LAS MÁS GRAVES RESPONSABILIDADES DEL PERONISMO

OPINIÓN

¿Cuál es el camino para hacerse millonario?

Por Carlos Mira

Depende de los países.

Hay estructuras jurídicas que incentivan la mejora del nivel de vida en base al valor que le dan al emprendimiento, a la inventiva y a la innovación. Otros, que tienen pasados vinculados a jerarquías sociales y a estructuras piramidales, organizan esquemas legales en donde el emprendimiento y la creatividad no son recompensados de una manera que al menos los emprendedores entiendan justa, por lo que terminan convirtiéndose en países expulsores de talentos y en los se se fija una estructura de millonarios por herencia, es decir de personas que hoy tienen un buen pasar porque sus familias lo vienen teniendo por generaciones.

El capitalismo es una filosofía socioeconómica ideal para los primeros y a la que le cuesta “entrar” en los segundos.

Es cierto que frente a los logros incontrastables de la democracia liberal capitalista, los países de pasados piramidales han tenido que buscar alguna forma de adaptación en la que el abolengo venga a ser compatible con la democratización de la riqueza. Porque ¡atención! contrariamente a lo que por décadas nos hizo creer la prédica comunista, el capitalismo es el mecanismo más democrático que el hombre ha inventado desde el punto de vista económico y, en ese sentido, el más compatible con la conveniencia de los pobres.

Por eso es incomprensible la rabia (envidia, resentimiento, rencor… llámenlo como quieran) de los pobres contra los “ricos”, sin distinción ni aclaraciones.

Que en Europa se haya levantado toda una clase social contra las injusticias incalificables de la nobleza, uno puede entenderlo porque en la base de esas revoluciones anidaba también el sentido común de la democracia -más allá de estar en un territorio cuya tradición, creencias y costumbres estuvieran muy lejos de los palotes iniciales del gobierno del pueblo.

Pero que exista esa “rabia” contra personas que son millonarias porque se merecen ser millonarias (porque lo que inventaron, lo que crearon, aquello a lo que le dieron vida, es aceptado, consumido y demandado por millones de personas a quienes esos bienes y servicios le han facilitado la vida) no se puede entender.

La Argentina es, en este planteo teórico puro, un país, digamos, “mixto”. Si bien tiene una historia en donde la lucha por la igualdad se remonta a los momentos iniciales de la nación (Asamblea del año’13) y corona esa evolución con la sanción de una Constitución típica de las democracias liberales capitalistas, no hay duda de que también tiene componentes propios de sociedades piramidales y de abolengo, refractarias a la innovación y a la creatividad igualitarias.

Este choque de concepciones no ha sido totalmente resuelto hasta hoy y, como tal, sigue produciendo los cortocircuitos que vienen boicoteando el funcionamiento pleno del país.

La Argentina, como país, se parece a esos emigrados que, luego de un tiempo largo de vivir con otras costumbres y en otros contextos, regresan: al poco rato se dan cuenta de que no son “de aquí ni son de allá” -como diría Alberto Cortés-; no están cómodos en ningún lado. La Argentina es un país que vive con esa incomodidad: no termina de aceptar las reglas de la democracia económica y, claramente, ya no tiene de dónde agarrarse para sostener una sociedad piramidal.

Copió la base jurídica norteamericana en su Constitución del ´53 con la esperanza de reproducir el modelo social que tanto éxito les había dado a las antiguas 13 colonias inglesas en América. Pero culturalmente la sociedad había mamado durante tres siglos las costumbres de las sociedades estratificadas.

Las oleadas inmigratorias -atraídas por aquel llamador democrático que invitaba a los pobres del mundo a que vinieran a “hacerse la América” (tal como reza el pedestal de la Estatua de la Libertad)- parecía que empezaban a torcer definitivamente el rumbo hacia una concepción meritoria de la vida en donde los nuevos millonarios lo fueran porque se merecían serlo, porque – de nuevo- habían desarrollado bienes y servicios que la gente demandaba voluntariamente y por los cuales recibían una recompensa en dinero fruto de la monetización de sus ideas.

Pero llegó el peronismo para transmitir la idea de la “injusticia de la riqueza” y de la “rabia contra el millonario”.

A caballo, quizás, de las vigencias residuales de la sociedad estratificada -en la que, efectivamente, todavía podía verse la pretensión de petrificar un modelo en el que los ricos fueran ricos para siempre y los pobres debieran, como máximo, “ocupar su lugar” recibiendo una paga por servir a aquellos privilegiados (no pasemos por alto el hecho de que la mayor ideóloga del resentimiento peronista, Evita, había sido criada en Lobos, provincia de Buenos Aires, bajo el imperio de ese modelo social)- Perón explotó demagógicamente la idea de la “explotación” e instaló el concepto de que todo “rico” era un hijo de puta, sin distinguir al “rico” que quizás lo fuera porque disfrutaba de una riqueza que no había ganado sino que había heredado, del “rico” que lo era porque había creado un bien o un servicio demandado por sus conciudadanos que voluntariamente estaban dispuestos a pagar por él.

En ese sentido, es astuta la observación del economista Claudio Zuchovicky que cuenta que el 80% de los millonarios norteamericanos lo son porque han desarrollado una idea, un producto o un servicio útil para la sociedad, que la sociedad consume libremente y por el que está de acuerdo en pagar el precio que el producto o el servicio vale. Solo el 20% de los millonarios norteamericanos lo son por herencia.

En la Argentina esa proporción es exactamente inversa: el 80% de la riqueza es heredada, el 20% creada por innovadores. Con el paradójico agregado de sospechar que es muy probable que el movimiento que es tenido por el que vino a poner un poco de justicia social en un país injusto sea el responsable de haber abortado el proceso de transformación según el cual el país podría haber pasado de ser uno de cultura estratificada a uno de cultura demo-capitalista, es decir, un país en donde hubiera millonarios y ricos que se merecerían serlo.

Si ese proceso, aprovechando la cultura instalada por la Constitución del ´53, se hubiera completado, es posible que la ostensible “rabia” que uno nota en (al menos) algunos peronistas contra los ricos, contra los millonarios y contra la riqueza, no existiría.

Esta explicación, de ser cierta, multiplicaría al infinito la responsabilidad peronista en la debacle argentina. Una responsabilidad que superaría incluso el estrago económico de haber convertido un país, que se parecía mucho a uno desarrollado cuando el peronismo llegó, en uno claramente subdesarrollado hoy.

Está más que claro que luego de ese “error” de diagnóstico inicial, hubo vivos que aprovecharon toda la estructura de demagogia creada a partir del concepto de “justicia social” para, allí sí, generar una verdadera casta millonaria a la que ni siquiera se le puede atribuir la legitimidad de la herencia sino que hizo sus millones en base a un descarado robo público.

El país está frente a otra oportunidad para democratizar la riqueza, para darle plena vigencia a un orden jurídico que le dé la oportunidad igualitaria a todos de volverse millonarios a partir de su propia creatividad e innovación.

Lo adelanto desde ahora: ese orden jurídico igualitario (si tiene éxito) dará origen a una riqueza patrimonialmente desigual. Los dueños de las ideas geniales, los inventores, los innovadores, los emprendedores (e incluso probablemente los financistas que arriesguen su dinero confiando en ellos dándole los recursos monetarios que a los dueños de las ideas probablemente les falte) van a tener nominalmente más que aquellos a los que la naturaleza no dotó de aquellas genialidades. Pero el aluvión de abundancia que esos manás generarán, serán de tal magnitud que todos –aun los de menos luces- se beneficiarán.

Nunca voy a olvidar una reflexión de Matías Almeyda, cuando le preguntaron por su experiencia de vivir en San Francisco, California, entrenando a los Earthquakes. El “Pelado” dijo “con mi señora quedamos asombrados de ver cómo el jardinero podía vivir igual que un gran señor”.

Finalmente, si las sociedades logran superar la barrera envidiosa de la aspiración a una igualdad nominal de la riqueza, llegan a un estado muy parecido a la igualdad real: lo que se ve es que el jardinero vive más o menos igual que el gran señor.

La Argentina iba camino a eso a mediados del siglo XX. Pero, bueno, luego llegaron Perón y Evita y todo cambió: con el verso de la justicia social cortaron el proceso en el que el país estaba para convertirse en una sociedad naturalmente justa. Quisieron imponer la igualdad a los rebencazos y lo único que consiguieron fue encumbrar a una serie de ladrones al estrellato y hundir a sus pretendidos defendidos en una miseria de la que aún hoy no consiguen salir.

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