OPINIÓN
La inflación por lejos, era la principal preocupación de los argentinos hasta hace muy poco
Por Carlos Mira
Si bien la gente se quejaba del aumento de los precios, nunca terminó de comprender bien la lógica detrás del problema que la abrumaba: por un lado que la inflación no es el aumento de los precios sino la pérdida del valor de los billetes que tenía en el bolsillo y, por el otro, que muchas de las cosas que exigía (desde que el Estado se hiciera cargo de todo hasta que el país estuviera blindado a toda competencia comercial extranjera) no hacían más que fogonear aquello de lo que luego se quejaba.
La llegada de Javier Milei, con un ajuste draconiano del gasto y un gradual aflojamiento de la asfixia por encierro, supuso un descenso furibundo de la inflación y, como consecuencia, de su puesto en el ranking de las preocupaciones de los argentinos.
Esos lugares de “privilegio” ahora han pasado a estar ocupados por otras consideraciones que se llevaban los desvelos de los ciudadanos. Entre ellas la que cobra más notoriedad es la de la inseguridad.
En ese terreno, la provincia de Buenos Aires -la guarida preferida del kirchnerismo- es un aquelarre de sobresaltos con los que los bonaerenses se enfrentan cada día como pueden.
Los hechos aberrantes se suceden a diario y cada jornada acaba con la vida de algún argentino inocente (de todas las edades) a manos de hijos de puta para quienes la vida no vale nada. La vida ajena y la vida propia: porque todos ellos se consideran “jugados” y entienden que no tienen nada que perder, aun cuando esa alienación contemple el cercenar el porvenir de los demás.
Esta situación no ha caído del cielo, ni es obra de la casualidad o de la mala suerte. Este es el resultado de un escenario programado con maquiavélica maquinación por una nomenklatura que se propuso pauperizar a tal grado la vida de los argentinos que no dejó de lado, incluso, la posibilidad de construir una forma de vivir que incluyera el hecho de que unos maten a los otros.
Esa nomenklatura supuso (con razón) que, en ese páramo de desasosiego, los argentinos estarían más a merced de ella y que en consecuencia podrían seguir haciendo con ellos los que le viniera en gana.
En efecto, una sociedad con miedo, encerrada, pauperizada, rodeada de barro y desconfianza, sin un sistema de salud adecuado, sometida a un feroz adoctrinamiento en la escuela, tentada por la droga y rodeada de delincuentes apañados desde el poder y romatizados por una intelectualidad y una comunidad “cultural” tilinga y caracterizada por vivir en una nube de pedo, sería un pichón tímido y entregado, en condiciones de ser dominado y llevado de las narices sin esfuerzo.
Ese fue el programa de dominación kirchnerista. Lo logró en gran parte. Lo hizo avanzar mucho y, en la provincia de Buenos Aires, aun lo ejecuta con fruición y crueldad.
Por eso, entre otras cosas, es imperativo remover a esa plaga del gobierno de La Plata: la vida de miles de argentinos va comprometida en ello.
Como con la inflación -de la que todos se quejaban pero no muchos entendían por qué se producía (con lo que seguían votando opciones que, en lugar de resolverles el problema, se lo agravaban)- aquí hay muchos argentinos que se quejan por las condiciones de desasosiego en las que les toca vivir, por situaciones en las que ellos o algún ser querido puede perder la vida, pero siguen votando la lacra que hace posible que esas condiciones no solo perduren sino que empeoren día a día.
Estas contradicciones entre las cosas de las cuales muchos argentinos se quejan y las opciones que luego votan (que invariablemente agravan las situaciones de las que esos mismos argentinos se quejan) deben ser resueltas cuanto antes.
No se puede estar en misa y en procesión al mismo tiempo. Uno no puede quejarse de la inflación y votar al kirchnerismo. Del mismo modo, uno no puede alzar la voz contra la inseguridad y llevar a Kicillof de gobernador, alguien que, como los más rancios marxistas, cree que la revolución debe hacerse con el hampa como ariete.
Entonces, bonaerenses, ustedes que habitan el territorio más inseguro y más salvaje del país (en especial ese cinturón infame que rodea a la capital y que lleva el nombre de “conurbano”) despierten y acaben de entender de una vez que la muerte que los sorprende atrás de un árbol en la cuadra de su barrio no esta desconectada de la “boletita” que, descuidadamente, meten en la urna. Echen de los puestos de poder -a fuerza de millones de votos- a quienes están detrás de los crímenes que los atormentan. Son ustedes los que votan a sus “préter-asesinos”, es decir a quienes no gatillan el revolver que termina con sus vidas, pero que son los que generan las condiciones para que ese asesino final sí lo haga.
Mientras una conciencia colectiva no acabe de entender cuál es la génesis de los problemas, los problemas continuarán. Por décadas los argentinos creyeron (muchos, de hecho, lo siguen creyendo) que el país podia gastar más de lo que producía sin ninguna consecuencia negativa. Así le fue a la Argentina, récord mundial de todos los tiempos de inflación ininterrumpida.
Ahora muchos creen que se puede seguir votando a una manga de desaforados y que eso no va a terminar con un río de cadáveres. Bueno, error: el río esta fluyendo. Hay que dinamitar las causas de su cauce ya mismo. Ahora.
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