LIDIAR CON EL OUTSIDER

OPINIÓN

Desde el 10 de diciembre de 2023, estamos gobernados por un outsider. Esto no es ni malo ni bueno, es una realidad que significa un cambio después de cuarenta años de democracia recuperada

Por Rafael González

Es común emplear anglicismos como outsider en la comunicación, cuyo significado en nuestra interpretación vernácula significa "independiente, sorpresa, recién llegado, alternativo o externo", entre otras opciones válidas en español para sustituir este anglicismo, que en ocasiones puede reemplazarse también por "intruso" o "advenedizo", en estos casos con una connotación negativa.

Sin dudas, estamos gobernados por un outsider desde el 10 de diciembre de 2023. Esto no es ni malo ni bueno, es una realidad que significa un cambio después de cuarenta años de democracia recuperada. Si admitimos que el presidente es un outsider en esos términos, lo es porque no proviene de ninguna corriente política tradicional con representación y raíz partidaria en todo el territorio nacional.

Esta realidad también expresa un fracaso de los partidos políticos tradicionales de Argentina. De derecha a izquierda y de izquierda a derecha, no han sabido construir un liderazgo que interprete el sentir mayoritario y, es más, han generado una grieta que dividió la sociedad y es esa grieta la que permitió el ingreso de un nuevo espacio ajeno a reglas, códigos, contactos y relaciones de la política tradicional.

La Argentina es un territorio dividido desde el punto de vista político institucional en 23 jurisdicciones subnacionales, las provincias, más una ciudad autónoma, Buenos Aires, que bien podría estar instalada en la Unión Europea y no desentonaría.

Esas jurisdicciones sí encontraron liderazgos abrevando en las fuentes de los partidos tradicionales y ello creó un desajuste en un país federal en la teoría y unitario en la práctica. La potestad del gobierno nacional de imponer su política económica y social dejó descolocados a los líderes subnacionales que, sin resguardos, se vieron obligados a resignar sus consignas, dogmas, historia y demás, en favor de su subsistencia, tratando de no ponerse colorados de vergüenza frente a la sumisión, la que en la práctica no es más que un acto de protección a sus gobernados.

La única verdad es la realidad, el reloj y el almanaque no tienen marcha atrás, ello implica que en cuatro años de gobierno tendremos una sociedad distinta. En ese escenario veo dos conductas, ninguna con futuro. Los que optaron por arriar banderas, darlas por caídas y sumarse a la nueva corriente filtrada por la grieta, y los que sin un atisbo de autocrítica insisten en pregonar una grandeza que ya no existe exhortando a volver a lo que fue rechazado.

La renovación que debe buscarse no es la de nombres, sino la de conductas. No hay rechazos definitivos. Hay que volver a las fuentes con humildad y pragmatismo.

Durante cuarenta años hemos vivido remendando. Es tiempo de buscar el molde del traje que nos quede bien y cortar la tela para vestirnos a medida de nuestras necesidades presentes. No se puede programar sin saber qué queremos, a qué apuntamos, porque las reformas institucionales que hacen falta son muchas y requieren consenso político. No se puede gobernar la sociedad a las patadas, dejemos de perder tiempo.

Diario NORTE




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