INFORME SOBRE UN SUICIDIO

OPINIÓN

Un documento interno de Columbia admite lo que ya se sabía: en la élite académica estadounidense, los judíos son la única minoría que no merece protección

Por Osvaldo Bazán

Estaba en Israel en el momento del auge de la flotilla perroflauta de Greta y Barbie Gaza. Como habitual espectador de la televisión española, estaba convencido de que era «el» tema del mundo.

Todos los días, en todos los noticieros y las tertulias, el único tema internacional era la flotilla; conexiones en directo con los barquitos, entrevistas diarias a Ada Colau, exalcaldesa de Barcelona y una de las españolas embarcadas; el mapa del recorrido; no se hablaba de otra cosa.

Con eso en la cabeza, cuando llegué a Israel, supuse que iba a escuchar todo el tiempo lamentos judíos sobre la flotilla y cómo se arruinaba la imagen internacional del país y todo lo que esperaba de gente de la que siempre me dijeron que se la pasaban victimizándose.

¡Una desilusión!

Nadie hablaba de la flotilla y cuando expresamente pregunté por el tema se encogieron de hombros y le dieron la importancia que le doy al Martín Fierro de algo que seguramente entregaron anoche.

A nadie le importaba que unos cuantos narcisistas con síndrome de Eróstrato salieran de juerga por el Mediterráneo.

En ese momento Israel tenía casi 100 conciudadanos secuestrados todavía después de dos años de encierro en túneles donde eran torturados; nadie sabía cuánto más duraría el calvario, ni siquiera sabían si esos rehenes estarían vivos aún.

Pero nadie se lamentaba.

Vi determinación, vi la bronca de los opositores a Netanyahu, la inquietud de los familiares, la esperanza de unos cuantos. No vi indiferencia.

Y como no los vi quejarse me pregunté por qué todo el tiempo yo estaba quejándome, diciéndole a quien quisiera escuchar que ese minúsculo país atacado tenía derecho a defenderse, que vi los camiones entrando víveres a Gaza, que todo me parecía una enorme injusticia.

Me hice sionista sin ser judío y llegó un momento en que me cansé de mí mismo. Uno elige qué batallas dar y yo había elegido esta, pero uno se harta de uno mismo a veces.

O al menos, a mí me pasa.

Todo bien, mi corazón está con Israel, con Ucrania, con el pueblo venezolano, con los cubanos, pero tampoco tengo la obligación de ser el más israelí, el más ucraniano, el más venezolano, el más cubano.

Decidí entonces que no volvería a escribir sobre Israel por un tiempo, al menos en Seúl.

Que hay otros temas, otros mundos, otras aventuras.

Que sin ir más lejos ahí está la churrigueresca actualidad española con su menjunje de robo, putas y tocadas de culo (sic); que están las extraordinarias peripecias de ese ente denominado «chiquitapia», pero como no cazo un fulbo mejor no; que siempre nos quedará la música, claro.

Y así estaba el jueves, convencido de que no iba a hablar de Israel hasta que cayó en mis manos el informe de la Universidad de Columbia.

A ver, como diría la insigne mamacita entobillada: «Chicos, estamos en Harvard, esas cosas son para La Matanza».

Bueno, no es Harvard, es 320 kilómetros más allá, pero para el chiste vale.

La Universidad de Columbia ocupa el octavo puesto en el ranking académico de las universidades del mundo.

De allí salieron cinco padres fundadores de los Estados Unidos, 38 multimillonarios hoy vivos, 29 jefes de Estado entre ellos tres de Estados Unidos; 39 ganadores de los premios Oscar, 10 jueces de la Corte Suprema de Estados Unidos, 18 medallistas olímpicos, tres ganadores del premio Turing, 96 premios Nobel; es desde 2011 la institución con mayor cantidad de ganadores de ese premio.

De ahí salió la interfaz cerebro/computadora, el rayo láser, la resonancia magnética nuclear, la primera prueba de placas tectónicas, entre otros adelantos.

O sea, un templo del saber universal, una flecha del conocimiento, un faro, digamos.

No es exagerado, entonces, pensar la Universidad de Columbia, en el Morningside Heights de Nueva York, como una usina de pensamiento universal.

Por eso, cuando comencé a leer el « Report #4. The Classroom Experience at Columbia: Protecting the Academic Freedom of Faculty and Students. Task Force on Antisemitism. December 2025», supe que volvería a hablar de Israel.

Este es un informe encargado por la administración central de la Universidad al director de la Fuerza de Tarea y fue realizado por un grupo de profesores y administradores.

Querían saber si la universidad, ante la ola de antisemitismo, había podido defender la libertad académica que consideran piedra angular de la institución, porque según dicen «los miembros de nuestra comunidad deben tener la libertad de explorar ideas, incluso las que sean provocativas o incluso ofensivas. Esta libertad fundamental es esencial para nuestra misión académica. La libertad académica debe garantizarse a todos en Columbia, incluyendo a los miembros de clases protegidas (es decir, grupos protegidos por la ley antidiscriminatoria). En las sesiones de escucha, el grupo de trabajo sobre antisemitismo se enteró de incidentes inquietantes en los que la libertad académica de estudiantes judíos e israelíes de Columbia no fue protegida en las aulas de la Universidad».

Antes de empezar a contar los casos, recuerdan en el informe que ni la censura ni la discriminación tienen cabida en Columbia. Con lo que cuentan páginas más adelante —el informe tiene 100— deberían decir «ni la censura ni la discriminación deberían tener cabida en Columbia», porque lo que aparece es censura y discriminación de la peor.

Para empezar, reconocen que todos los profesores a tiempo completo con experiencia en historia, política, economía política y políticas públicas de Oriente Medio son explícitamente antisionistas.

Todos.

Explícitamente.

Por eso el informe recuerda que: «Para promover debates dinámicos que amplíen las fronteras del conocimiento, las universidades deben garantizar que las decisiones de contratación, admisión y calificación no fomenten la homogeneidad intelectual».

No, Columbia no los garantiza.

Por eso necesitaron hacer este informe.

Hubo una clase de un profesor israelí visitante —una de las poquísimas clases disponibles para estudiantes que no querían estudiar Oriente Medio sólo desde una perspectiva antisionista— que fue interrumpida por un grupo de manifestantes. No querían que se estudiara el sionismo sin condenarlo. El profesor invitado dijo después: «Para mis estudiantes judíos —y cabe destacar que no todos los estudiantes de la clase son judíos— esa intrusión, y la ola de protestas en el campus que simbolizó, pareció socavar su sentimiento de hogar en los Estados Unidos. El mero hecho de que alguien se atreviera a amenazar o acosar a un estudiante judío únicamente por lo que hace Israel les pareció un peligro fundamental para su futura existencia en su país, un acto antisemita con implicaciones para todos los judíos».

En una clase sobre defensa de derechos, una profesora —que el informe no identifica, como no identifica a ninguno de los estudiantes porque esa no es su función; su función es recoger los hechos para recomendar cómo tratarlos—, una profesora, decía, enseñó a sus alumnos que los relatos de violencia sexual por parte de Hamás en la masacre del 7 de octubre del 2023 fueron exagerados o inventados.

¿Se entiende?

En el centro del conocimiento universal, la élite de las élites aprende una mentira como verdad de la boca sagrada de un profesor. Ahí están las declaraciones de los rehenes, ahí los testigos que vieron cómo en la fiesta de Nova a las y los jóvenes los ataron a los árboles y los violaron y los quemaron, pero Columbia, una de las universidades más prestigiosas del mundo, dice que eso no ocurrió.

Ah, una universidad occidental, ojo.

Ante esto, el informe recuerda que: «El desequilibrio de poder entre profesores y estudiantes hace imperativo que una gran universidad evite discriminar o tratar injustamente a los estudiantes en entornos académicos debido a su identidad o sus opiniones. Las clases no deben desviarse de la exploración intelectual abierta hacia el adoctrinamiento, incluso, o especialmente».

Y, sí, lo dicen… dos años después de que ocurrieran los hechos.

Otro estudiante —judío, no israelí— relató que le dijeron: «Es una lástima que su gente haya sobrevivido para cometer un genocidio masivo».

Un profesor prestigioso de una de las universidades más prestigiosas de Occidente desde el púlpito le reprocha a un muchacho judío que algunos de sus antepasados hayan sobrevivido a los campos de concentración nazis porque —asegura sin ningún dato comprobable— Israel está cometiendo un genocidio. La familia judía de ese muchacho paga casi 100.000 dólares anuales para que les digan «¡qué macana que tus abuelos sobrevivieron!».

Otro estudiante, disgustado por la forma en que una profesora había enmarcado el conflicto en Oriente Medio, le envió un mail a la profesora. Al día siguiente fue a clase y tuvo que escuchar cómo la profesora leía en voz alta —sin su permiso, claro— ese correo electrónico que él consideraba privado y tuvo que soportar que desde la superioridad del cargo la profesora le contestara irónicamente línea por línea delante de los demás estudiantes.

Así las cosas, muchos estudiantes sentían que debían evitar identificarse como israelíes o judíos para evitar ser utilizados como chivos expiatorios.

Esto ocurrió; quizás por eso el informe dice ahora, dos años después: «El profesorado y el alumnado no deben ser penalizados por sus opiniones ni presionados para que se ajusten a las de otros. No deben existir criterios ideológicos para las lecturas asignadas en los programas de clase. La libertad académica protege tanto al alumnado como al profesorado. Los estudiantes no deben ser discriminados ni tratados injustamente en entornos académicos debido a su identidad u opiniones. La libertad académica no es, ni debe ser nunca, una licencia para discriminar. Debemos proteger la libertad académica de todos, no sólo de una parte de nuestra comunidad».

Bueno, no les salió.

Como para poder salir a estudiar al extranjero Israel exige a sus jóvenes que antes hagan el servicio militar (al que están obligados todos los israelíes judíos, no así los israelíes árabes que son el 21% de la población israelí, pavada de apartheid ), los estudiantes que llegan a la Columbia ya han pasado por las Fuerzas de Defensa Israelíes (FDI). Y sí, este dato es utilizado por los profesores para avergonzar a los jóvenes.

«Vos estuviste en las fuerzas militares israelíes, debés saber mucho de colonialismo de asentamientos, ¿qué opinas del asunto?», le preguntó con tono humillante un profesor a una alumna, convirtiéndola en objeto de bullying de sus compañeros.

Otro profesor dijo que las FDI eran un ejército de asesinos y señaló frente a la clase a otra estudiante diciendo que, dado que había participado en combate en esas fuerzas, debían llamarla «asesina».

En algunas clases sobre Oriente Medio es común la dura condena a Israel, a veces acompañada de declaraciones desinformadas. Por ejemplo, un estudiante contó que el profesor de una de esas clases les dijo a los estudiantes que Theodor Herzl, el fundador del sionismo moderno, era antisemita y que los judíos de origen europeo del este no son realmente judíos.

Según el informe: «Estas son, en el mejor de los casos, declaraciones tendenciosas muy controvertidas en la literatura académica, pero que no se presentaron a los estudiantes de esa manera. Las lecturas en clase generalmente no reflejaban toda la gama de escritos académicos sobre el sionismo, sólo material duramente antisionista. Muchos estudiantes judíos e israelíes informaron que, si quieren estudiar Oriente Medio en Columbia, actualmente no hay suficientes opciones que no traten al sionismo y a Israel como fundamentalmente ilegítimo».

Si todo esto es increíble, no lo es menos el hecho de que hasta ahora sólo comenté sucesos ocurridos en clases sobre política internacional, economía o más claramente sobre Oriente Medio, donde es entendible que estos temas salgan a la luz.

Son el objeto de estudio.

Pero el tema no termina ahí.

En cualquier clase los profesores se las ingeniaron para meter su odio contra Israel.

Por ejemplo, en astronomía.

Una clase introductoria sobre astronomía comenzó con una unidad sobre «Astronomía en Palestina», en la que, como se indica en el programa de la clase, «mientras observamos el genocidio que se desarrolla en Gaza, también es importante contar la historia de los palestinos, fuera de ser objeto de una ocupación militar».

En un ejercicio de vocabulario en una clase introductoria de árabe, el profesor propuso la frase: «El lobby sionista es el que más apoya a Joe Biden».

En una clase sobre feminismo, el profesor inauguró la primera sesión anunciando que habían pasado 100 días desde que Israel comenzó a librar la guerra contra Gaza.

La obsesión es tal que el desprecio a Israel es profundo en materias que nada tienen que ver con el tema. Dice el documento: «Recibimos informes similares, donde las duras condenas a Israel se convirtieron en un elemento central de las clases, de manera que sorprendieron a estudiantes judíos e israelíes en una clase de fotografía, una clase de arquitectura, una clase de gestión de organizaciones sin fines de lucro, una clase de cine, una clase de humanidades musicales y una clase de español. Incluso muchos estudiantes de posgrado se exhortan mutuamente a ‘enseñar por Palestina'».

En los cursos académicos de 2023/2024 varios profesores o bien animaron a los alumnos a faltar a clases para ir a protestas contra Israel o bien directamente suspendieron las clases para que los estudiantes concurrieran a las marchas o directamente trasladaron sus clases fuera del campus para que pudieran utilizarse como sesiones de organización política.

Hubo clases en campamentos de manifestantes en donde los carteles anunciaban: «Los sionistas no son bienvenidos».

Incluso un profesor declaró al New York Times , ante la falta de muchos estudiantes en su clase en un campamento, aun sabiendo que muchos alumnos eran israelíes: «Planeaba hacerlo lo más cómodo posible, pero creo que el ambiente en la clase no les favorecía, y esa podría ser la razón por la que no se presentaron».

El informe de la universidad recuerda que: «Las protecciones brindadas a los miembros negros, latinos, asiáticos, árabes, mujeres, LGBTQ+ y con discapacidad de nuestra comunidad deben aplicarse por igual a otras clases protegidas, incluyendo a los estudiantes judíos e israelíes».

No debe haber mejor prueba de antisemitismo que recordarle a una prestigiosa universidad occidental que, ya que protegen a todas las minorías, déle, protejan también a los judíos, qué les cuesta.

Básicamente, es la confesión de que eran atacados por el delito de ser judíos.

Y no sólo eso.

También es la confesión de que no eran defendidos.

La Universidad de Columbia tiene la Escuela de Salud Pública Mailman. En el curso introductorio obligatorio —que más de 400 nuevos estudiantes debían cursar— el profesor explicó a los estudiantes que tres de los principales donantes de la escuela, judíos, habían hecho sus donaciones con el objetivo de «blanquear dinero manchado de sangre». Se refirió a Israel como el «supuesto Israel». En un ejercicio, le pidió a los estudiantes que consideraran la posibilidad de que un hipotético «equipo de desarrollo esté preocupado de que trabajar en Palestina pueda desanimar a los ricos donantes estadounidenses que apoyan a Israel».

A este profesor lo entrevistó el Wall Street Journal y el tipo desestimó a quienes se habían quejado, calificándolos de «un puñado de estudiantes blancos privilegiados, que probablemente nunca se han enfrentado a un marco que los desafíe a pensar críticamente sobre los beneficios que obtuvieron del sistema de supremacía blanca, patriarcado y capitalismo» y agregó: «Entiendo que sea incómodo en el contexto de una clase obligatoria».

Menos mal que lo entiende. Igual, eso no hizo que se callara la boca.

Según el informe: «La Escuela Mailman no renovó el contrato del profesor —no era profesor titular—, pero no dijo nada oficialmente sobre su conducción de la clase ni dispuso que los estudiantes de este instructor conocieran otros puntos de vista en sus otras clases».

Esto ocurre en una universidad fundada en 1754.

Acá es donde los que mandan aprenden.

No se trata de un centro de estudios islámicos en Irán.

Es la octava universidad del mundo.

Es una casa del saber en la ciudad que es el centro del mundo occidental que —no casualmente— será dirigida dentro de poco por alguien que propuso globalizar la intifada.

No quería escribir otra vez sobre Israel, pero vuelvo a leer lo escrito hasta acá y creo que no, que no lo hice.

No escribí sobre Israel.

Escribí, simplemente, sobre un suicidio.

Revista Seúl


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