemigos (Estados Unidos, las petroleras, la propia María Corina, etc.). Esa posición ya no existe más. Todavía no ha servido para indicar un camino de regreso a la paz y la democracia en Venezuela, pero sí ha servido para dejar atrás demasiados años de oportunismo, cinismo y acomodamientos. La posición de quienes venimos reclamando una condena generalizada al chavismo ha quedado vindicada y no hay momento en el cronograma de este cuarto de siglo –en 2004 Chávez ya tenía su corte suprema de 35 miembros– en el que un demócrata verdadero pueda decir “hasta acá estuvo bien acompañar”.
En cualquier caso, todo esto es el pasado y, aunque se sienta bien haber tenido razón y uno pueda emocionarse por el triunfo global de María Corina, que ahora tendrá una plataforma más alta para pasearse por Europa (o Washington) y terminar de aislar a Maduro, en algún momento hay que empezar a mirar hacia adelante. Como en los matrimonios y en tantas otras cosas, tener razón no sirve para nada. Pero esta vez algo se está moviendo: es tan clara la situación de tortura y represión que está sufriendo el pueblo venezolano, tan transparente es que Maduro jamás hará nada para entregar algo de poder, tan palmaria la catástrofe totalitaria, la expulsión de un cuarto de los venezolanos, que por primera vez empiezo a pensar que la solución, dado que desde adentro es imposible, puede estar afuera. Trump viene haciendo ruidos sobre el tema: hunde barquitos supuestamente narco en el Caribe, sube el termostato retórico, autoriza formalmente operaciones que todavía no ocurrieron. La balada del “regime change”, que tan mal salió en Irak o en Afganistán, y a la que tanto se opuso el propio Trump cuando apareció en política, hace una década, empieza a sonar en las radios de la geopolítica.
¿Qué debe pensar un verdadero demócrata liberal ante esta situación? Por un lado, uno está en contra de que se invadan países, aunque siempre ha habido excepciones a esta regla (no todas desastrosas). Si un gobierno masacra y aterroriza a su población, ¿no tiene derecho la comunidad internacional a intervenir? La respuesta en abstracto es que sí, pero siempre estás cosas terminan decidiéndose caso por caso y ya nadie sabe bien qué significa la “comunidad internacional”. Los argumentos a favor y en contra de una intervención militar liderada por Estados Unidos en Venezuela ya los dio Santiago García Vence en Seúl hace unos días , y no lo voy a dar mejor que él. Lo que sí quiero decir es que en las últimas semanas fui perdiendo mis dudas iniciales sobre qué opino sobre el tema. Puede salir mal, porque todo puede salir mal, pero no hay ya ningún argumento político o de ningún tipo para creer que la situación de Venezuela puede mejorar sin ayuda internacional. No hay un argumento moral válido para decirles a los venezolanos que sigan esperando. Los venezolanos ya lo dieron todo. María Corina ya dio todo. No les podemos pedir nada más.
Revista Seúl
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