LOS DEFENSORES DE LOS MALOS MODALES

OPINIÓN

Hay quienes piensan que los "malos modales" del presidente Milei son positivos para imponer su autoridad y así llevar a cabo las transformaciones. Son los que creen que una política de "buenos modales" implica claudicar frente al kirchnerismo y al resto de la casta. Bichos raros


Por Carlos Salvador La Rosa

Existen muchas personas liberales en el sentido republicano e institucionalista que votaron a Milei pero que no le justifican todo lo que hace: “Me gusta la orientación con que está llevando la economía”, dicen, “pero no comparto esa política tan agresiva y tan sectaria donde insulta y se pelea con todos, incluso con aquellos que tienen (sean muchas o pocas) coincidencias con él, por lo cual genera divisiones innecesarias”, finalizan los defensores críticos del presidente.

Pero ahora, en coincidencia con la sumisión cada vez más humillante del PRO a las exigencias de rendición total de LLA, quizá para justificar tamaño despropósito, ha aparecido una nueva categoría de conversos, viejos simpatizantes del macrismo que defienden y justifican los insultos y los malos tratos de Milei porque creen que “los buenos modales” son unos de los principales obstáculos para llevar a cabo una política transformadora.

Uno de ellos es un ex funcionario del macrismo, Hernán Iglesias Illa, que lo explica con las siguientes palabras:

“’La grieta’ es una categoría de análisis que nunca me gustó…. Los que más negocio hicieron con la grieta fueron quienes la denunciaron: los políticos de anchas (o angostas) avenidas del medio, los analistas y periodistas equidistantes, los think tanks de voz neutra, los empresarios que se juntan una vez al año para reclamarle cosas a la política. Durante años –de 2011 a 2023, por poner fechas– cada vez que alguien necesitaba opinar de política y sentirse inteligente, pero a la vez no correr ningún riesgo, decía que la grieta era el principal problema de la política argentina y que nuestros políticos, en lugar de pelearse, debían sentarse a conversar, a negociar, a encontrarse a mitad de camino… La reacción de los que fuimos parte del macrismo (2015-2019), con respecto al kirchnerismo anterior, no fue hacer antikirchnerismo sino diferenciarnos a partir de los modos, los gestos, fundar una nueva cultura política más serena y más abierta. Esa era la intención, pero como acuñó inolvidablemente mi amiga la diputada Daiana Molero, ‘igual no te van a querer'. Pero eso quizás lo aprendimos demasiado tarde”.

Vale decir, según Iglesias Illa, Macri presidente se equivocó porque se diferenció del kirchnerismo sólo por las formas, los modos y no por el fondo. Además, los que criticaban la grieta lo hacían porque querían consensuar con el kirchnerismo en vez de enfrentarlo. Lo cual es harto discutible. Porque la grieta la creó el kirchnerismo, copiando al primer peronismo.

Por su lado, el economista liberal Alberto Ades es aún más contundente en atacar la política de los buenos modales y defender la de los malos modales de Milei. Así lo dice:

“El grito no es solo un exabrupto emocional: también es una herramienta de poder. No se grita solo por indignación: se grita para gobernar. Su discurso no busca convencer a los escépticos, sino reforzar la identidad épica de quienes lo siguen. El Congreso se convierte en un escollo a sortear, no un espacio para alcanzar consensos. Y las redes se constituyen en el campo de batalla. Su audacia no nace del desorden propio de un outsider, sino del cálculo de quien está convencido de que la inercia histórica no se quiebra con buenos modales”.

En opinión de Ades, el error político central de los que se enfrentaron al kirchnerismo antes de Milei fue la tibieza, la búsqueda de consensos, los buenos modales. Por la tanto, hay que defender los insultos, los gritos, la grieta, las agresiones de Milei porque son una forma más eficaz de hacer política para enfrentar al kirchnerismo. Y, para colmo, en vez de buscar aliados críticos, hay que reforzar la identidad de los fanáticos. Se ve que Ades, quien vive en EE.UU., no conoce muy bien quiénes y cómo son los fanáticos del mileismo. Gordo Dan, dixit.

Para tales bellas almas defensoras de los malos modales, éstos son imprescindibles para llevar a cabo la transformación del país. Según esta rara interpretación, el insulto o la agresión no son ni insultos ni agresiones, sino que forman parte de una política necesaria. Primero gritemos, y cuando todos se disciplinen, allí volvamos a la institucionalidad y a los buenos modales, vienen a decirnos. Mientras tanto, consideremos al Congreso como “un escollo a sortear”. Y defendamos la grieta, porque si la criticamos estamos claudicando frente al kirchnerismo.

Sin embargo, estos argumentos adolecen de graves defectos conceptuales e históricos. La crítica a “la grieta”, palabra que con justeza popularizó Jorge Lanata, no hablaba de consensuar con el kirchnerismo, sino que criticaba su política de amigo-enemigo, el poner a todos contra todos, el conflicto a todo o nada como forma de hacer política, la guerra total contra la prensa independiente, el adoctrinamiento ideológico…. Vicios que no ocurrieron durante la época de Alfonsín ni de Menem pese a ser ambos tan distintos en sus personas y sus políticas. Tampoco con Macri. Pero con los Kirchner y los Milei agrietar devino en la forma principal de hacer política.

Defender los insultos y la grieta por esta nueva vertiente de “institucionalistas de los malos modales” es una forma de “racionalizar” la parte populista de Milei por la cual éste se vive enfrentando no tanto con el kirchnerismo sino particularmente con los que, aun teniendo diferencias, lo quieren ayudar a que le vaya bien. A quienes enfrenta por su afán de querer quedarse con todo para él solo, como intentan siempre los populismos, de cualquier ideología.

El primer peronismo, el clásico, sostenía consignas como “no debe quedar en la Argentina un solo ladrillo que no sea peronista". O aún peor: “Al enemigo ni justicia".

El peronismo kirchnerista actualizó esas consignas con otras similares: “Vamos por todo”, era la central. Y la política se definía como un conflicto entre amigos y enemigos, jamás entre adversarios. Por lo que se buscaba “la hegemonía”, o sea el predominio exclusivo, y de ser posible único, en la conducción del país.

Muchas de esas ideas también las comparte, con otras palabras, el mileismo: en particular cuando quiere alianzas que sean rendiciones y cubrir, según las propias palabras de Karina Milei, con el color violeta a todo el país (¿no es eso lo mismo que “el vamos por todo K”?). Por otra parte, el que no se transforma en mileista o el que no se entrega cediendo todas sus banderas, deviene enemigo. Peor que el peronismo clásico y el kirchnerismo, el mileismo afirma que la justicia no sólo se le debe negar al enemigo, sino también al amigo. Porque en realidad, para el mileismo no hay amigos, sino solo obsecuentes y todos los demás son enemigos. Hasta a los macristas, que ya no saben qué hacer para quedar bien con el gobierno, los tratan como a enemigos, salvo que cambien de partido o de camiseta. A todos los gobernadores los acusa de querer destruir al gobierno (“a todos” sostiene Milei, incluso a los que se quieren aliar con él). Como considera enemigos a todos los periodistas que no sean oficialistas. E incluso cualquier miembro del gobierno que tenga la menor diferencia con el presidente o su hermana, es eyectado inmediatamente de su puesto. O declarado traidor como la vicepresidenta, quien jamás atacó al presidente, sino que tan solo buscó defender criterios propios, pecado mortal en el actual oficialismo.

A todos ellos Milei los insulta de modos inimaginables, como no existe memoria en la Argentina de que lo haya hecho, ni siquiera parecido, otro presidente. Pero, para peor, lo suyo son mucho más que malos modales, son malas políticas, son cuestiones de fondo, no de forma. Además, ese prejuicio de que a Macri le fue mal por los buenos modales y a Milei le está yendo bien por los malos modales, es una enorme tontería. Las causas son mucho más profundas.

Milei, en tanto presidente es un hombre de dos caras contradictorias: por un lado, está intentando aplicar en Argentina el liberalismo económico exitoso en cualquier país desarrollado de Occidente, pero lo hace con la misma lógica política kirchnerista.

Eso se debe a que él y sus principales asesores políticos piensan que, así como el kirchnerismo era horrible en su economía, en cambio su populismo político es lo que le permitió ganar en cuatro periodos, pese a que quebró materialmente al país, mientras que el macrismo liberal -por su tibieza económica y por su republicanismo de buenos modales, argumentan- no pudo pasar de un solo periodo. Por lo tanto, hay que repudiar la economía K, pero rescatar su modo de hacer política. Su asesor Agustín Laje no se cansa de repetir tales ideas de copiar del enemigo económico e ideológico (llámese peronismo o comunismo) sus metodologías políticas.

Lo más rescatable del mileismo es el estar demostrando mayor firmeza en sostener las convicciones económicas que la que tuvo Menem cuando se dilapidó todo en el intento de su segunda reelección y que la que tuvo Macri cuando eligió un camino de gradualismo que quizá no detectó la profundidad brutal del destrozo con que el kirchnerismo dejó al país (y que terminarían de finiquitar cuando derrotaron a Juntos por el Cambio y subió el trío de los dos Fernández y el inefable Massa).

Pero lo menos rescatable del mileismo está en creer que de lo que se trata es de adoptar las actitudes políticas con las que el kirchnerismo se mantuvo en el poder aún mucho después de su fracaso económico, que como no podía ser de otro modo, terminó con la implosión de 2023.

Es que el liberalismo económico con el populismo político, tarde o temprano lo más probable es que se den de bruces. Esas síntesis "contra natura" sólo tienen éxito en dictaduras políticas económicamente liberales o capitalistas, a lo Pinochet o a lo China. No en las democracias liberales en serio, a las que el gobierno dice aspirar donde el liberalismo es integral, tanto en lo económico, como en lo político, como en lo cultural o ideológico.

Lamentablemente, en política, Milei se deja influenciar mucho por los Santiago Caputo, los Agustín Laje, los Nicolás Márquez, o los impresentables trolls del gordo Dan que defienden el cierre del congreso y sacar los tanques a las calles, pese a lo cual los principales popes del gobierno, incluido el propio presidente, se la pasan visitando sus streamings y haciéndose entrevistar por esos delirantes, en vez de denunciarlos por amenazar al sistema democrático.

Son esas actitudes las que malquistan a Milei con todos los que necesita y que están dispuestos a acompañarlo porque en general comparten sus ideas económicas, aunque no su intento hegemónico de querer quedarse él solo con todo. Los que apoyan al presidente con visión institucionalista, no quieren que vuelva, con otros disfraces, el país menemista donde los tres poderes del Estado estaban encabezados por los dos hermanos Menem y por el socio del estudio jurídico de ambos hermanos, ni el país kirchnerista donde además de la corrupción infinita, se atacaba al consenso y se defendía el conflicto, se buscaba la hegemonía en vez del pluralismo, se agrietaba todo lo que se podía, se odiaba y atacaba a la prensa independiente, etc., etc.

En síntesis, dentro de una democracia republicana, aún magullada, como lo es la Argentina, la combinación de liberalismo económico y populismo político muy difícilmente funcionará. Con buenos o con malos modales.

LOS ANDES




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