TIERRA DEL FUEGO Y EL MITO DEL "INDUSTRICIDIO"

 OPINIÓN

Competir también es amar la tierra que habitamos

By Iván Nolazco 

Allí donde el mapa se curva hacia el fin del mundo y los vientos del sur cargan siglos de historia, Tierra del Fuego vuelve a ser escenario de una discusión crucial. La reciente protesta contra la reducción de aranceles a las importaciones electrónicas encendió una palabra de alto voltaje emocional: industricidio. El término sugiere una catástrofe provocada, una industria asesinada a sangre fría. Pero a veces, lo que se percibe como muerte es solo el fin de un ciclo. Como bien advirtió Michael Porter: “Las industrias que no se enfrentan al cambio, se condenan a la irrelevancia.”

Tal vez no estamos asistiendo a un crimen económico, sino al nacimiento de una oportunidad histórica.

El fin del privilegio permanente

Desde 1972, la industria fueguina ha gozado de un régimen de promoción que incluye exenciones impositivas y arancelarias. Este esquema, pensado originalmente como motor de desarrollo en una región lejana y vulnerable, se ha transformado con los años en una suerte de incubadora permanente.

El problema es que proteger sin exigir, subsidiar sin rendición de cuentas, termina por debilitar. Actualmente, el costo fiscal anual supera los mil millones de dólares. Y muchos de los productos que se ensamblan en la provincia se venden a precios hasta tres veces superiores a los del mercado internacional. ¿Puede sostenerse indefinidamente un modelo donde la eficiencia y la innovación no son condiciones para competir?
Sin competencia no hay evolución

El temor a perder empleos es legítimo. Pero más legítimo aún es preguntarse si un modelo sostenido por subsidios eternos y sin incentivos reales al crecimiento puede garantizar empleo digno y sostenible en el tiempo.

La experiencia internacional es clara: economías que apostaron a la apertura, como Chile o Nueva Zelanda, diversificaron su matriz productiva, aumentaron su productividad y generaron mayor bienestar. En Brasil, por ejemplo, la apertura gradual de sectores tecnológicos en la década de 1990 obligó a muchas empresas a modernizarse. Si bien algunas no sobrevivieron al cambio, muchas otras adoptaron procesos más eficientes, incorporaron innovación y comenzaron a exportar competitivamente. El resultado fue una industria más sólida, no más débil.

La economía, como la vida, es movimiento. Resistirse al cambio muchas veces es una forma de quedar atrás.

Reinvención, no resistencia

Tierra del Fuego tiene recursos valiosos más allá de su ensamblaje industrial: una ubicación estratégica, bellezas naturales sin igual, potencial logístico, y capital humano que puede adaptarse y crecer.

En lugar de blindarse al cambio, las empresas locales podrían diversificarse hacia sectores como el turismo sostenible, los servicios portuarios o el desarrollo de software. Para eso necesitan libertad para innovar, inversión inteligente y un entorno que premie la productividad, no la dependencia.

El verdadero sentido de la soberanía

Algunos sectores presentan esta apertura como una entrega a intereses extranjeros o a mandatos de organismos internacionales. Pero la verdadera soberanía no se construye desde la debilidad estructural, sino desde la autonomía productiva.

La verdadera soberanía se construye con industrias que no dependan del Estado, sino que lo fortalezcan con innovación, empleo real y exportaciones. Con la creación de marcas propias, el desarrollo sostenido de micro mercados y una inteligencia comercial que permita leer el mundo más allá de nuestras fronteras.

Depender de subsidios eternos es, en realidad, una forma de fragilidad. Si la industria electrónica fueguina desaparece, no será por la competencia global, sino por no haber sabido adaptarse a tiempo. Apostar a otras actividades con ventaja comparativa —como el turismo antártico, la logística austral o la economía del conocimiento— podría ser más soberano y estratégico que mantener estructuras ineficientes a cualquier costo.

Competir no es abandonar. Es confiar. En los empresarios, en los trabajadores, en la capacidad de una provincia para hacer más que sobrevivir: para transformarse.

Hoy Tierra del Fuego enfrenta un dilema profundo, pero también una posibilidad enorme. ¿Seguir defendiendo un modelo que ha perdido dinamismo, o dar el paso hacia una economía más abierta, más productiva y más justa con sus propios consumidores?

La respuesta no está en sostener mitos, sino en construir realidades. Y si algo nos enseña la historia fueguina es que siempre ha habido coraje para habitar el límite. Ese mismo coraje puede guiar esta nueva etapa. Porque competir, cuando se hace con propósito, también es una forma de amar la tierra que se habita.

(Tribuna de Periodistas)





Comentarios