OPINIÓN
El presidente celebró su primer aniversario con una imagen medulosamente diagramada para el prime time televisivo. En el Senado, la principal oposición logró marcarle el paso al resto y el oficialismo se enfrascó en una increíble polémica que marca de manera cruel el camino sin retorno en la relación de los que integraron la fórmula presidencial del 56%
Por José Ángel Di Mauro
Con buen tino, muchos interpretaron la presentación del martes 10 de diciembre por cadena nacional como el lanzamiento de campaña de La Libertad Avanza para las elecciones intermedias. En rigor, no es la primera vez que se toma así un acto del presidente: ocurrió cuando la firma del Pacto de Mayo, en la Casa de Tucumán; y también el 15 de septiembre, cuando Javier Milei fue al Congreso a presentar el Presupuesto 2025 (cuya aprobación nunca buscó en serio).
Habrá que entender de una buena vez que, aunque se jacte de lo contrario, este gobierno hace política todo el tiempo; razón por la cual todo lo que emprende lo hace pensando en las elecciones de 2025. Nada le interesa más, y habida su endeblez legislativa, nadie puede cuestionarlo por ello.
Pero esta vez sonó más que nunca como un acto de campaña en el cual, como corresponde, mostró a sus principales figuras: aquellas que aparecerán en las listas, o bien los que tendrán sobre sus espaldas la responsabilidad de sacar adelante la elección.
Ya se sabe que para esta administración, la imagen lo es todo, y no se puede tomar a la ligera que los dos que aparecían en el cuadro de la pantalla casi todo el tiempo, detrás del Presidente, eran Patricia Bullrich y Luis “Toto” Caputo. Por lejos, los principales ministros de esta gestión, si se tiene en cuenta que las dos promesas electorales que privilegió Milei en la campaña fueron bajar la inflación y hacer lo propio con la inseguridad. A la derecha de Milei, como corresponde siempre, estaba la hermanísima Karina, y a la derecha de ella el ascendente Manuel Adorni. Solo en esos dos cuadros podría estar definiendo LLA a las figuras principales -tal vez los candidatos-
de los dos distritos clave de la próxima elección para La Libertad Avanza: CABA y Buenos Aires. Este último el más grande del país, donde seguramente confrontará con Cristina Kirchner, en la reversión de “la madre de todas las batallas”, 20 años después. Y el distrito porteño, donde todo indica que va camino a desafiar a su socio más cercano, el Pro; otra madre de todas las batallas, donde si eso sucede Milei buscará “matar al padre” (en términos políticos, entiéndase bien).
Ese discurso de 40 minutos en el prime time televisivo fue medido, tanto como no se recuerda del Presidente, que no insultó a nadie, salvo una referencia puntual a un “degenerado fiscal” que no citó por su nombre, aunque se refería a Sergio Massa. Al final, ni siquiera remató con el clásico “¡Viva la libertad, carajo!”, para no deshacer en un instante el mensaje eminentemente presidencial que acababa de dar.
Lo cual no implica en modo alguno un anticipo de moderación de Javier Milei. Sin ir más lejos, 24 horas después lucía totalmente desatado ante un auditorio cautivado por sus insultos, en el terreno amigo del programa de streaming “La Misa del Gordo Dan”. Entre otras cosas, en esas tres horas de “Milei auténtico”, dejó una sentencia que vale tener en cuenta siempre, por si alguno todavía no se había dado cuenta: “Yo no olvido ni perdono”, sentenció, y el ¿futuro diputado? Gordo Dan aprobó con un “¡banco!”.
En esa categoría de “enemigos” pareció haber ingresado definitivamente horas después la vicepresidenta Victoria Villarruel, cuando tras el desenlace de la sesión convocada en el Senado para decidir la suerte de Edgardo Kueider, insólitamente el Gobierno consideró “inválida” la misma.
La verdad es que el oficialismo nunca quiso la expulsión del senador entrerriano, por más que en una entrevista el Presidente sugiriera que todo podía arreglarse llamando a una nueva sesión que tendría el mismo desenlace. Porque si hay algo peor que perder un voto propio, como ya había sucedido cuando Kueider quedó preso -sin chances para que alguna vez vuelva a sentarse en su banca-, es que la principal oposición tenga uno más, como sucederá cuando la camporista Stefanía Cora asuma en febrero.
Nada que altere demasiado el andar del Senado, que ya venía frenado los últimos meses con la composición actual. A Unión por la Patria le faltarán ahora 3 senadores para dominar las sesiones, mientras que al oficialismo ya no le sobra nada: aquella mayoría amplia de 39 que Victoria Villarruel logró reunir el año pasado, que le permitió quedarse con los cargos y manejar las comisiones, hoy está en 37, incluyendo a senadores como Martín Lousteau, al que el Gobierno no deja de vituperar cada vez que puede.
Pero vayamos a la sesión del jueves 12 de diciembre, que quedará en la historia porque no es nada habitual que un legislador sea expulsado. De hecho, para encontrar el único antecedente de estos 41 años de democracia habrá que remontarse a 1991, cuando el catamarqueño Angel Luque fue eyectado tras el caso María Soledad. A esta sesión se llegó con la convicción de que no habría vencedores ni vencidos, aunque existía la certeza de que los medios, las redes y la opinión pública despedazarían al Senado después por no haberse puesto de acuerdo en una sanción.
Ya se sabe que nadie tiene los dos tercios en ninguna de las dos cámaras, en estos tiempos de minorías. Y eso es lo que hacía falta, tanto para echar a Kueider, como reclamaba UP para poner de paso a su reemplazo, como para suspenderlo, como querían LLA, el Pro y la UCR. Sucedió que todos llegaron al recinto en modo reflexivo, sobre todo los senadores del Pro y los radicales, más permeables a lo que fuera a suceder el día después de la sesión con un cuerpo que ya fue sometido al escarnio por el aumento de sus dietas.
Hubo un dato que cambió todo: el pedido de desafuero que llegó temprano al Senado, por parte de la jueza Sandra Arroyo Salgado, para proceder luego -extradición mediante- a la detención del por entonces senador. Fue el hecho que modificó la relación de fuerzas y llevó a la convicción de que lo de Kueider no podía quedar en la nada ese día; de lo contrario, todo dependería de la Justicia paraguaya.
Cercana a Rodríguez Larreta, el discurso de la senadora Guadalupe Tagliaferri marcó el camino de lo que venía. Inclusive modificó posturas, como confesó más tarde en su propia intervención el radical Pablo Daniel Blanco. Tras cuestionar duramente al kirchnerismo por ponerse ahora en el rol de defensores de la institucionalidad y la justicia, aclaró que votaría a favor de la expulsión, pero que si no alcanzaban los votos, se quedaría para votar a continuación la suspensión. Y le pedía al kirchnerismo que hiciera lo mismo.
Con el correr del debate, comenzó a madurar la sensación de que la primera opción ganaba las adhesiones suficientes como para imponerse a la hora de la votación, razón por la cual al concluir la lista de oradores pasaron a un cuarto intermedio, para votar de manera ordenada. La Libertad Avanza se inclinó también por la expulsión, pues no podía terminar defendiendo a Kueider.
Esa misma tarde estalló una inquietud que después fue ganando espacio: Victoria Villarruel había estado presidiendo la sesión cuando Javier Milei ya estaba fuera del país. Consultado al respecto por este medio, el jurista Pablo Tonelli advirtió que, de corroborarse, eso sería “una irregularidad grave”, por cuanto es la propia Constitución la que deja claro la división de poderes. Pero él mismo aclaró que no esperaba que eso tuviera ninguna consecuencia, ya que nadie plantearía esa objeción.
Se refería a que no habría voces que fueran a salir en defensa de Edgardo Kueider. Salvo el propio entrerriano, que a través de su abogado hizo una presentación al día siguiente de su destitución, que no pareciera tener destino favorable, pues ya varios constitucionalistas interpretaron que si bien hubo una situación como mínimo “desprolija”, la injerencia de la vicepresidenta fue nula. No le tocó desempatar, como sí sucedió por ejemplo cuando el debate de la Ley de Bases y casualmente Milei debía otra vez viajar al exterior. El Presidente esperó esa vez el tiempo suficiente como para que Villarruel hiciera lo que tenía que hacer y luego le dejó el lugar al presidente provisional, Bartolomé Abdala.
Lo que nadie podía imaginar era que fuera el propio gobierno, con sus trolles, los que salieran a agitar el tema, y que el propio presidente se sumara a declarar nula la sesión. Una señal seria de la gravedad que puede llegar a revestir la relación rota entre el presidente y su vice, con tres años por delante como tienen.
Si de relaciones rotas hablamos, en ese camino parecen andar las relaciones entre LLA y el Pro, cuyo presidente criticó el viernes lo resuelto por el Senado -él, como la mayoría de sus senadores, propiciaban la suspensión de Kueider, como en 2017 hicieron con Julio De Vido– y marcó claras distancias con el oficialismo. De cara al año electoral, ya está pavimentando el camino diferenciado de los libertarios; sobre todo después de que La Libertad Avanza votara en contra del Presupuesto 2025 para Jorge Macri, traspasando un punto de no retorno.
Aunque algunos dicen que esa línea ya la había traspasado el Gobierno cuando en la semana la hermanísima apareció muy sonriente junto al Chiqui Tapia, ataviados con camisetas de la Selección.
(Tribuna de Periodistas)
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