NOSOTROS, LOS NINGUNEADOS

 OPINIÓN

De eso tenemos que hablar, de nosotros

Por Walter R. Quinteros

Alguna vez, vamos a tener que hablar de nosotros. Pero no para alimento del chisme de la chusma. De nosotros, los que al amanecer ponemos la pava para tomar unos mates con pan de ayer. Los que despedimos con buenos deseos a los que van a trabajar. Los que salimos a hacer las compras bajo este sol tremendo que nos acerca este verano infernal que nos seca hasta las lágrimas. Los que acudimos llenos de interrogantes al médico. Los que sonreímos ante las escasas alegrías. Los que nos conformamos con nada, con tal que quienes queremos, puedan estar bien. 

Alguna vez, como antes, sacaremos las sillas a las veredas en el frescor de las tardecitas y hablaremos de nosotros, los ninguneados. Los que tenemos calle de tierra con pozos y baldíos tapados en yuyos como todo paisaje. Los que vemos a los perros correr tras las motos y los autos como toda diversión. Los que resignados pedimos a los dioses que llueva un poco para calmar tanta sed, nuestra y ajena, mientas nos restregamos los ojos cansados.

De nosotros los ninguneados, de eso tenemos que hablar. 

Porque debemos dejar de ser los giles que solo contribuyen a las arcas para que los señores que dicen ser funcionarios desplieguen su manifiesta ineptitud, su desidia e inacciones bajo el aire acondicionado que entre todos los contribuyentes les hemos comprado. Para que dejen de mirarnos no como posibles futuros votos, sino por lo que somos, ciudadanos que votan. Porque hasta parece que para ellos somos apenas unos indigentes, ponele, mitad indios y mitad gente. Algo así, coso. Cero respeto nos tienen.

Porque ellos los políticos, solo hablan con cierta torpeza y desenfado, de cargos que quieren ocupar, de arreglos espurios, de listas conformadas por chorros, maquiavelos y estafaos, contentos y amargau, ñoquis y dublé, como dice Discépolo. Porque hablan sin tapujos y con total descaro de acomodarse, de jugar con cualquier camiseta de cualquier color. De seguir mamando la teta del Estado a como de lugar. La Patria, vos, yo, los ideales, la conchinchina y la cosa de mi hermana, les importa un bledo. Piden que les sobemos la quena, nos tratan como ciudadanos del país del ninguneo. Y, como dice Cachanosky, los cargos públicos son sus ideales.

A ellos no les importa si hay escasés de laburo o nos rodea un halo de tristeza y decepción que no nos permite conciliar el sueño. Solo piensan en el curro, el suyo. En los negociados entre amigos. En pactos re mafiosos. Sólo les importa ser candidatos a algo, porque ese algo tiene un  sueldito de más de 7 millones mensuales para decirnos que les sobemos la quena. Y así, sin forzar la máquina, nos ningunean.

Alguna vez vamos a tener que hablar de nosotros. Que no llegamos ni a palos a la cifra del millón de pesos para no ser pobres según datos de este mes. Tenemos que hablar de nosotros, los que nos conformamos con tan poquita cosa, con casi nada. 

Tenemos que sacar las sillas a las veredas y hablar de los sueños que nos quedan. De volver a juntar las mesas familiares un domingo cualquiera. De las oportunidades que se nos fueron. Que nos robaron. Y aunque suene a desafío, tenemos que hablar de nosotros.

Porque nosotros, desde el regreso de la democracia, los hemos elegido. Y ellos siguen, cambian el disfraz y siguen. Y debemos preguntarnos qué carajo pensamos hacer para deshacernos de esta pandilla de oportunistas, trepadores, canallas y ambiciosos que desbordan palabras sin valor. Que te salpican la cara con su saliva rancia desde sus boquitas pintadas y trajes caros. Sin valores, sin ética. Haciendo gala de sus diccionarios completos de groserías, y erigiendo sus murallas de soberbia, como bien dice el escritor y periodista Osvaldo Bazán.

Me asomo a la calle donde vivo. 

Es la más céntrica de mi pueblo, la doctora vecina riega las plantas de los macetones, el gitano que compra todo señora, vocifera desde los parlantes de la camioneta, que compra todo, señora. Los chicos empleados de los comercios gastronómicos cuelgan sus mochilas llenas de sueños y salen a barrer las veredas, sacan mesas y sillas, encienden los hornos, pican cebolla, llenan las heladeras. Emilse y otros más ofrecen churros, Federico y otros más ofrecen pollos asados. Cristian ofrece turrones y alfajores casa por casa. Andrea ofrece empanadas sin aceitunas porque aquí donde vivo y se hace la Fiesta del Olivo, no se usa agregar aceitunas a la carbonada. Marisa descorre las cortinas para que veamos su vidriera. La bicicleta de Domingo, el canillita, descansa en la sombra de la palmera. Luz fue mamá primeriza el 27 de diciembre por cesárea, tuvo un varoncito y desde el 4 de enero atiende sola y espera tras el mostrador de su kiosco, que entren los tan ansiados clientes, su bebé de pocos días, duerme en el cochecito satisfecho por el alimento de la teta, mientras los emprendedores callejeros ofrecen en voz baja su mercadería, como penitentes de una silenciosa procesión.

Nadie escucha las plegarias de nuestra gente.

Y la culpa es nuestra. 

Porque solo hablamos de los políticos y sus excrementos.

Y no de nosotros, los ninguneados llenos de sueños.





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