OPINIÓN
Un experimento: cinco críticas de libros, entre ellas una sobre el Nobel flamante, en un mismo texto, todas con la misma voz inconfundible. Si les gusta, lo repetimos

Por Quintín
Esta nota es una muestra, un intento de plasmar algo que me ronda hace tiempo en la cabeza: una página dedicada a la reseña de libros recientes a cargo de una sola persona, de una sola voz. Esa voz es obstinada y acaso insoportablemente la mía. Quería hacer la prueba en vistas a expandir esa voz en algún momento o en hacerla callar para siempre. Agradezco a Seúl el espacio para un experimento semejante y la posibilidad de hacerlo permanente, si gusta, el año que viene.
Nace una estrella
Derian Passaglia nació en Rosario en 1988 y hasta ahora había publicado dos novelas: El alma de las colinas en 2023 y Chicos de la calle hace unos meses. Las dos son muy buenas, las dos son muy raras y no se parecen entre sí. La primera empieza contando el viaje de unos amigos poetas a Entre Ríos para entrevistar a Juanele Ortiz y se transforma en una historia de ciencia ficción en la que Juan José Saer es el villano. La segunda es una historia de gángsters que transcurre en lo más bajo de Manhattan, aunque el protagonista habla un lunfardo argentino y mira las peleas de Bonavena. En los dos casos hay una mezcla de tiempos y espacios que Passaglia administra sin brusquedades, como si esos disparates fueran lo más natural del mundo.
Cuando leí Chicos de la calle, a la hora de encontrar un rasgo común con la novela anterior, me pareció que los libros encubrían una cierta rabia: rabia contra la literatura, contra la sociedad, contra algo indefinido. Sin embargo, aunque El Bosque, la novela más reciente de Passaglia, no deja de transmitir cierta angustia, el tono es más bien de una serenidad olímpica y la escritura se desliza sin tropezar ni hacer alardes. Una vez más, Passaglia combina dos libros en uno. En este caso, una reflexión sobre el bosque en la literatura y la naturaleza que se intercala con una autobiografía del autor como artista joven. La ambición del pensamiento que no retrocede ante lo profundo convive en armonía con la modestia de una vida sin momentos espectaculares. Passaglia parece haberle encontrado la vuelta a un problema frecuente en los escritores de estos días, que es el uso de la primera persona: la suya no es una literatura del yo porque puede hablar de sí mismo sin narcisismo, como para recordar que está ahí. Su prosa es siempre sólida y nunca ostentosa, ya que escribe con una naturalidad muy rara de encontrar.
El bosque parte de Caperucita Roja y del Proyecto Blair Witch, atraviesa las obras de Kant, de Stifter, de Wang Wei y de Al Alvarez, peliculas como Bambi, Apocalypse Now o el documental de Herzog sobre las cuevas de Chauvet. Mientras analiza la relación de estos artistas con la naturaleza, Passaglia va contando en breves pinceladas, sin mayores detalles, su infancia en Rosario: cómo eran su familia, su barrio, su primera novia, cómo fue su mudanza a Buenos Aires. Luego, hay dos capítulos más bien digresivos: la historia de los tres sobrevivientes de la erupción volcánica de 1902 en Martinica y la evocación de un programa de televisión llamado Bosque chocolate. El libro termina entonces con una fecha: 2020.
Pero en realidad, en un rasgo que es difícil decidir si es una elección deliberada o una necesidad editorial, no termina ahí. Primero hay unas fotos de la familia Passaglia de cuando Derian era chico. Y luego una página que dice “Apéndice” y trae un QR. Al abrirlo, se despliegan 50 páginas más de texto, fechadas esta vez en mayo de 2025. Estamos ante una aparición mágica. En primer lugar pirque son páginas brillantes. En ellas, Passagla termina de contar su historia de estudiante de clase media baja que deambula en viviendas minúsculas de la capital, mientras toma el Walden de Thoreau y lo usa para contraponer una visión del yo literario que admite los sentimientos y la confronta con la de su amigo el poeta Daniel Durand y sus profesores de la facultad. Escribe Durand: “¿Pero en qué lugar queda el sentimiento, la construcción del sentimiento de Thoreau, motivo despreciado en la literatura vanguardista del siglo anterior, en la que se privilegió el efecto y la técnica?” Pero falta lo mejor, que es una incursión en A Traveller in Little Things, un libro no muy conocido de W.H. (o G.E.) Hudson, que no solo era un naturalista y un escritor de la naturaleza sino que su escritura misma poseía una naturalidad asombrosa. Un pasaje formidable de Hudson le sirve a Passaglia como clave para construir ese otro yo de la literatura que convierte al autor en un naturalista de sí mismo.
Después, Passaglia cuenta un cuento irlandés de duendes y se pregunta a dónde va el mundo. Lo hace con la calma, la maestría y la fluidez que anuncian un futuro promisorio para el autor de El bosque.
El bosque
Derian Passaglia.
Objetos Personales, 2025.
Padre del aula
Los libros de divulgación de Natalio Botana son serios, claros y amenos. El que le dedica a Sarmiento es muy corto: la biografía en sí ocupa apenas 80 páginas, mientras que otras tantas reproducen fragmentos de sus obras, opiniones sobre él de contemporáneos e historiadores y terminan en una cronología. La principal impresión que un lego saca del libro es que Sarmiento fue una figura extraordinariamente complicada. Y que vivió tiempos mucho más complicados aún, mucho más de lo que pensamos sus compatriotas acostumbrados a ubicar el principio de la historia argentina en 1930, 1945 o 1976.
Es realmente difícil entender cuáles eran las diferencias entre Sarmiento y Alberdi así como los cambios de opinión del propio Sarmiento en las distintas etapas de su vida extraordinariamente variada, en la que tuvo múltiples trabajos, desde obrero de una mina a presidente de la Nación. De todo tenía una idea Sarmiento y cada una la defendió con la espada la pluma y la palabra. A pesar de las opiniones de los rosistas y de los clericales más impenitentes, es imposible evitar cierta simpatía por el personaje con todos sus errores. Aun sus enemigos le reconocían al menos su extraordinario talento como escritor. Pero también es muy difícil evitar el rechazo que provoca saber que Sarmiento, menos un liberal que un amante del orden, no le hacía ascos al asesinato ni a la masacre por razones políticas.
La otra impresión que deja el libro es que nuestra actualidad se parece demasiado a la de un siglo y medio atrás porque la república que Sarmiento contribuyó a establecer está minada desde su origen por el caudillismo, la corrupción, el autoritarismo y los distintos modos del fraude. Escribe Botana: “Presente en los debates que durante un siglo perfilaron la república moderna, el problema del viejo Sarmiento podría resumirse de este modo: ‘¿qué cultura ciudadana tendría la virtud suficiente para legitimar a este régimen montado sobre los derechos individuales, el régimen representativo y la soberanía del pueblo, cuando la tentación de refugiarse en la vida privada acechaba al habitante, tanto como la manipulación fraudulenta invitaba a los gobernantes a perpetuarse en el poder?’” En eso estamos, sin resultados a la vista.
Domingo Faustino Sarmiento
Natalio Botana.
Edhasa, 2025
Zanahoria hace su trabajo
Desde que leí Melancolía de la resistencia, una novela que Bela Tarr llevó al cine como Wekmeister Harmonies, me resulta difícil pronunciar el apellido de László Krasznahorkai, que me suena como Zanahoria (las letras están en el apellido). La novela, virtuosa y densa, me dejó una sensación ambigua. Después abandoné a ambos húngaros hasta hace poco, cuando la editorial Sigilo publicó El último lobo (2009), tal vez su libro más divertido y más fácil de leer. Corto (unas 90 páginas en caja chica), sin puntos seguidos, hace pensar en Bernhard, tiene una buena historia, una construcción elegante y exhibe la habitual misantropía del autor, que parece convencido de que el mundo no va a ninguna parte, aunque exhiba su amor por los animales y la admiración por Extremadura como un paraíso árido y a punto de perderse.
El Nobel hará seguramente que se traduzcan o se reediten las obras de Zanahoria, que tiene varias en Acantilado, entre ellas Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río, traducida como todo el resto por el chileno Adan Kovacsics (que es a Krasznahorkai lo que Miguel Sáenz es a Bernhard, es decir, su alter ego en español). Además, Sigilo acaba de publicar en la Argentina la misma traducción de la novela, que es originalmente de 2003. Desde hace algunos años, Zanahoria se viene interesando por el Oriente: se casó con una sinóloga y lo japonés lo fascina. Este libro es el resultado de ese acercamiento, pero también una típica novela de Zanahoria, con todos los ingredientes de su prosa. La elegancia, la mezcla de tonos, el ingenio de la estructura, el rigor con los datos, la ausencia absoluta del yo como requiere la alta modernidad que se celebra en la Academia. Para poner un ejemplo de esto último, El último lobo tiene un sesgo autobiográfico, pero Zanahoria elude la referencia a sí mismo contando en tercera persona una historia que un obeso filósofo alemán le relata a un camarero húngaro en un roñoso bar berlinés.
En Al norte la montaña, el nieto del príncipe Genji (el héroe de Genji Monogatari, el famoso relato del siglo XI) busca a lo largo de los siglos un jardín perfecto mencionado en un libro. El príncipe aparece en la actualidad en Kyoto y trata de encontrarlo en un enorme templo desierto mientras sus custodios se emborrachan y se pierden. La historia, que se desarrolla a lo largo de 50 capítulos breves, es una ocasión para que Zanahoria haga varias cosas a la vez. Mostrar la decadencia del Japón moderno, como alguna vez mostró la de Hungría bajo el comunismo, exhibir su virtuosismo con las frases largas, contar con precisión científica la historia de la fabricación de libros, la aventura de una semilla para florecer a kilómetros de distancia o la refutación de la idea de infinito. La escritura de Zanahoria tiene dos rasgos interesantes. Uno es la originalidad con la que estructura las historias, como por ejemplo cuando describe un lugar dos veces, una antes de que lleguen los personajes y otra cuando ya están ahí. Siguiendo esa idea se anticipa a la visita del príncipe al templo como si filmara las locaciones vacías de una película antes de usarlas realmente. El otro, acaso el más llamativo, son sus cambios bruscos de tono y de humor. Zanahoria pasa con pasmosa tranquilidad de lo sublime a lo grotesco, de lo erudito a lo cruel. En eso reside su sentido del humor. Como cuando describe el libro sobre el infinito de un matemático loco llamado Sir Wilford Stanley Gilmore, que el príncipe encuentra junto a cuatro botellas de Johnny Walker en la caótica habitación del superior de la orden que rige el monasterio. Gilmore llena dos mil páginas con cifras que cada tanto interrumpe para insultar a Cantor, a Hilbert y a otros grandes matemáticos que forman parte de la génesis del infinito moderno. Conviene señalar que esa alocada refutación se relaciona con teorías matemáticas serias.
En fin, Zanahoria hace su trabajo. Al Norte la montaña es un libro de alta gama, lleno de signos de la inteligencia de su autor así como de su vocación exhibicionista (Pynchon es una buena referencia en ese sentido), de su admiración por el trabajo sofisticado y de su desprecio por el inculto ciudadano medio, de su capacidad de investigación y de su temperado nihilismo, de su prosa elaborada y de la la decisión de que sea lo suficientemente ardua como para que el lector sienta que tiene en sus manos una obra importante. Esos son los materiales que se cotizan en Suecia.
Al Norte la montaña, al Sur el lago, al Oeste el camino, al Este el río.
László Krasznahorkai.
Sigilo, 2025.
Soilent Green
La editorial Adriana Hidalgo tiene una colección que se llama Naturalezas. Ahí hay libros sobre burros, sobre cuervos, sobre el cannabis, sobre búhos, sobre cerdos. Los libros, ilustrados con dibujos y obras de arte y no con fotografías (lo mismo ocurre, casualmente, con las expediciones que emprende el arqueólogo en la última novela de Aira) son muy atractivos visualmente y el texto suele ser interesante. Burros, por ejemplo, se dedica a discutir la doble imagen de esos encantadores bichos a lo largo de la historia. Es que los filósofos nunca se pusieron de acuerdo sobre si los burros son tontos, caprichosos y feos o inteligentes, abnegados y tan angelicales como sexualmente poderosos. Pero el libro más imprevisible de la colección es seguramente Algas, de la artista y escritora neerlandesa Miek Zwamborn. Es increíble lo que esta mujer hace por las algas: empieza por mostrarlas hermosas y termina por convencernos de que tienen un pasado importante en la civilización y son el futuro del planeta en términos de energía, de alimentación y de producción sustentable, entre muchas otras virtudes. Para alguien que en su vida le prestó atención a las algas, el libro fascina por su diseño, su información y por el amor que Zwamborn tiene por su objeto de estudio. Es como si un mundo opaco y sin gracia se iluminara cuando las algas se hacen visibles.
Algas.
Miek Zwamborn.
Adriana Hidalgo, 2025.
Más de las trillizas de oro
Hay familias altamente productivas, como la de las hermanas Stegmayer. Mientras Carolina, que domina varias artes y ciencias, publicó hace poco una gran novela, Peso muerto (Blatt & Rios, 2024), María y Agustina están al frente de una nueva editorial, Objetos Personales, dedicada a “ensayos narrativos y visuales en formato breve de escritores y artistas contemporáneos”. El flamante emprendimiento tiene por ahora tres títulos, uno de los cuales es el libro de Derian Passaglia que celebramos arriba. Pero hay dos más: uno es Serial Spoiler, de Leticia Obeid, dedicado a las series, y el otro se llama Diccionarios. Pequeño ensayo ilustrado. Su autor es Eduardo Muslip. De las 50 series que Obeid menciona en la introducción (que no son de las que se ocupa después) creo que vi dos y conozco de nombre otras tres. Me temo que lo suyo no es lo mío.
El de Muslip, en cambio, trata con un material que me resulta más familiar aunque los diccionarios en papel, el objeto de sus pasiones, sean una especie en extinción como él mismo dice (me enteré al leer el libro que quienes compran al por mayor libros usados no aceptan diccionarios ni enciclopedias). Diccionarios es una autobiografía serena y sin detalles de un escritor que parece haber pasado gran parte de su vida insatisfecho y al que los diccionarios le resultaron siempre un refugio y una compañía a lo largo de los años. Muslip cuenta (creo que exagera un poco) que nunca aprendió inglés a pesar de hacer innumerables cursos y vivir algunos años en Estados Unidos. También habla de su tendencia a sentirse amenazado por los demás, empezando por los miembros de su familia, a la necesidad de sentirse alerta y revela sin mayores comentarios que su relación con el sexo es complicada. Una frase sintetiza esa sensación de incomodidad: “Mi vida sexual estaba más cerca del insecto que de un mamífero”. Aunque Muslip nació en 1965, Diccionarios se va acercando a la reflexión frente a la muerte de alguien que envejece y si bien hay algo en el libro de coquetería con la depresión, también hay una paradójica sinceridad en esa prosa más segura de lo que da a entender.
Diccionarios. Pequeño ensayo ilustrado.
Eduardo Muslip.
Objetos Personales, 2025.
Quintín
Fue fundador de la revista El Amante, director del Bafici y árbitro de fútbol. Publicó La vuelta al cine en 50 días (Paidós, 2019). Vive en San Clemente del Tuyú.
Ilustra: Leo Achilli
Revista Seúl
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