LA PRECARIZACIÓN TIENE DUEÑO

OPINIÓN

Una respuesta al peronismo


Por Iván Nolazco 

Cuando el Partido Justicialista difundió su carta titulada “Sí al trabajo, no a la precarización”, lo primero que pensé fue en ese viejo arte nacional de señalar incendios ajenos mientras todavía humean las propias cenizas bajo la alfombra. La política argentina escribe comunicados como quien redacta prólogos a medida: siempre indignados, siempre moralistas, siempre libres de culpa. La realidad, sin embargo, escribe distinto.

La carta peronista llega con la solemnidad de un inspector sorprendido por un incendio repentino. Pero ese incendio lleva décadas encendido. Los datos históricos, esos que no piden permiso ni filiación partidaria, muestran otra cosa: la precarización laboral en Argentina no nació ayer. Ni con un decreto actual. Ni con un gobierno puntual. Tiene un linaje mucho más profundo y, sobre todo, mucho más peronista de lo que su nueva narrativa admite.
Una memoria que no suele entrar en los comunicados

Cada vez que el peronismo denuncia el ajuste de otros, hay una parte del relato que queda discretamente en penumbras. Por ejemplo:

1975: El Rodrigazo

El salario real cayó 40 % en un año. La inflación subió 777 %. El derrumbe no fue importado desde Washington: fue producido en casa mediante decisiones de un gobierno peronista.

Los sindicatos millonarios

Mientras los trabajadores se ajustaban el cinturón, sus representantes ajustaban los bienes declarados. El obrero era tropa electoral; la dirigencia gremial, aristocracia económica.

Menemismo

Privatizaciones, despidos, flexibilización laboral. El desempleo tocó el 18 %. Fue un peronismo distinto, sí, pero peronismo, al fin y al cabo.

Y sin embargo, cuando hoy se habla de precarización, pareciera que la historia recién empieza.

El kirchnerismo: la épica con doble discurso

El kirchnerismo llevó el relato del “modelo productivo” a niveles casi artísticos. Pero mientras defendía la justicia social desde los atriles, la inflación trituraba el salario real año tras año. Mientras denunciaba al FMI, negociaba con el FMI. Mientras prometía crecimiento, las PyMES cerraban. Mientras hablaba de ética, estallaban casos de corrupción que pusieron precio, literal, al credo de la “década ganada”.

Hoy, desde esa misma tradición política, la precarización parece un fenómeno de laboratorio recién descubierto. Pero la precarización, en rigor, lleva décadas caminando con credencial partidaria.

El presente como espejo incómodo

No se trata de absolver al gobierno actual. Milei es un presidente con aciertos discutibles, ideas extremas y errores propios. Pero la honestidad intelectual exige reconocer que el abismo no empezó el 10 de diciembre de 2023.

El peronismo gobernó 28 de los últimos 40 años.

Administró la economía, moldeó el mercado laboral, consolidó el clientelismo, diseñó políticas inflacionarias y transformó al Estado en su propio ecosistema. La precarización que hoy denuncia es, en gran medida, la precarización que ayudó a construir.

La carta del PJ afirma: “No seremos el laboratorio de precarización del FMI”.

La historia responde: “Ya lo fueron. Y varias veces”.

El trabajador como escenografía

Lo más triste —y lo más argentino— es la distancia entre el discurso y la realidad. El trabajador ocupa un lugar central en los comunicados, pero rara vez ocupó un lugar central en las decisiones. Se lo invoca, se lo cita, se lo levanta como bandera; pero a la hora de definir políticas, se lo relega al rol de figurante.

La precarización no es solo un fenómeno económico: es también la repetida utilización del trabajador como escenografía partidaria.

El cierre que nadie quiere firmar

La precarización no nació con Milei.

No nació con Macri.

No nació con el FMI.

La precarización tiene dueño.

Tiene fecha.

Tiene autoría.

Y si tuviera un domicilio, no sería en Washington: sería en Matheu 130, sede del Partido Justicialista.

Allí se escribieron muchos de los capítulos de este derrumbe que hoy se pretende denunciar como si fuera novedad.

En Argentina, el peronismo se declara enemigo del caos cada vez que el caos lo deja afuera del poder. Y mientras tanto, el trabajador sigue allí: contando monedas, cambiando gobiernos y esperando —quizá con una mezcla de fe y resignación— que esta vez no lo usen de telón de fondo.

Porque, al final, los salvadores cambian de eslogan.

Pero los problemas, como siempre, conservan el mismo dueño.







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