BOLIVIA: EL CUERPO QUE DESPIERTA

OPINIÓN

Entre las ruinas morales del pasado y las promesas inciertas del porvenir, Bolivia ha decidido volver a respirar

Por Iván Nolazco 

“¿Qué queda del cuerpo cuando lo dejan de nombrar?” —Han Kang, Human Acts

Entre las ruinas morales del pasado y las promesas inciertas del porvenir, Bolivia ha decidido volver a respirar.

La elección de Rodrigo Paz, un político moderado y reformista, marca el fin de una era dominada por el mito revolucionario y el inicio de una búsqueda interior: reconciliar el cuerpo político con la dignidad perdida.

El eco después del grito

En Human Acts, Han Kang nos obliga a mirar el cuerpo después del grito. No el instante de la violencia, sino el eco que queda cuando la multitud se dispersa y las voces se apagan.

Corea del Sur, en su novela, es una herida que respira; una nación que busca sentido entre cadáveres apilados y sueños mutilados. No hay héroes, solo sobrevivientes que intentan dar forma al dolor con palabras, como si el lenguaje fuera la última trinchera del alma.

Bolivia, en estos días, se encuentra en una escena parecida: no por la sangre, sino por el silencio posterior a la tormenta.

Después de casi dos décadas de hegemonía política y de promesas convertidas en rutina, el país ha elegido un nuevo rumbo.

Rodrigo Paz, un dirigente de centro con visión pro-mercado, asume el poder sobre una nación fatigada de consignas y saturada de símbolos.

En ese acto —tan sencillo y tan monumental como depositar un voto—, Bolivia ha hecho algo profundamente humano: ha querido comenzar de nuevo.

El país que carga su memoria

“¿Qué queda de una nación cuando la esperanza se convierte en costumbre?”

Durante años, el relato político dominante prometió emancipación y justicia social. El Estado se expandió, los símbolos indígenas ocuparon el centro de la escena, y la voz de los marginados resonó en los balcones del poder.

Pero con el tiempo, el discurso se volvió liturgia y la revolución, un protocolo.

El cuerpo colectivo —el pueblo— empezó a sentirse pesado, cansado, confundido entre la fe y la desilusión.

En Human Acts, los cuerpos de los jóvenes de Gwangju son ocultados, negados, convertidos en cifras. En Bolivia, el cuerpo social también fue administrado: estadísticas, bonos, subsidios, slogans.

El Estado se volvió un contador de pieles, no un sanador de almas.

Las cifras crecían, pero la dignidad se desgastaba.

El nuevo gobierno llega a una tierra de contradicciones: una identidad fortalecida y una economía quebradiza; un orgullo nacional herido por la corrupción y una fe institucional debilitada.

Como narra Han Kang, la herida no es solo política: es existencial.

El acto de recordar

En Bolivia, la memoria no es un archivo: es un cuerpo vivo.

Los años de Evo Morales —con sus luces y sombras— dejaron huella indeleble: la visibilidad indígena, la redistribución de la renta, la afirmación soberana.

Pero también revelaron su reverso: la corrupción enquistada, el clientelismo sistémico y un poder que se perpetuó bajo el disfraz de redención.

El Estado que se proclamó del pueblo terminó sirviendo a una casta burocrática.

Ministerios convertidos en feudos, fortunas súbitas y una justicia amaestrada.

La revolución se transformó en negocio, y la moral pública en mercancía.

El nuevo ciclo político no podrá comenzar si no reconoce ese desgaste moral.

No se trata de borrar al MAS (Movimiento al Socialismo), sino de aprender de su ruina ética.

Porque la justicia social sin transparencia se pudre, y la inclusión sin ética se convierte en farsa.

Los cuerpos que resisten

Uno de los pasajes más duros de Human Acts describe los cuerpos de los jóvenes cubiertos con mantas y los familiares que caminan entre ellos buscando a los suyos.

En Bolivia, los cuerpos no están muertos, pero sí agotados: trabajadores informales, maestros rurales, mineros envejecidos, jóvenes migrantes que cruzan fronteras para sobrevivir.

La política, cuando se desconecta del cuerpo, se vuelve abstracción.

El nuevo gobierno tiene ante sí un reto esencial: reencarnar la política.

No bastará con tecnocracia ni con reformas administrativas.

El socialismo sin alma ya fracasó; el mercado sin empatía también.

La democracia necesita carne y sangre. Necesita que el ciudadano vuelva a sentir que el poder le pertenece.

Bolivia no votó por una ideología: votó por alivio, por una tregua emocional, por la posibilidad de confiar otra vez.

Las palabras que pueden curar

Han Kang muestra que la escritura puede sanar.

En Bolivia, el país necesita un nuevo relato.

Durante años, la épica del “pueblo contra el imperio” dominó el imaginario político, pero esa épica se agotó.

Hoy, el desafío es construir una historia sin enemigos, sin villanos, sin falsos redentores.

El nuevo presidente, moderado y heredero de una oposición civilizada, representa ese intento de reconciliación: eficiencia con sensibilidad, mercado con justicia, crecimiento con redistribución.

Un centro reformista, de poncho y Excel, que reconozca que los pobres también desean modernidad y los empresarios también pueden ser patriotas.

Han Kang diría que las palabras deben volver a significar.

En Bolivia, “progreso”, “trabajo”, “unidad” y “ética” deben recuperar su peso moral.

Sin lenguaje, no hay país.

La fe en lo invisible

Bolivia, país de sincretismos y mitos, conoce lo invisible: los achachilas, la Pachamama, los espíritus del Titicaca, los muertos que acompañan la siembra.

La política olvidó esa sabiduría: se volvió cálculo, presupuesto, consigna.

El retorno de un liderazgo moderado podría —si no se extravía— reconciliar el alma política con el alma ancestral.

Un Estado que escuche, que no humille, que combine el dato con el mito.

El progreso no está solo en las rutas asfaltadas, sino también en los caminos de confianza entre pueblos y regiones.

El cuerpo político como territorio

Si Human Acts es una cartografía del dolor, Bolivia es hoy una cartografía de la esperanza contenida.

El altiplano, el oriente, el sur: fragmentos de un mismo cuerpo que late bajo cicatrices distintas.

El país parece dividido, pero en el fondo busca algo común: estabilidad.

Han Kang nos recuerda que todo cuerpo, aunque herido, desea moverse.

Bolivia también: volver a moverse sin que duela tanto.

Por eso, la victoria del nuevo gobierno no es solo electoral: es terapéutica.

Los fantasmas del porvenir

Toda esperanza lleva su sombra.

El silencio posterior a la violencia —enseña Han Kang— también es una forma de crimen.

Bolivia deberá evitar el silencio complaciente: callar los abusos del pasado, maquillar la corrupción con tecnicismos o sustituir la autocrítica por protocolo.

La democracia no se cura sola.

Necesita vigilancia cívica, participación crítica y oposición responsable.

El peligro del nuevo orden será creer que la moderación basta.

Pero sin justicia social, la paz se oxida; sin ética pública, la estabilidad se pudre.

El acto humano

Bolivia, como los personajes de Human Acts, despierta entre ruinas morales y materiales, buscando sentido.

El voto, ese gesto aparentemente banal, fue su manera de decir: “Todavía estamos aquí.”

Han Kang escribió sobre la dignidad que persiste incluso en la muerte; Bolivia escribe ahora sobre la dignidad que resiste incluso después de la decepción.

Cada urna fue un espejo, cada ciudadano un narrador.

Y el relato colectivo que comienza no es de triunfo ni de derrota, sino de madurez.

Una democracia madura no es la que no se equivoca, sino la que se atreve a corregirse.

Bolivia no ha elegido solo un presidente. Ha elegido volver a respirar.

Porque entre tanta consigna gastada y tanto ruido ideológico, recuperar el aire propio es el acto más subversivo que le queda a un pueblo.

Respirar, en este tiempo de asfixias políticas y discursos repetidos, no es un gesto biológico: es una forma de dignidad.

Es decirle al poder —con serenidad, no con furia— que la esperanza no está en la ideología, sino en la capacidad de volver a vivir sin miedo.

Bolivia ha recordado, como los personajes de Human Acts, que la humanidad empieza cuando el silencio se vuelve voz y el dolor se transforma en propósito.

Y en ese despertar, el país entero se convierte en un cuerpo que, por fin, se sabe vivo.

Tribuna de Periodistas

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