OPINIÓN
Sun Tzu: “La mayor victoria es vencer sin combatir”

Por Santiago Silberman
La expresión “batalla cultural” nos anticipa el tono del intercambio: propone un combate más que un diálogo, donde la lógica que domina es la del enemigo y la conquista. Quien convoca una batalla no busca comprender, sino vencer; en ese marco, la verdad deja de ser un horizonte compartido y pasa a convertirse en un botín.
Sun Tzu escribió en El arte de la guerra: “Coloca a tus tropas en terreno mortal y vivirán […] Cuando los hombres se ven en peligro extremo, no hay nada que no hagan para salvarse”. Las situaciones límite despiertan una energía poderosa que la calma adormece. En política ocurre algo parecido: el miedo y la ira anulan la reflexión, pero movilizan la acción.
La batalla cultural ya no se libra en el campo de las ideas, como ocurría en la Atenas clásica o en el Senado romano, donde las diferencias encontraban cauce en la palabra. Hoy se disputa en el terreno de los afectos, con un debate público que no busca persuadir sino vencer emocionalmente al otro. La discusión se volvió un espectáculo de pasiones: cuanto más furia, mayor visibilidad.
Uno de los ejemplos más claros lo vemos con el concepto del “mérito”. Lo que podría ser una conversación sobre modelos sociales se transformó en un campo de batalla moral: de un lado, quienes sostienen que todo lo que tienen se lo ganaron con esfuerzo y que no deben compartirlo con los que “no hicieron lo suficiente”; del otro, los que recuerdan que nadie se hace solo y que hablar de mérito sin considerar el punto de partida es una forma elegante de justificar privilegios.
En apariencia se trata de una discusión racional, pero en el fondo es emocional. Lo que está en juego no es una teoría sobre la justicia, sino la necesidad de sostener cierto orden afectivo: orgullo de un lado, resentimiento del otro. En ambos casos, la idea del mérito funciona para calmar cierta angustia. Por eso, el psicoanálisis no discute si el mérito es verdadero o falso, sino que se pregunta qué necesidad hay detrás de esa palabra y qué deseo se pone en juego cuando alguien dice: “me lo gané”, “me merezco otra cosa” o “no me lo dieron”.
Las redes sociales amplifican esta lógica: el algoritmo premia la intensidad, no la reflexión. Cuanto más fuerte es la emoción, más lejos llega el mensaje. Así se alimenta una maquinaria que prefiere la reacción al pensamiento, el grito al argumento. El disenso se vuelve intolerable, el matiz desaparece y la duda –ese espacio donde puede nacer algo nuevo– queda vacía.
Freud decía que la civilización empezó cuando el hombre respondió a una flecha con una palabra. Hoy parece que vamos en sentido contrario: reemplazamos la palabra por la descarga emocional.
Considero que la verdadera batalla no es cultural ni política, sino interna: entre el deseo de entender y la necesidad de tener razón. Entre sostener la falta o llenarla con certezas que solo confirman lo que ya creemos. Como escribió Sun Tzu, “la mayor victoria es vencer sin combatir”. Quizás, en tiempos de tanto ruido, el verdadero logro sea que todavía exista la posibilidad de discutir sin destruir.
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