OPINIÓN
Cinco horas viendo cómo Pedro Sánchez evade preguntas en el Senado español y la envidia por controles democráticos inexistentes en Argentina
Por Osvaldo Bazán
Patitieso quedé.
Prendido cinco horas a lo que preguntaba un grupo de personas a alguien que no respondía, a diez mil kilómetros de casa.
La mezcla de sensaciones es tanta que me demoré en escribir este newsletter, porque no termino de decidirme qué decir al respecto.
Me causó gracia, bronca, decepción.
Me produjo ansiedad, aburrimiento y envidia.
En algunos momentos me reí y en otros, vieja costumbre de baby boomer, le grité a la pantalla (cambian las pantallas, los hábitos continúan).
Me desespera tener hobbies tan minoritarios; si fuera hincha de Racing, si siguiera el plot Wanda/Icardi/China/Vicuña/etc., si al menos me preocupara por si Lustó sí o no, tendría con quien charlar.
Pero resulta que la pasión de los últimos días la tengo puesta en la comparecencia del presidente Pedro Sánchez, del Partido Socialista Obrero Español, al Senado en su país.
Sí, hay gente para todo.
Soy parte de esa gente.
Como no tengo con quien hablar del asunto, lo hablo acá.
En el Senado español tiene mayoría el Partido Popular, el otro gran partido del país. Y tiene una atribución, que es la de crear comisiones de investigación sobre distintos temas. Hay ahora una comisión que investiga el Caso Koldo (pueden ver capítulos anteriores de este newsletter, porque la novela es larga).
Un simple cuadro sinóptico diría:
Koldo García: figura central investigada por cobrar comisiones millonarias por facilitar contratos de barbijos con varias administraciones públicas.
José Luis Ábalos (PSOE): exministro de Transportes y exsecretario de Organización del PSOE, y superior directo de Koldo García. Aunque Ábalos no está investigado penalmente por el caso de los barbijos, su estrecha relación con Koldo lo puso en el centro del escándalo político.
Santos Cerdán: exsecretario de Organización del PSOE y persona de máxima confianza de Pedro Sánchez durante años.
Ahora está preso, que es el camino que se supone seguirán muy pronto Ábalos y Koldo.
Ahora bien, ¿por qué lo llaman a Sánchez a declarar?
Porque todo ocurrió dentro de un ministerio de su Gobierno con personas muy cercanas a él.
Claro que viste cómo son esas juntadas: sale un tema, sale otro, que tu esposa Begoña Gómez está bajo investigación por dos o tres curros; que a tu hermano le inventaron un cargo ad hoc en Badajoz; que tu suegro tenía saunas donde se ejercía la prostitución y algo de esa plata recibiste; que en el partido pagaron sobresueldos en efectivo.
El tema que todavía no explotó pero que más preocupa es lo que se conoce como «El incidente Delcygate», la aparición una noche de Delcy Rodríguez, la vicepresidenta venezolana, en el aeropuerto de Barajas con algunas valijas (aeropuerto, visita venezolana, noche, valijas, ¿a qué me hace acordar?). La cosa no sería tan grave si no fuera que la Unión Europea había decidido que Delcy no podía pisar territorio europeo. Entre otros, quienes habían decidido eso, estaba el propio Sánchez.
El tema es que el presidente no puede negarse a ir y si no dice la verdad, le puede caber una pena de seis meses a un año.
Bueno, ahora que están en antecedentes de qué se trató, vamos a los hechos.
Y lo que se vio fue una competencia política en donde Pedro Sánchez intentó llevar su sonrisa socarrona a las pantallas de todos los noticieros. Calculador al milímetro, ya sabía de entrada que no iba a decir nada que lo comprometiera.
Dijo 18 veces «no me consta» o «no tengo constancia». Andá a decirle que mintió si no le consta… ahora tendrán que descubrir que sí, que le constaba.
Dijo once veces «no lo sé» o «desconozco».
Dijo siete veces «no recuerdo» o «no sabría decirle».
Claro que si pudo escaparse tanto es porque quienes lo interrogaban no fueron tan eficaces como él.
Además, Sánchez usó otros trucos porque evidentemente estaba muy bien asesorado. Él sabe que el resultado de la comparecencia se jugaría más en los medios y las redes que ahí dentro en el Senado. Por eso no se preocupó en lo que pasaba sino en qué se mostraba. Habló para afuera, no para adentro.
¿De qué van a hablar?
¿De corrupción?
Cambiemos la conversación.
Se mostró por primera vez con anteojos muy mononos, creando un efecto Clark Kent, una cosa es sin anteojos, otra con anteojos. Un bello intelectual defendiéndose con papeles y datos de unos viejos enojados feos con trajes mal hechos. El tema de los anteojos fue el tema de las redes, con todos los militantes dele tuitear, reforzado por el propio Sánchez que tuiteó un enlace de la óptica donde los compró, confirmando que eran unos anteojos vintage que tenía desde hacía unos cinco años. Un obvio «hablen de esto», compartido por las focas aplaudidoras de la televisión pública que parece haber aprendido mucho de nuestro por suerte olvidado 6,7,8.
Pero no se quedó con el numerito de los anteojos, el Pedrosánche.
Acostumbrado a la adulación de propios y propios, habiendo liquidado a la oposición interna y despreciado a la oposición externa, no está acostumbrado el buen hombre a que alguien le haga una pregunta. Una de las cosas que tiene este tipo de comparecencias es que al interrogado se le puede repreguntar, se le puede interrumpir, se le puede decir «eso que está contestando no es el tema, vuelva al tema».
No es el Pedrosánche —como no lo es ningún pichón de autócrata— la persona que puede soportar tamaña falta de respeto. Se lo veía incómodo pese a la risita, se lo veía con cara de «¿qué hace un muchacho como yo en un lugar como éste?».
Que una de sus primeras frases haya sido «¡Esto es un circo!» cuando aún no habían largado a los payasos, denota que lo traía pensado de la casa, que lo iba a decir, pasase lo que pasase.
La miríada de medios afines pagados con la pauta oficial ya tenían online la frase «¡Es un circo!». No hacía falta nada más. Así lo presentarían a su público, un público que está dispuesto a creer en su líder como los de la mamacita entobillada acá en Argentina.
Hay que reconocer que Pedrosánche la tuvo fácil.
Al no saber preguntar, los legisladores dejaban cuestiones muy abiertas, temas generales, apreciaciones propias. Muchos estaban más interesados en ganar tiempo de pantalla mostrándose aguerridos que siéndolo realmente.
Eso, claro, los opositores.
Porque los aliados (los exterroristas de ETA reconvertidos en el partido Bildu) exaguerridos militantes quejándose de que el pobre Pedrosánche estaba siendo perseguido políticamente; los grupos de izquierda representados por Sumar pusieron las manos en el fuego por la honestidad de Sánchez y los derechistas de Junts per Catalunya aprovecharon para tirarle besos y recibir besos, se necesitan.
Se han visto felpudos más dignos.
Todo el tiempo la estrategia de Sánchez fue lo que en España se conoce como «Y tú más», un «Ah, pero Macri» con gazpacho. Y como el Partido Popular tiene una historia de corrupción, tenía de dónde agarrarse. O sea, ponele que yo no soy muy limpio, pero por casa ¿cómo andamos? Y todo el día así.
Los interrogadores, tan interesados en escucharse a sí mismos, se perdieron la oportunidad de marcar la enorme cantidad de contradicciones del Pedrosánchez, por ejemplo cuando dijo que desconocía la prohibición europea de que Delcy Rodríguez pisase suelo europeo; prohibición que él había avalado en 2018 y el incidente ocurrió en 2020.
Nadie se lo marcó.
Tampoco le dijeron nada cuando, hablando del uso de prostitutas por su ministro (ya conté en newsletters anteriores que salieron a la luz escuchas en donde Koldo le dice a Ávalos que «la Carlota se enrolla que te cagas»), dijo que lo respetaba políticamente pero que no conocía «sus hábitos».
Nadie le dijo que hábito es mandarse una cucharada de dulce de leche después de cenar pero que pagar prostitutas con dinero público y acomodarlas en ministerios más que hábito es un delito.
No hubo nadie para decírselo.
Yo no sé cómo todos ustedes se perdieron ese show el jueves a la madrugada, ¿qué estaban haciendo?
La mejor interrogadora fue la senadora María del Mar Caballero Martínez, una señora muy enseñoreada en su trajecito sastre verde agua, del partido Unión del Pueblo Navarro que sí, le tiró con todo y fue clarita en pararle el carro cada vez que el Pedrosánche quería escaparse.
—Es que quiero dar contexto —decía él.
—El contexto lo tengo, diga sí o no— decía ella, toda trajecito sastre y bucles tipo Farrah Fawcett (googleen mocosos).
Hasta los lectores de este newsletter saben quiénes integran «la banda del Peugeot», ese auto utilitario con el que Sánchez recorrió España en las primarias y en el que iban Santos Cerdán, Koldo y Ábalos (un preso, dos imputados).
Cuando la Farrah Fawcett del Mercadona le preguntó por quienes iban en la banda del Peugeot (lo dijo de manera rara, pronuncian raros los españoles la palabra «Peugeot»), el Pedrosánche usó la sonrisa más cínica posible y dijo que «depende el día», que «miles de personas» pasaron por el Peugeot. La señora quería la confirmación de lo que todo España ya sabe: que en ese auto se cocinaron negocios y putas. No recorrés el país con tres amigos y no hablas de nada. Bueno, Sánchez dijo de cuerpito gentil que no sabía nada, que no vio nada, que de los «hábitos» de Ábalos no se enteró y que de Koldo sólo tuvo un conocimiento «anecdótico».
También aprovechó el Pedrosánche para sacar su rosario habitual de quejas a «la máquina del fango» y la «fachósfera», que vendrían a ser todos los medios que no están manejados por él.
Pero a diferencia de lo que puede pasar en Argentina, se levantaron algunas voces a decir «es una falta de respeto institucional».
Sí, a los españoles, aun en tiempos de Pedrosánche, el respeto institucional les parece algo valorable.
No sé qué dirían si estuvieran en un país como este en donde de un día para otro los diputados que votaste en un partido que se precia de institucional, se pasan a otro y chau picho, no importa, total me votaron.
Sí, quizás el resultado de la comparecencia en sí no haya sido muy revelador.
Sí, quizás los resultados en datos concretos no hayan sido buenos. Pero existió.
Y ahí viene la envidia.
Esa democracia cada vez más imperfecta que es la de España es enormemente más eficaz que la nuestra.
Acá no hay un mecanismo por el cual el presidente dé cuenta de sus actos, excepto, claro, la instancia final de juicio político.
Es cierto, allá es una democracia parlamentaria, acá no. Pero acá los funcionarios no están obligados a cumplir con las comisiones de control. Y las comisiones de control suelen ser tan truchas como los controlados. Acá el respeto institucional y todo eso ya se perdió hace mucho y a nadie le importó. La sociedad no ha pedido nada de eso en las últimas elecciones, digo yo que la miro de afuera porque adentro cansa.
En España el presidente dice que una comisión del Senado «es un circo» y cae mal. Acá los payasos ya dominan la pista, las bailarinas se agarran de las mechas, los malabaristas ni se preocupan porque se le caigan las pelotas y así terminan las pelotas, por el piso.
En fin, que tengo hobbies minoritarios.
Ver de madrugada las comparecencias españolas por televisión y pedir respeto institucional.
No tengo con quien hablar.
Revista Seúl

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