AUTORES CRUZDELEJEÑOS: HOY JOSÉ A. IBARRECHEA

CULTURA

El escritor nos trae un cuento inédito: "Dicen los muchachos que saben"

Para pasear por la plaza Armesto buscando al amor de su vida, los hombres de Cruz del Eje iniciaban un recorrido antihorario que iniciaban frente a la Iglesia Nuestra señora del Valle, mientras las mujeres acompañadas o en grupo, caminaban siguiendo las agujas del reloj. El amor debía darse de repente, en una mirada, en una sonrisa o en un piropo nunca antes ofrecido. Aquella tradición de los fines de semana duró hasta que apareció la televisión. Me contaban los muchachos que saben. 

Algunos señalaban con lágrimas en los ojos que dar vueltas con un ramillete de expectativas e ilusiones amorosas en las manos, se había convertido en una costumbre que se practicaba con fervor. El entusiasmo por ver a los paseantes en las plazas mientras daban la llamada "vuelta del perro", hacía que algunas vecinas pongan sus sillas en las veredas y practicaran una especie de apuestas para ver quién se paraba a conversar con quién. 

En la plaza 25 de Mayo era distinto, las mujeres caminaban en sentido antihorario partiendo frente a la Iglesia del Carmen. Mientras que siguiendo las agujas del reloj lo hacían los hombres, algunos fumando para enronquecer la voz, otros masticando chicles.

Los muchachos que saben, reunidos en la mesa del bar, me contaron una historia que aconteció en este pueblo y que dio lugar a que un político decida unificar las dos plazas mediante un proyecto que fue rechazado por los desamorados de siempre. Resulta que dicen que a ellos supieron contarles que los grandes amores de antes se inauguraban en la vuelta del perro. A muchos les sucedió eso, y el destino cuando pasaba por aquí y se tomaba un cafecito para después orinarlo en el cauce del río, hacía que la dicha dure para siempre. 

Sobre estas certezas, en el pensamiento de los muchachos que saben, se mantenían algunas diferencias. Unos esgrimían distintas apreciaciones respecto a la felicidad, otros marcaban diferencias con los arreglos familiares y las conveniencias comerciales de entonces. Las discuciones realizadas en voz cada vez más alta, a veces, obligaban a que la Guardia de Infantería llegase a retirarnos del local sin que el dueño formule cargos en contra nuestra. En una oportunidad, les manifesté a esta gente que esas pequeñeces no debían preocuparnos, que sigamos en el tema sin tantas vueltas.

La cuestión es que nadie parecía recordar el nombre de aquella niña que caminaba sola, tarareando una vieja canción de amor y sin mirar a nadie. Me contaban que hubo algunos hombres que juraban amarla con desesperación. Que en esa plaza nacieron cientos de poemas desgarradores y las manifestaciones de amor urgente buscando una simple aprobación se multiplicaban. Me contaban que los demás matrimonios miraban pasar a sus hijos y se fijaban quiénes podrían ser los futuros novios o novias. "Pero que aquella mujercita sola que va y viene canturreando, dispersaba las atenciones de los varones".

Lo mismo ocurría en la plaza Armesto, pero al revés, allí caminaba en absoluta soledad un jóven sencillo, de sonrisa abierta, exhibiendo una franqueza notable en sus modales y que alborotaba a las mujeres paseantes con su sola presencia, más él solo sonreía y caminaba en silencio total. Dicen los muchachos que saben, y creo que más que nada por aventurarse nomás, que aquel hombre sufría el insomnio de los que padecen soledades. Otros señalan que caminaba acompañado por un fantasma perfumado. En mi opinión, creo que no es recomendable hurgar en los pasados amorosos, pues las reacciones que produce recordar, pueden abrir heridas desquiciadas que dejan los amores perdidos. 

Hasta que llegó esa ocurrencia de cambiar de plaza para dar la vuelta del perro.

Algunas vecinas comedidas dieron muestras de compasión y de comprender a los padres de esta niña, así fue que vinieron a la plaza Armesto para acompañarlos y con la oculta esperanza que otros ojos, otra sonrisa y otras palabras, acaben con el martirio del canturreo infinito.

El mismo día y a la misma hora, él, llegaba a la plaza 25 de Mayo.  

Hablando sobre las circunstancias que pueden ser adversas en las cuestiones del amor, las discuciones aumentaron notablemente en el bar sin que nadie haya podido acercarme el final de la historia. Mis súplicas fueron infructuosas. Algunos hombres de otras mesas me pidieron una elevada cantidad de dinero para tirarme datos y con eso, intentarían aproximarme a otros falsos testigos. Una tarde, antes que Gendarmería nos disperse por alborotadores, todos se quedaron en silencio, mirando con asombro al hombre que caminaba por Alvear, y a la mujer que venía cantando por Eva Perón. Se encontraron en la esquina de la Rivadavia, y tomados de la mano, caminaron hacía el río, mientras sus figuras se desvanecían lentamente en la noche.

Pasado el estupor del momento, el comandante a cargo del operativo nos recordó que éramos gente grande, que los bares en esta ciudad, sean como sean, serán siempre el lugar por donde pasarán las celebraciones y los misterios que nos regala la vida. Asi que esto, de aquí no sale.
-------
Sobre el autor: José Antonio Ibarrechea, seudónimo del periodista y escritor Walter R. Quinteros, nacido en Dean Funes y cruzdelejeño por adopción, nos cuenta que un abuelo se llamaba José, el otro Antonio y sus abuelas se apellidaban Ibarra y Etellechea, con eso, cree haberlos homenajeado.

Transcripción de Claudia A. Álvarez / Redacción

Comentarios