LOS MONSTRUOS QUE NOS LLEVARON AL DESENCANTO

EDITORIAL

En 1983 éramos 29.340.000 habitantes en Argentina. Hoy somos 47.700.000 pero la participación electoral cayó en todo el país. Motivos del desencanto

Por Walter R. Quinteros

Monstruos

Recuerdo el entusiasmo de aquellos días. Como anécdota debo decir que me tocó custodiar la urna de una escuela en el monte santiagueño en la primera elección del '83, el padrón hablaba de 88 personas, votaron 82. La presidente de mesa y a la vez directora de la escuela, me decía como disculpándose, que faltaba una persona porque "estaba preso, por borrachín, usted sabe cómo es eso por acá, y cinco que están haciendo changas en Mendoza. Son buena gente que busca trabajo, ojalá Dios y la virgencita los traigan de vuelta". Las estadísticas señalan que en aquella década, más del 85% del padrón votó en las elecciones de 1983 y 1989.

Pero en la política, los políticos, se fueron transformando en una extraña clase de monstruos que nos llevaron al desencanto, y si sumamos las crisis económicas, éstas también afectaron el amor al deber cívico. En 2025 apenas roza el 50% de asistencia —según el Centro de Investigación para la Calidad Democrática—, la participación cayó entre 5 y 10 puntos porcentuales por década desde el retorno democrático. A eso hay que sumar el crecimiento sostenido de los votos en blanco, los nulos y la abstención. Tal es así que en varias elecciones desde 2003, la suma de quienes no votan o no eligen a ningún candidato supera a los frentes políticos más votados, convirtiéndose en la expresión más fuerte del electorado. Sale con fritas el partido del desencanto.

En la lucha por mantener el cargo, y no por la solución a la problématica ciudadana, los políticos desdoblan elecciones, así surgen las legislativas o provinciales con escasa participación que sólo generan gastos excesivos, y la pobreza estructural, el desempleo y la inflación, generan un clima de frustración que se traduce en indiferencia hacia el sistema político. Bien lo explica Sergio Sinay en su artículo que publicamos ayer en el dominical Quiénes & Por Qué; "La disputa, la negociación, la transa por porciones de poder. No importa el precio, no importa qué o a quién a quién hay que vender. Como al perro de Pavlov, cuando hay elecciones se les activan las glándulas salivales. Huelen la posibilidad de un lugar en las listas, un cargo o una porción suculenta de poder, según sea el caso. Y esto vale para todos, en esto se hace difícil, cuando no imposible, diferenciarlos. Algunos, la mayoría, nunca pretendieron ser otra cosa, y si alguien les creyó cuando declararon probidad, honestidad moral y otras virtudes, que se haga cargo de su ingenuidad o su fingida demencia. Otros llegaron con un discurso antipolítico con la promesa de terminar con lo que llamaron 'la casta' y les alcanzó con un año y medio de gestión para mostrar que, además de pactar con aquello que venían a eliminar, crearon una nueva casta, más procaz, más precaria en sus contenidos ideológicos, más desfachatada en su absoluta indiferencia ante las consecuencias dolorosas y extendidas que sus decisiones provocan en vastos sectores de la sociedad. Como si actuaran a partir de un resentimiento añejo y profundo que proyectan a través de sus palabras y acciones. Un peligroso revanchismo que convierte traumas personales en males sociales". Así, con total crudeza.

Venimos de gobiernos corruptos, de ladrones, escasos de valores éticos, inmorales, sino, miremos a los presos que tenemos con tobillera electrónica, a los imputados, y sospechosos, son todos ricos, qué ricos, multimillonarios son, mientras nosotros raspamos las ollas para llegar a fin de mes. Y me quedo con algo que escribió Eduardo Aulicino y replicado en varios medios; "Como si fueran postales de corrupción, el caso Spagnuolo recrea imágenes de alto impacto político y social, desde una máquina de contar billetes en la casa del exfuncionario hasta sobres con miles de dólares en el auto del empresario involucrado. Y por eso mismo, sacude al Gobierno en la línea más sensible de su discurso -es decir, la batalla contra la 'casta'"-.

Y de tortuga a liebre

Este caso, como todos sabemos, escaló de manera vertiginosa. Y yo digo, ¡por fin! La Justicia se despertó y corre más rápido que Colapinto, porque desde unos audios, a una denuncia, y de esa denuncia a inmediatas medidas ordenadas por el juez Sebastián Casanello, pasaron solo 48 horas. En el sitio Chequeado, y allá por el año 2016, encuentro un artículo sobre el juez Casanello, donde señala lo siguiente: "Si uno busca los estudios sobre la demora en las causas de corrupción, el tiempo promedio de la instrucción es de siete años. ¡Siete años! A mí me llamaban tortuga a los pocos meses de haberse iniciado esta causa. Y es una causa que con tres años ya tiene varios procesamientos". A esto lo dijo en una entrevista con La Nación al referirse a la presunta lentitud en la investigación de la causa por lavado de dinero que involucraba al empresario Lázaro Báez.

Es decir que los procedimientos contra el exfuncionario Spagnuolo, tardaron pocas horas, y en el caso de "La Rosadita" y Vialidad y otras tantas dando vueltas, todavía están en "etapa de instrucción". La instrucción es la etapa de una causa en la que el fiscal y el juez investigan el presunto delito cometido, recolectan pruebas y, posteriormente, el magistrado decide si procesa o sobresee a el o los imputados o dicta su falta de mérito. Si un juez decide un procesamiento y eleva la causa a juicio oral, se finaliza la etapa de instrucción y es un tribunal oral el que debe analizar las pruebas recolectadas en primera instancia y producir otras para determinar si hubo o no delito. 

Los políticos no tienen letra. Repiten el mismo estribillo durante años y años hasta con distintas camisetas, vendiendo mentiras comprobables con la única razón de seguir ocupando cargos, y si se van por dos años, nos juran y rejuran que ahora quieren volver, más sanos, más limpios, más buenos que Hijitus, pero más ricos, y que solo piensan en el bienestar de los votantes. 

Para que la gente vuelva a la normal concurrencia del 85% por el deber cívico de visitar las urnas, deberán volverse los políticos, en precoces cumplidores de sus promesas. Como hizo el juez Casanello, que de un promedio de siete años, bajó a siete minutos. De aquella tortuga, pasó a ser liebre de golpe. Anoten eso, porque la línea que nos lleva al desencanto, se acentúa cada vez más. 

Y en mi pueblo, ejemplos sobran.





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