EDITORIAL
Pero como él decía; peronista de Perón
Por Walter R. Quinteros
Y había comprado muebles estilo provenzal para el comedor, una mesa que al desplegarse, entrábamos 12 personas, sillas, aparador y bahiut. El bahiut tenía tres amplios cajones, el de arriba, era para guardar manteles y servilletas para fiestas o acontecimientos importantes. El del medio, mi madre dispuso que sea para guardar los cubiertos que se emplearían en esas ocasiones especiales y, en el de abajo, había de todo un poco, como pequeños adornos descoloridos o álbumes de fotografías. Los amplios compartimientos laterales eran una fiesta, el de la izquierda era música, discos de pasta y vinilo, long play, simples y colecciones de clásicos hasta los de última moda. El de la derecha todos los libros del mundo. Sobre el bahiut, y pisando viejas carpetitas de hilo tejido al crochet, descansaba algún florero, adornos típicos de aquellos años y, el busto en bronce del general Perón. Tome. Perón solo, nada de Evita ni de nadie más. Papá era peronista de Perón. Trabajaba en el Ferrocarril y llegaba a casa a eso de las dos de la tarde, almorzaba con mamá.
Les hablo de los años sesenta. Cuando las cocinas eran amplias y las usábamos diariamente para todo. Los mejores coscorrones, certeros y sutiles por no hacer bien los deberes, los recibí siempre en la cocina. Ahí estaba la radio. Mamá escuchaba el radioteatro después de almorzar, yo hacía la tarea escolar y mi padre encendía la pipa, se iba al comedor, ponía el combinado a volumen bajo y leía el diario Córdoba, o Los Principios. Después de esa ceremonia recién se quitaba el saco y la corbata, hacía una siestita con mamá y yo me escapaba por el pasillo con mi pelota de fútbol.
"Los años pasan volando", me decía un piloto de avión cuando nos atábamos el paracaídas y nos disponíamos a hacer un vuelo de navegación en escuadrilla, mucho tiempo después. Me dijo eso cuando le recordé que él había sido uno de mis oficiales instructores. Y hablábamos de nuestras infancias en pleno vuelo, a veces rasante, a veces en altura. Su padre, me decía en pleno vuelo, también había sido peronista de Perón. Tanto el suyo, como el mío, estaban algo decepcionados. Al aterrizar, llenamos la planilla de vuelo y devolvimos los paracaídas.
Papá se jubiló cuando Menem era presidente. Yo vivía en Capital Federal, hoy CABA, nos hablábamos una vez a la semana, casi siempre era por el estado de salud de mi madre. Lo vistaba tres o cuatro veces al año, en su nueva casa en Córdoba, flamante, moderna, pero con aquellos viejos y lustrosos muebles provenzales. Un día no encontré el busto de bronce de Perón, más o menos de 7 o 10 cm de alto sobre el bahiut, mi madre me dijo que papá se había enojado con las medidas de Menem y se las tomó con Perón, "lo guardó en el cajón de los manteles".
Almuerzo o cena importante en que había que utilizar los largos manteles blancos con sus servilletas alojadas en el primer cajón, se oía el tropel del bronce sobre la madera. Mi humor: "Hola mi general". Al cerrar el cajón, se oía el tropel del bronce sobre la madera. "Hasta luego mi general". Mi padre, con saco, corbata y pipa se reía, y me decía que ya no había más peronistas, que "estos de ahora solo usan su nombre para sus tramuyos". Les estoy hablando de los primeros años de la década del noventa.
Lo que quería, era escribir sobre esta especie de intriga política actual y, saber a quién le conviene en este año electoral, que la expresidente, Cristina Fernández viuda de Kirchner, tenga una especie de protagonismo. Es como escuchar los viejos radiodramas de Jaime Kloner y Ana María Alfaro. Así, un poquito de suspenso por día, "a saber" —decía el señor del almacén cuando sumaba la libreta y mirándome con cara de póker— es tanto, pibe. Yo sacaba el dinero del bolsillo de mi pantalón cortito, bolsita de los recuerdos, y le entregaba el dinero que me había dado mamá. Pero volvamos a la radionovela política nacional.
Un día, no podemos almorzar esperando la sentencia en contra de Cristina. Al siguiente, no podemos almorzar esperando saber si es cárcel común o domiciliaria. Al siguiente, tampoco podemos almorzar tranquilos esperando saber si es prisión domiciliaria con tobillera electrónica o a cuerda. Después, si puede salir al balcón o no, si la reemplaza su hijo el lomo virgen o no, si aparece Massa, mas vale perderlo que encontrarlo, o no, o le dan todo el poder al rey de los sinónimos y antónimos argentinos, un tal Kicillof, o no. Que la dejen ir al baile sola, o no. O que se dedique a ser abuela, pero eso no es su naturaleza.
¿A quién le conviene?
El tiempo pasa volando.
Faltan pocos días para el cierre de listas para las elecciones bonaerenses.
Faltan cuatro meses para los comicios legislativos nacionales de octubre.
La "lapicera" no aparece.
Esto no es el peronismo de Perón. ¡Qué grande sos! cantaba Piero Bruno Hugo Fontana, más conocido como Hugo del Carril, desde un simple del sello Magenta, que papá ponía mientras podaba el limonero del fondo.
La voz del presentador del radiodrama de Kloner y "la estrella de su corazón", Ana María Alfaro, abre los siguientes interrogantes:
¿Se pondrán de acuerdo los actores del PJ?
¿Se fortalecerá el peronismo con los auténticos peronistas de Perón?
¿Quién conocerá la doctrina del general?
¿Se caerá el kirchnerismo?
¿Por qué hay "alguien" que impulsa la centralidad en Cristina?
Yo me pongo los botines Sacachispas, ato los cordones con un nudo espectacular. Prendo los botones de mi camisa blanca cruzada con una banda roja. Mamá entra al dormitorio, papá le pregunta ¿Y?, ¿se convirtió en lobo el Nazareno ese? ¿Y el "Hormiga negra"?
¿A quién le conviene que Cristina viuda de Kirchner siga siendo "la estrella de sus corazones"?
Y ese supuesto "ejército" llamado La Cámpora, ¿no tiene otro líder que no esté imputado?
¿Quién saca provecho?
¿Quién a río revuelto gana como pescador?
Creo, no se, sospecho, intuyo, que sin abrir el primer cajón del bahiut de mis padres, el busto de bronce del general Perón va y viene solo golpeando su gorra contra la madera.
Porque ya no hay más, peronistas de Perón.

genial como siempre
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