OPINIÓN
La mentalidad del delincuente se centra en seguir cometiendo delitos
Por Carlos Mira
Aunque golpes exitosos le hayan dado la posibilidad de vivir una buena vida, en su interior sigue maquinando nuevas formas de quedarse con lo ajeno.
Se trata de un comportamiento que va mas allá de las conveniencias: es algo que reside en su propia naturaleza.
Es este mecanismo psicológico el que explica la pretension de Cristina Fernandez de Kirchner de agregar a su de por sí ilegitima jubilación de privilegio un “refuerzo” por “residencia remota” a la que alambicadamente ubica en el sur del país, cuando todo el mundo sabe y es de publico y notorio que vive en la ciudad de Buenos Aires.
Mariano de los Heros, el titular de la ANSES confirmó que Kirchner cobraba 6 millones de pesos mensuales adicionales en función de que se había presentado ante el organismo aduciendo que vivía en El Calafate. Kirchner embolsa por mes más de 30 millones de pesos (U$S30000) en concepto de jubilación mientras un jubilado común cobra U$S 300.
O sea, a la condenada en doble instancia judicial por haberle robado al pueblo argentino 1000 millones de dólares en una sola de las causas que ha recibido un doble conforme de la Justicia hasta ahora, le pareció poco esa montaña de dinero mal habido sacado literalmente del hambre de chicos que no comen y creyó necesario fraguar su domicilio para seguir robándole 6 millones de pesos más por mes.
Es desde ese lugar que esta impresentable se sube a una tribuna y habla de las necesidades de los pobres. ¿Cuanto tiempo tiene que pasar y cuántas penurias debe vivir la gente para que baje definitivamente del pedestal a esta chorra insaciable?
Kirchner ha confesado abiertamente cómo se caga en aquellos a los que usa para trepar. Recuerdo cuando en un acto público se mofó de los que se estaban empapando por la intensa lluvia que caía mientras ella hablaba desde un palco techado: “Los que se mojan son ustedes”, dijo, “porque yo estoy aquí, bajo techo”.
¡Hay que estar convencida de que se logró completar un estado de estupidización completo en la mente de la gente para animarse a decirles eso en la cara! “¡Qué boludos que son…! Se están cagando empapando y yo aquí me les cago de risa en la cara bajo este cómodo techo que me protege!” Porque hay que decirlo así, con todas las letras: ese es el mensaje encerrado en aquel alarde.
Cristina Fernández de Kirchner es una psicopata o una sociopata, es decir alguien que, impunemente, manipula y explota a los demás.
Cristina Kirchner no tiene ninguna conciencia sobre los derechos de los demás, se declara no-alcanzada por las normas sociales de comportamiento, no tiene ningún remordimiento por todas las conductas delictivas que caracterizan su vida, tiene una probada insensibilidad y falta de respeto hacia los demás (como claramente lo demuestra la historia de su discurso bajo la lluvia), vive culpando a los demás por lo que son las consecuencias de sus tropelías y, claramente, más de la mitad del Código Penal la persigue hasta el baño.
Que una persona de esta calaña ocupe la posición que ocupa en la política argentina y ande dando vueltas por los rincones más pobres del país atizando odios sociales que no son otra cosa que el reflejo del espíritu resentido que la anima, no habla tanto de ella como de los argentinos que le siguen asignando ese lugar.
Si bien gracias a Dios y a las pruebas de los hechos, ese respaldo se ha visto notoriamente reducido en los últimos años, aun conserva alrededor de un cuarto de la opinión favorable de los argentinos. Es decir, hay uno de cada cuatro argentinos que le sigue creyendo y la sigue apoyando.
No hay para ellos otra consideración que no sea la de que tienen en su alma un resentimiento y un odio aun mayor que el de la propia condenada. El kirchnerismo detectó esas bajas pasiones en una franja de argentinos y salió a profundizarlas y a llevarlas a su extremo.
En el cenit de su gloria fue ese rencor efervescente lo que lo mantuvo 20 años en el poder (cuento incluso los del gobierno de Macri porque fue tanta la influencia negativa que desde el entorpecimiento y la mala fe ejerció sobre ese período que, si bien no ocupó la presidencia, impidió, con su odio que otro la ejerciera en plenitud).
Desde ese lugar no solo convirtió a la Argentina en un yermo económico sino que le pudrió literalmente la cabeza a dos generaciones de argentinos, convenciéndolos de que podían echarse a dormir una siesta eterna porque el Estado les iba a proveer lo que ellos no producían por sí mismos.
Desde la pureza del análisis ascético de lo que está bien y lo que está mal, no hay dudas que esta mujer debería ser impedida de seguir ocupando un lugar en la política activa de la Argentina. ¿Por qué? Pues porque eso es simple y sencillamente lo que corresponde, según lo indica el orden natural y corriente de las cosas: es eso lo que está bien.
Pero luego aparece la especulación, a la que los contendientes electorales son tan afectos. Es en base a esa especulación que algunos en el gobierno dicen que es el momento justo para permitir que “el mal” se presente a elecciones y derrotarlo cruelmente, sin atenuantes, para que así desaparezca para siempre.
A los que piensan así les recordaría un típico ejemplo de facultad que se estudia en las buenas (no en todas, en las buenas) escuelas de Derecho: “matar es un delito porque está mal: no es que que está mal porque es un delito”.
Vaya también el mismo razonamiento para los que intentan justificar las jubilaciones de privilegio y los ajustes por “lejanía” de Cristina Fernández de Kirchner basados en la fría letra de una ley que fue escrita por esbirros de la misma calaña que Kirchner: “cobrar suplementos por aducir vivir en un lugar donde no vivo está mal porque eso es mentira, no por lo que diga la ley”. Y también la mentira es ilegal porque está mal, no es que esté mal porque sea ilegal.
Alguna vez la Argentina va a tener que adecuar sus leyes a lo que dicta el “orden natural y corriente de las cosas”. El problema surge cuando comprobamos que, décadas y décadas de un repiqueteo constante con un orden de valores disvalioso, ha hecho que muchos crean que “el orden natural y corriente de las cosas” viaja en una dirección exactamente opuesta a la que debería tener.
Mientras esas profundidades no se cambien, personajes nefastos como Cristina Fernandez de Kirchner van a seguir ocupando un lugar que, para muchos, resulta a esta altura inexplicable.
(The Post)
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