OPINIÓN
Crónica de una contradicción portátil
Por
Iván Nolazco

El jueves de la manzanita
En el mismo instante en que la provincia de Buenos Aires ardía bajo la sospecha del narcotráfico y la rutina del triple crimen, un gobernador apareció en un escenario inesperado: Axel Kicillof en la Apple Store de Nueva York.
El escenario es cinematográfico: el World Trade Center, templo reconstruido sobre las cenizas de la globalización, símbolo puro del capitalismo sobreviviente. Allí, entre mesas de madera minimalista y empleados uniformados como sacerdotes de Cupertino, Kicillof miraba un iPhone. No cualquier iPhone: el último, el más caro, el que brilla con una luz casi bíblica en las vitrinas del consumo global.
La foto se viralizó como un chisme, pero funcionó como metáfora. La Argentina, país especialista en contradicciones, encontraba en esa imagen la parábola perfecta: un socialista buscando señal en la catedral del capitalismo.
Borges y la contradicción
Jorge Luis Borges decía que la realidad es absurda, y que la literatura apenas la ordena con ironía. Quizás por eso esta escena parece salida de un cuento borgeano: Kicillof, discípulo de Marx y economista de barricada, peregrinando hacia el logo de la manzana mordida.
Borges hubiera escrito un breve relato: “En una tienda blanca de Nueva York, un hombre que repudia el mercado busca en secreto el objeto más caro del mercado. El espejo de la vidriera lo refleja, y ese reflejo lo condena más que cualquier adversario político”.
Porque la contradicción no necesita enemigos, se basta a sí misma.
Cortázar y el manual del militante portátil
Julio Cortázar, que escribía con jazz en la sangre y cigarrillo en la boca, podría haber narrado esta postal en tono de cronopio:
“Un cronopio gobernador, mientras su pueblo se desangra en villas y autopistas, decide volar a Nueva York. Allí entra en una tienda brillante, donde la manzana no cae del árbol sino de la caja. El cronopio acaricia el teléfono y se convence de que la revolución necesita WiFi.”
El militante portátil es un personaje digno de Cortázar: revolucionario en la sobremesa, pero esclavo de la notificación en la pantalla.
Marx con auriculares Beats
Karl Marx nunca imaginó que sus seguidores terminarían sincronizando consignas en iCloud. Su barba, que aún nos mira desde manuales escolares, ahora se reinterpreta en caricaturas digitales con auriculares Beats.
El materialismo histórico ya no se imprime en panfletos: se descarga en PDF. Las asambleas no se hacen en fábricas, sino en Zoom. Y la revolución, que alguna vez fue utopía, hoy ocupa 256 gigas de almacenamiento.
No es un error del sistema, es su actualización.
Fidel en Adidas, Chávez con Blackberry
La historia del socialismo latinoamericano está plagada de escenas similares. Fidel Castro convirtió los chándales Adidas en uniforme oficial mientras denunciaba al imperialismo yanqui. Hugo Chávez, en cadena nacional, sacaba de su bolsillo un Blackberry canadiense para leer mensajes del “pueblo”. Evo Morales se fotografiaba con camisas Nike mientras exigía soberanía sobre el litio.
Las revoluciones son austeras en teoría y ostentosas en la práctica. Y siempre necesitaron del capitalismo para amplificar su grito.
El shopping como liturgia
Kicillof no eligió la discreción de un pedido online. Eligió el rito del shopping, el altar luminoso de la globalización. Allí donde cada caja blanca parece un sacramento y cada empleado repite el mantra: “Welcome to Apple, sir”.
El socialismo argentino siempre tuvo algo de boutique. Se queja del dólar, pero lo colecciona. Reniega de Miami, pero la visita. Se indigna contra Wall Street, pero compra en cuotas. La incoherencia no se siente incoherente: se viste de sofisticación.
El espejo cruel
La foto no escandaliza por el objeto adquirido, sino por el reflejo. Porque detrás de Kicillof, en las vidrieras, se refleja la contradicción nacional: un país que discute redistribución mientras consume capitalismo con frenesí.
La política argentina es eso: un espejo cruel que devuelve la imagen distorsionada de su propio discurso. El socialista que compra un iPhone es apenas la síntesis de lo que hacemos todos: denunciar lo que usamos, criticar lo que disfrutamos, maldecir lo que deseamos.
Preguntas que nadie responde
La escena deja preguntas flotando como manzanas maduras:
¿Era indispensable viajar a Nueva York en medio de la crisis narco bonaerense?
¿No podía comprar el teléfono en Buenos Aires, aunque costara el triple?
¿Es necesario tocar con las manos aquello que se condena con la boca?
Las preguntas son retóricas porque la respuesta ya está escrita en la ironía: la contradicción es parte del manual.
La contradicción como identidad
En Argentina, la contradicción no es accidente: es identidad. Se habla de patria grande desde un iPhone, se denuncia al FMI desde un viaje en business, se grita “viva Perón” en un TikTok con filtro parisino.
El socialismo gourmet no se siente hipócrita: se siente moderno. Como si la coherencia fuese una exigencia burguesa, un lujo que no vale la pena pagar.
Borges otra vez: el espejo de Manhattan
Borges escribió que el espejo es monstruoso porque multiplica la realidad. La foto de Kicillof en la Apple Store es ese espejo: no multiplica un rostro, multiplica una paradoja.
En ese reflejo no aparece solo un gobernador. Aparecemos todos: el país que maldice al dólar y lo adora, que critica al mercado y lo necesita, que se indigna con la desigualdad y la reproduce en cada gesto.
Epílogo con mordida de manzana
Tal vez la revolución del siglo XXI no consista en expropiar a los burgueses ni en abolir la propiedad privada. Tal vez la verdadera revolución sea aprender a reírnos de esta tragicomedia: los socialistas consumiendo capitalismo con el fervor de un hincha que grita un gol.
La manzana mordida de Apple no es un logo: es metáfora. Y los socialistas argentinos la muerden con la misma pasión con la que prometen igualdad.
En el fondo, no es Kicillof el que aparece en esa foto. Es la Argentina entera, reflejada en una vidriera de Manhattan, comprando contradicciones en cuotas sin interés.
Y quién sabe: quizás esta historia, con su mezcla de absurdo y verosimilitud, algún día merezca algo más que un ensayo o una nota en redes sociales. Tal vez, con la dosis justa de ironía y exageración, sea el guion perfecto para una futura película de Guillermo Francella: Homo Argentum II.
Tribuna de Periodistas
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