OPINIÓN
Hace pocos días nos preguntaron sobre cómo veíamos el futuro de la Argentina, y respondimos que somos optimistas en el corto plazo y algo pesimistas en el largo
Por Carlos Berro Madero
Porque las transformaciones iniciadas por Javier Milei se muestran, en alguna medida, como una suerte de “braguetazo” (Enrique Gudiño Kieffer, alguna vez, con humor).
En efecto, la sociedad ha llegado a las playas libertarias tan abruptamente que no ha logrado abjurar del todo de las malas costumbres que nos han llevado a la decadencia moral y fáctica imperante hoy día, y mucha gente no sabe bien cómo continuará su vida después del tsunami en ciernes.
En la votación a favor del actual Presidente, ha primado el hartazgo más que la reflexión, sin un análisis profundo sobre el “debido a qué”, y la comunicación de nuestros males presentes sigue exhibiendo muchas voces y escasos análisis razonables.
Con un inconveniente más: ser “distinto” es para el argentino del común un timbre de honor que ha terminado por centrifugar la unión entre todos.
Hace pocos días recordábamos un refrán popular que reza: “el que pega primero, pega dos veces”, -de uso común en el mundo del boxeo-, y creemos que tanto el actual Presidente como la variopinta oposición están tratando de consumar distintos “golpes de efecto”. A veces limpiamente (las menos para ser sinceros), otras con alevosía y resentimiento.
Nos dirán que es inevitable que ocurra esto en un país sacudido por décadas de frustraciones, y tienen razón. Pero haber dejado que se enseñoreara por tanto tiempo el puro azar en la vida de todos los días, nos ha convertido en ciudadanos excéntricos, que tironeamos al unísono para obtener beneficios que no van más allá de los límites del patio trasero de nuestras viviendas.
Ortega y Gasset solía hacer la anatomía del hombre partiendo de su aspecto externo, y decía que luego de esa “piel”, es necesario “avanzar un poco más en dirección hacia sus vísceras” (sic).
Quizá nos ha faltado hacer eso durante los años en que nos hemos enfrascado en luchas intestinas vocingleras, lanzándonos unos a otros consignas caprichosas por la cabeza, presentándolas de la manera que resultase más favorable a las intenciones particulares de cada quien.
Todo esto pesará sobre el éxito final –que deseamos-, del master plan propuesto por Javier Milei: la construcción de una nueva cultura que nos permita restablecer el pensamiento crítico desalojando una corrupción sistémica imperante, sin agredirnos ni echarnos culpas unos a otros como adolescentes.
Porque como ha ocurrido en muchos países desarrollados aceptablemente, necesitamos elaborar un cambio de actitud frente a una realidad que no se muda de domicilio por la influencia de nadie. Y “ocupar los locales y usar los utensilios y gozar de los placeres antes adscriptos a unos pocos” (siempre Ortega), abandonando la vulgaridad masiva con la que hemos abordado temas que jamás estudiamos debidamente.
Bienvenido sea pues el advenimiento de Javier Milei si resulta ser el instrumento capaz de lograr un cambio cultural profundo; y esperamos que a medida que vaya obteniendo éxitos parciales, se despoje de su espíritu algo impetuoso y arrollador para no exacerbar el ánimo de una sociedad sumamente crispada.
Porque como señala el mismo Ortega, “quien no haya sentido palpitar el peligro del tiempo, no ha llegado a la entrada del destino y no ha hecho más que acariciar su mórbida mejilla” (sic).
A buen entendedor, pocas palabras.
(Tribuna de Periodistas)

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