¿ESTO RECIÉN EMPIEZA?


OPINIÓN

Las elecciones del último domingo de octubre pasaron y las acrobacias de millones de argentinos para la subsistencia las convirtieron pronto en un hecho lejano y borroso

Por Sergio Schneider

Dos años después

El triunfo de Javier Milei dos semanas atrás repite -o continúa- cuestiones centrales vistas en 2023. Es la misma sorpresa vivida dos veces, aunque no hay que descartar que en realidad sean dos sorpresas diferentes. Encadenadas, eso sí.

Hay diferentes referencias que podrían tomarse para comparar un momento y otro, pero el hilo conductor más fuerte es, desde un punto de vista, la sociedad. La que en el ’23 decidió romper todas las opciones "racionales" y consagrar como presidente a un personaje alocado, de extrañas euforias, a esas alturas tan popular como desconocido en sus aspectos más personales. Milei era "el loco", un personaje casi plano, unidimensional, que lograba empatizar con el ciudadano no partidizado a partir de vociferar consignas que desde hace años se comparten en el transporte público, en las oficinas, en las conversaciones de las redes o del cara a cara. El hartazgo por la clase política, por el uso del Estado como bien personal o anexo partidario; la bronca por décadas de promesas y frustraciones; el derrumbe elocuente del sueño del "país próspero"; la ausencia de un mañana que incentive a caminar hacia él.

Esa conexión fue tan potente que en el balotaje seis de cada diez votantes le dieron a Milei su apoyo pese a ser el candidato que prometía un ajuste de gran escala y a que, enfrente, el postulante del kirchnerismo, Sergio Massa, desplegaba la buena nueva de una prosperidad casi inmediata que, además, no nos iba a costar nada.

Llegó, luego, la hora de chocar contra la realidad: el ajuste no era solo para "la casta", sino para todos, y se sentía de manera contundente en cada jornada. La factura de la fiesta no se emitió solamente para los que la gozaron, sino que se prorrateó entre todos nosotros. Milei no había dicho la verdad.

Despertar

Resultó que el nuevo presidente no solo contó cambiado el cuento de la motosierra, sino que además su cápsula de poder empezó a dar la impresión de no tener las instalaciones limpias. El escándalo $Libra, los audios de Spagnuolo sobre posibles coimas en la Agencia de Discapacidad, los vínculos del principal candidato liberatario en provincia de Buenos Aires con un operador narco, mellaron uno de los activos políticos más cotizados de la imagen mileísta: la presunta transparencia del proyecto LLA.

A la par, el logro más importante que podía exhibir la gestión, la reducción de la inflación anual superior al 200% dejada por Alberto Fernández y Cristina Kirchner, se volvió un tema pasado de moda. El acostumbramiento a índices más cercanos a lo razonable le restó mérito al cambio, al tiempo que sí fueron ganando visibilidad la recesión económica, la caída del empleo y el pobre nivel de los salarios.

En el terreno de lo político, el gobierno mostró una conmovedora vocación por la soledad. No contento con provocar la ruptura o el distanciamiento con figuras y sectores que le eran afines y hasta lo habían ayudado a sortear la inferioridad numérica en el Congreso, también consintió un internismo creciente, por momentos bizarro.

Con todo ese combo, más una oposición como la kirchnerista, que esmerilaba desde todos los frentes (el Parlamento, la calle, los gremios, las organizaciones sociales, los predicadores del helicopterismo en general), Milei parecía liquidado.

Para allá

Lo que había generado la sorpresa del ’23 parecía agotado. Milei daba la impresión de estar condenado a ser una nueva pausa entre una versión del peronismo y la siguiente. Hasta se comenzaba a evaluar seriamente la posibilidad de que su permanencia en el poder no sobreviviera mucho más allá del 10 de diciembre. Muchos gobernadores opositores, con sugestiva asiduidad, visitaban en su despacho del Senado a la vicepresidente Victoria Villarruel.

El 26 de octubre, sin embargo, todo lo que parecía ir para un lado resultó ir hacia el otro. Milei, el hombre que parecía enfilar hacia la agonía, volvió a sorprender. En realidad, no él. Sorprendió la ciudadanía, que a pesar de padecer la motosierra en carne propia, a pesar de ver que la blancura moral del oficialismo se salpicaba de barro, a pesar de una realidad por momentos asfixiante, decidió apostar a lo que luce más doloroso pero cree más verdadero. De nuevo se abstuvo de comprar la propuesta mágica del kirchnerismo, que intenta vender que la "voluntad política" puede ignorar a las leyes de la economía. Para una parte del peronismo, la Argentina hasta podría decidir, como acto soberano, que no se aplique la ley de gravedad en el territorio nacional.

¿Qué sigue?

Independientemente de si Milei realmente lleva al país por el camino correcto o hacia una nueva frustración histórica, la decisión de los argentinos (sin considerar sus posibles resultados en el futuro) fue un acto de madurez. Como el alcohólico que sabe que la salida no está en quien le promete más botellas, en octubre la mayor cantidad de votos fue para una receta que ofrece una única certeza: no es lo mismo quetuvimos en las últimas décadas. Saber que es diferente fue suficiente para apoyarlo en 2023 y sigue siéndolo hoy. Es tan grande el desastre provocado por lo anterior que lo actual, solo con ser distinto, hace ventaja.

Ese cambio rotundo en la mirada social sobre las ideas madre que se cruzan en el debate genera el interrogante acerca de qué hará la clase dirigente con este pronunciamento. Dos años atrás, sobre todo en el mundo K, no hubo autocrítica alguna. Se atribuyó la derrota histórica a los medios, la pandemia, Ucrania, los eclipses. ¿Y ahora?

Lo que está claro es que, en este punto de la historia, los argentinos ponen lo político en una cancha diferente a la de épocas anteriores. Hay nuevas varas para las propuestas y las promesas. Falta ver qué sucede en 2027, pero pareciera que en el país se volvió marginal el espacio reservado para los que dicen tener una lámpara de la que, cuando se la frota, sale un genio que se ocupa de la inflación, el dólar, los niveles de actividad, el crecimiento, la productividad y el desarrollo.

La oposición, y sobre todo el peronismo, deberían regresar a tierra. Actualizar lo que tienen para ofrecerle a la sociedad en el siglo XXI, asumir que los 70’s no son el futuro sino el pasado, entender que conceptos básicos de su ideario, como el de la justicia social, hoy demandan una defensa acorde a los tiempos que corren y al mundo en el que estamos.

Si la madurez mostrada por la población logra algún grado de contagio sobre quienes nos dirigen, las próximas elecciones podrían ser el inicio cierto de una etapa nueva. Un país en el que gane quien gane, las reglas no cambien dramáticamente de un momento a otro ni todas las cosas vuelvan a cero. Quizás esto recién empieza.

Diario NORTE




Comentarios