OPINIÓN
De expulsada del paraíso woke a megaempresaria de medios: mirá de quién te burlaste
Por Hernán Iglesias Illa
Para los que seguimos de cerca el micromundo de los medios digitales y los debates sobre batalla cultural, la noticia bomba del lunes fue que la revista The Free Press había sido vendida por 150 millones de dólares al grupo Paramount. Nacida hace cinco años como el blog personal de su fundadora, Bari Weiss, The Free Press se convirtió rápido en un refugio para progresistas desencantados, liberales cancelados por la marea woke y contreras con ganas de hacer preguntas incómodas.
El crecimiento reciente ha sido impresionante: contrató decenas de periodistas, fichó a columnistas famosos con Niall Ferguson y Tyler Cowen y superó el millón y medio de suscriptores. Sin obligarse a cubrir cada tema (por ejemplo, publican poco sobre economía), The Free Press adquirió un tono claro y potente, enfocándose en los temas que le interesaban y (también) a veces eludiendo los temas que le convenían menos. Es una revista con voces particulares pero también una voz común, algo difícil de conseguir, mucho más enfocada en ganar lectores que en hacerse viral, que tiene video pero su base son los textos y que respeta el idioma del periodismo sin caer en la trampa del “unos dicen A, otros dicen B”.
Para quienes la seguimos desde hace tiempo, la parábola de Bari –ascenso, caída, redención– es una versión de Cenicienta. En 2020 renunció al New York Times , donde era editora de opinión, después de un escándalo que se llevó puesto a su jefe y de que sus colegas la acusaran de nazi. Se fue dando un portazo, diciendo que el diario centenario había elegido la bajada de línea antes que el debate, el sermoneo antes que la duda. Cuarentenada, desempleada y desprestigiada, Weiss abrió un blog y empezó a desafiar el bullying progre desde un lugar al que a veces llamó “centrismo radical”, a veces “liberalismo clásico”, a veces “orfandad política”. El anuncio del lunes, por lo tanto, es un “ mirá de quien te burlaste ” doble de Weiss a sus ex colegas y compañeros de ruta. Por un lado, porque se volvió súper millonaria. Por el otro, porque tenía razón: la ola woke perdió potencia, pasó de moda y es ahora la que está desprestigiada, acusada incluso de haber facilitado el regreso de Donald Trump a la Casa Blanca. Si fuera progresista, su éxito estaría siendo celebrado como una reivindicación de todas las mujeres, un hito en la historia de los medios, otro techo de cristal destruido a martillazos. Como no lo es, muchos recibieron el anuncio con desconfianza, ironía y, apenas escondido, un poquito de resentimiento.
En Seúl hablamos varias veces sobre Bari Weiss y The Free Press. Hace un año comenté el libro de su esposa, Nellie Bowles, sobre aquel verano caliente de 2020 y la creciente ortodoxia del New York Times , que no la dejaba entrevistar a los dueños de los locales incendiados en las protestas “pacíficas” del Black Lives Matter. Nellie, que conoció a Bari en la redacción del diario, es la que cuenta cómo sus compañeros y sus jefes no podían creer que estuviera saliendo con ella. “¿Bari Weiss?”, le preguntó su editor. “¡Es una fucking nazi!”. Hoy tienen dos hijos.
Hace dos años escribimos sobre el trabajo de Weiss con los archivos de Twitter entregados por su flamante dueño, Elon Musk, donde se veía que el gobierno de Joe Biden había presionado a la empresa (y la empresa había accedido) para censurar cuentas y bloquear palabras incómodas durante la cuarentena. Y hace tres años, Gustavo Noriega, amigo de Seúl y uno de los primeros novios argentinos de Bari Weiss, recomendó su podcast y la definió como “la columnista del New York Times que renunció con una carta ejemplar, puso un blog y lo convirtió en una tremenda usina generadora de artículos y conversaciones apasionantes sobre temas contemporáneos, siempre con un punto de vista afilado y desafiante”. Es una excelente definición, que sigue vigente.
Lo único que me hace ruido del anuncio es que Weiss, además, fue nombrada directora de noticias de CBS, la venerable aunque baqueteada cadena de televisión, también propiedad de Paramount. CBS es un animal del siglo XX, formateado cuando había pocos canales y todos eran centristas, porque no querían ofender a ninguno de sus decenas de millones de espectadores. La tradición de sus noticieros y sus programas emblemáticos, como 60 Minutes , está anclada en el periodismo de las dos campanas. Son sólidos, pero poco imaginativos; respetados, pero con poco margen para ser contreras. Estas cadenas son transatlánticos, difíciles de manejar y en decadencia: cada año las ven menos personas que el anterior. Weiss dice que llega a CBS con un mandato de hablarles a la gran mayoría de estadounidenses que están en el centro, lejos de los extremos fanáticos que intoxicaron el debate público. Usa palabras como transparencia, profesionalismo, “decir la verdad”. Pero ese fue siempre el rol de CBS. Comparada con The Free Press, que elige decir su parte de la verdad, sabiéndose parte de una conversación más amplia, veo difícil llevar este espíritu “afilado y desafiante”, como dice Noriega, al viejo elefante de la TV de aire.
Reconozco que con el tiempo The Free Press se transformó en una influencia para Seúl , en parte por lo ideológico (la reacción contra el bullying progresista, la estupefacción ante los ataques del 7 de octubre) pero también por lo periodístico y lo conceptual. Nosotros también queremos ser una revista de voces que discutan pero se reconozcan parte de lo mismo y también les damos poca bola a las noticias, el tráfico y la viralización, que generan incentivos perversos. Preferimos, como prefieren ellos, tener una comunidad de lectores atentos y participativos y crecer gracias a su apoyo. Igual Bari, más despierta para los negocios que yo y en un país menos volátil que la Argentina, consiguió guita de inversores privados para financiar buena parte de su crecimiento. Algún inversor quizás creyó que le estaba haciendo un favor, porque le gustaba la causa, pero desde el lunes hizo uno de los mejores negocios de su vida.
Ahora que lo pienso, quizás sea un buen proyecto de Seúl para el año que viene: abrir el capital, recibir inversores, crecer más rápido. Nosotros arrancamos menos como un proyecto comercial que con un impulso intelectual y político, otro refugio para desencantados del progresismo y el kirchnerismo. Más mentalidad de resistencia que de colonización. Pronto, sin embargo, nos dimos cuenta de que había lectores con ganas de hablar de otras cosas que no fueran las de siempre. Crecimos despacio pero sobre bases firmes, cada año con una oferta más amplia (newsletters todos los días, podcasts todas las semanas, el anuario en papel cada diciembre) y siempre con cada vez más socios suscriptores, cuyo aporte cubre más de dos tercios de nuestros gastos. Quizás, lo pienso ahora, Seúl no deba ser sólo un aporte para la conversación pública, sino también, quién dice, un buen negocio. Desempolvo el business plan. Gracias Bari por la inspiración.
Revista Seúl

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