OPINIÓN
La victoria de Milei como capítulo del realismo mágico nacional
Por Iván Nolazco 

En las elecciones legislativas de 2025, La Libertad Avanza obtuvo más del 40% de los votos y ganó en 16 provincias. El triunfo consolida el poder del oficialismo y reabre el debate sobre la metamorfosis del país.
Una casa llamada Argentina
En una noche cargada de murmullos, la Argentina volvió a votar como quien despierta dentro de su propia leyenda.
El triunfo categórico de La Libertad Avanza, con más del 40% de los votos y victorias en 16 provincias, fue leído en los salones del poder como una confirmación del rumbo, y en los cafés, como una confesión colectiva: el país, una vez más, eligió vivir entre la fe y el desencanto.
La historia, sin embargo, no avanza: gira sobre sí misma con la obstinación de las novelas familiares.
Como en La casa de los espíritus de Isabel Allende, los personajes cambian de nombre, pero los fantasmas siguen siendo los mismos.
Cada década intenta exorcizar al pasado, pero el pasado siempre vuelve, con la puntualidad de los fantasmas domésticos.
El patriarca y sus herederos
El presidente Javier Milei, rodeado por su círculo más cercano en el Hotel Libertador, encarnó esta vez al nuevo patriarca de la casa.
Su discurso fue más apacible que mesiánico: convocó al diálogo, habló de reformas y agradeció a Karina Milei, a Santiago Caputo, Santilli, Bullrich y Martín Menem —los nuevos nombres de una familia política que aprendió a convivir entre la devoción y el cálculo—.
Como en la novela de Allende, cada uno ocupa un rol simbólico en el linaje: la hermana clarividente, el estratega invisible, los herederos de apellidos antiguos que vuelven al banquete del poder.
En el aire, flota la sensación de que el país vive una refundación económica, pero también una reescritura mística del mismo relato: el de la libertad prometida.
Y como todo mito fundacional, promete redención a cambio de obediencia.
El eco de los que fueron
En los corredores de la vieja casa del peronismo, el silencio fue más elocuente que cualquier discurso.
Fuerza Patria, el sello que intentó renovar el mito justicialista, apenas alcanzó el 31,7% de los votos.
Las paredes del movimiento —que alguna vez cobijaron multitudes— hoy resuenan vacías, con ecos de glorias pasadas.
Cristina Fernández, ausente pero omnipresente, sigue siendo la matriarca engrilletada de un linaje político que no encuentra heredero.
Axel Kicillof, los intendentes y los cuadros intermedios se reparten la culpa como si fueran reliquias familiares.
Los viejos retratos del poder —Evita, Perón, Néstor— observan desde sus marcos con una mezcla de compasión y fatiga.
La casa ya no tiembla por los gritos del pueblo, sino por la nostalgia de no saber quién la habita ahora.
Provincias encantadas
La política argentina se ha vuelto un mapa de espíritus provinciales.
En Buenos Aires, Córdoba, Santa Fe y Mendoza, el oficialismo triunfó con márgenes amplios; mientras que en San Juan, Tucumán y La Rioja, el peronismo resiste como un fuego doméstico que se niega a extinguirse.
Cada provincia parece tener su propio fantasma: el del progreso que no llega, el de la deuda que no muere, el de la esperanza que aún respira entre vinos, desiertos y fábricas apagadas.
En este escenario, Milei logra algo que pocos presidentes consiguieron: transformar el voto económico en un voto espiritual.
La “libertad” deja de ser programa político para convertirse en fe laica, en conjuro contra los males heredados.
Un país descreído que vuelve a creer, aunque no sepa en qué.
Realismo mágico de la economía
Los economistas llaman “oxígeno político” a lo que los novelistas llamarían “el hechizo del segundo acto”.
El gobierno gana tiempo, el gabinete se reconfigura y el mercado —ese espectro moderno— respira con alivio.
Pero detrás de los gráficos y los discursos, la vida cotidiana late con dramatismo mágico: los sueldos que no alcanzan, las promesas que se repiten, los profetas de televisión que hablan del dólar como si fuera un oráculo.
Como en La casa de los espíritus, los muertos siguen hablando.
Son los jubilados que recuerdan los planes sociales, los jóvenes que votan por primera vez con fe libertaria, los trabajadores que oscilan entre el desencanto y la ilusión.
Argentina parece condenada a revivir su historia, pero cada vez con actores más jóvenes y fantasmas más antiguos. En el cierre de la novela de Allende, la nieta Alba escribe para no olvidar.
En la Argentina de 2025, los votantes también escriben —con lápiz indeleble en la boleta única— su propio intento de recordar quiénes son.
Quizás lo hacen por cansancio, quizás por esperanza.
Pero el gesto tiene algo de ritual, de exorcismo cívico: cada voto es una palabra contra el olvido.
El patriarca sonríe desde el balcón del Hotel Libertador.
Los aplausos retumban. Las cámaras iluminan la noche.
Y en algún lugar, entre la multitud y la historia, el país se pregunta —como una abuela que despierta en mitad de un sueño—: ¿Estamos viviendo una nueva era o repitiendo la misma novela con otros nombres?
En esta crónica electoral escrita con ecos de La casa de los espíritus, la victoria de Javier Milei se transforma en una alegoría sobre la memoria argentina: un país que vota entre fantasmas, patriarcas y promesas que regresan de entre los muertos.
Tribuna de Periodistas
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