OPINIÓN
Dictum de Acton significa “El poder corrompe y el poder absoluto corrompe absolutamente” y la frase fue dicha y escrita como pensamiento de análisis filosófico allá por el año 1887 por el historiador católico y escritor británico John Emerich Dalkberg Acton
Por: Rubén Lasagno
Para explicar su teoría, absolutamente precisa y demostrable a lo largo del tiempo y la humanidad, Acton definió su idea de la siguiente manera: “No puedo aceptar su doctrina de que no debemos juzgar a un Papa o a un Rey como al resto de los hombres, con la presunción favorable de que no hicieron ningún mal”.
“Si hay alguna presunción es contra los ostentadores del poder, incrementándose a medida que lo hace el poder. La responsabilidad histórica tiene que completarse con la búsqueda de la responsabilidad legal. Todo poder tiende a corromper y el poder absoluto corrompe absolutamente. Los grandes hombres son casi siempre hombres malos, incluso cuando ejercen influencia y no autoridad: más aún cuando sancionas la tendencia o la certeza de la corrupción con la autoridad”, escribió el historiador inglés.
Esta idea del siglo XIX remite a la vieja frase de Juan Domingo Perón cuando desde un video dijo “El hombre es bueno, pero si se lo controla, es mejor” y hace referencia a la naturaleza humana de caer en las tentaciones por dominar al otro y enriquecerse, en la medida en que gana y acumula poder. Y ese poder, no solo está centrado en un presidente, un juez o un gobernador, abarca a la humanidad en general y al poder que cada uno puede ostentar (grande o pequeño) en relación a las funciones que cumpla.
Un portero tiene poder cuando decide quién pasa o no al edificio, un colectivero tiene poder cuando decide si para o no en una terminal para levantar un pasajero; un contador tiene poder en el mano, sobre los números de una empresa; un periodista cuando critica, investiga y expone una historia, un juez lo tiene cuando decide condenar a una persona; un presidente cuando toma decisiones fundamentales para la nación, un Gobernador para el futuro de una provincia y aquellos acomodadores del viejo cine o teatro, cuando decide qué bucata asignarte y el lugar de la sala desde la cual verás la película o la obra. Todos, en cada segmento de nuestra actividad, tenemos poder.
El hombre debe ser controlado
Y todo remite a una tercera frase de Confucio que hace referencia a la base existencial del propio ser humano y es concordante con las de Acton y Perón: “Si quieres conocer a un hombre, dale poder”.
Esta premisa infiere que cuando un hombre tiene algún grado de jerarquía sobre otros, aflora en su personalidad “el verdadero yo” y es así que un correcto, fiel y honesto compañero de oficina, puede transformarse en un autoritario con sus propios ex compañeros de años, cuando en una empresa u oficina pública (por ejemplo), es ascendido al rango de jefe o cuando un cuadro político de cualquier partido sube meteóricamente en la escala de una organización y llega a cargos institucionales o gana elecciones que, como sucede con los intendente, concejales, diputados, senadores, gobernadores y presidentes, los posicionan con un poder especialísimo sobre el resto de los habitantes de una ciudad, provincia o país. Y aquí está el punto de discusión: el control.
La necesidad de que cada uno que tenga poder esté controlado, hace al sano principio de la ecuanimidad y debería funcionar como limitante para que el ser humano no se corrompa, no se desvíe del camino de la verdad y funcione de manera correcta en virtud de la responsabilidad concedida al servicio del otro; pero no es así.
La experiencia humana y la argentina y provincial en nuestro caso, nos deja una premisa bien clara: que realmente, como dijo Confucio, al verdadero hombre o mujer público lo conocemos por lo que eran antes y lo que resultaron después. Es éste, el núcleo del dicho popular que se refiere a los políticos en general y señala “Cómpralo por lo que vale y véndelo por lo que dice que vale”.
Esto que venimos desarrollando, nos lleva a confirmar la hipótesis de Acton, quien pensaba que el poder corrompe y el absoluto corrompe absolutamente. Si uno sobrevuela los presidentes argentinos y mira el modelo libertario, el kirchnerismo, el macrismo y hasta diría la experiencia del radicalismo en el advenimiento de la democracia, se dará cuenta que la frase del británico no es un pensamiento, es una sentencia exacta y fenomenal.
Y en cuanto al dicho del General Perón, frase que “los peronistas/kirchneristas” mencionan en los discursos pero ninguno cumple, sin duda, cualquier hombre con poder, por más bueno que sea, si no está controlado, se puede transformar en la peor pesadilla para los gobernados o administrados por él.
Modelo santacruceño
En Santa Cruz hemos conocido y conocemos a muchos hombres y mujeres que han cambiado diametralmente cuando llegaron al poder y se sintieron omnipresentes, intocables y dueños de la cosa pública; se enriquecieron (y se enriquecen) en esa función pública conferida, perdieron la empatía, cambiaron de estatus social y contradijeron en la práctica, cada una de las promesas que dilapidaron en campaña. Y todo ello porque cuentan con dos actores fundamentales en toda esta trama: la falta de controles y la impunidad, ésta última, en parte y producto de la primera, deviene de la justicia, la cual incumple su función específica y es el factor primordial que explica la existencia y persistencia de los corruptos en el poder, lo cual perdura, debido a la falta de castigo.
Por ese motivo, es que los gobernantes piden “cambiar los organismos de control y la justicia”, pero no para mejorarla y hacerla independiente, sino para ponerla a sus órdenes y servicio.
Y aquí entra en juego la comprobación fáctica de la otra sentencia: la de Confucio, que nos ha permitido conocer “el verdadero yo” de cada uno de los que se venden como buenos en campaña y resultan ser un fiasco en el ejercicio del poder y avala sustancial y definitivamente la sentencia de nuestro título: el poder corrompe.
(Agencia OPI Santa Cruz)

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