OPINIÓN
Es curioso hablar de “formas” porque son absolutamente subjetivas y culturales
Por Nicolás Lucca
Es curioso hablar de “formas” porque son absolutamente subjetivas y culturales. Hay sociedades que consideran al honor un valor superior a la propia vida y otras que se preguntan qué corno es el honor. Hablar del “fondo” y de la “forma” son conceptos que, aún sin saber cómo pasó, provienen del derecho y fueron adoptadas por el lenguaje comunicacional.
El Código Penal es una normativa “de fondo”. Dice cuáles son las conductas que podrían ser penadas si no tienen una justificación. Ahora que sepamos que el homicidio tiene de 8 a 25 años de prisión, no quiere decir que sepamos cómo llegamos a esa sentencia. Para eso está el Código Procesal Penal, o “de forma”. Es el que organiza el aparato judicial, las instancias, cómo estarán compuestos los juzgados, cuáles son las maneras de relacionarse entre las distintas partes del proceso penal, cómo se llevará a cabo un juicio y de qué manera se llega a una sentencia.
Para quienes consideran que las formas son irrelevantes, los invito a aceptar una condena de prisión porque un tipo dijo que ustedes hicieron algo. No sabemos cómo se llama, ni a qué se dedica, pero dice que ustedes hicieron algo y tienen que pagar por ello. ¿Realmente no importan las formas?
Insistiendo con la analogía, las formas son la garantía del fondo. Y esto ya no es una cuestión exclusiva del derecho: va para todos los aspectos de la vida. Ahora, si les digo que en la Argentina hay 25 códigos procesales para el mismo Código Penal, bueno, la cosa toma otro color. Todo depende del distrito en el que se aplique, que cada provincia tiene el suyo y la Nación también. Y en la vida extrajudicial, todo lo demás que tenga que ver con las formas pasa a ser bastante subjetivo. Lo que para mí es una exageración en la conducta, para otro puede ser un modelo a seguir y un tercero puede llegar a sentir que daba aún para más.
Miren. Esta semana comencé con una brutal gripe. Así, mientras los 39° de temperatura me impedían dictar mi testamento, en un lapsus de lucidez pensé en la puta AFIP y su falta total de empatía para devolverle al monotributista algo de la que pone en derecho de pernada mes a mes. No sé, unos días de licencia médica cubierta o alguna otra fantasía similar.
Es en ese contexto que el anuncio sobre la AFIP me resultó agridulce. Yo habría llamado a una licitación de trinitrotolueno para proceder a una implosión patriótica y respetuosa de las buenas costumbres. Él decidió recortarla a la mitad y entregarle la DGI a un exagente de inteligencia que allanó Clarín en 2009. Cada cuál con su receta para el éxito. Eso sí, aclararon que habrá mucho recorte, pero que el monotributo se pagará igual. Y todos los monotributistas sabemos que pagamos un impuesto por trabajar ¿no? No hay jubilación digna, ni vacaciones, ni nada por el estilo porque con algo hay que pagar el monotributo. Antes me causaban gracias los que creen que ser autónomo significa ser tu propio jefe y no tu propio empleado. Ahora me causa gracia los que no se dan cuenta que es ser tu propio esclavo. Bueno, no, no me causa gracia.
En saga con las medidas, en la Aduana yo habría tirado napalm. El Gobierno decidió cambiar nombres y poner a un tipo que lleva treinta años en el ente más turbio del país. Todo un soplo de aire fresco ¿no?
Pero las formas son un todo. “Los modales hacen al hombre” es, quizá, la mejor frase que haya salido de una película pochoclera en los últimos tiempos. Se puede ser una persona culta muy hija de puta o un bruto muy bueno. Pero los modales, los de un auténtico caballero, ayudan a separar la paja del trigo en muchos aspectos.
Hablo de caballeros en términos de códigos de conducta y no en el sinónimo de galantería, cortejo o abrir una puerta para que pase la damisela. La caballerosidad tiene poco que ver con la pulcritud y el buen hablar y mucho más con la moderación, la templanza, la aceptación de que ni el peor de los humanos merece un trato inhumano.
La caballerosidad proviene de los caballeros, guerreros algo trastornados por las cosas que debían hacer pero absolutamente conscientes de cuándo librar batallas y cómo librarlas para no ser injustos. Un código de conducta que puede ser trazado entre los Nueve Valerosos del siglo XIV, los Paladines del siglo IX, los Leones de Úbeda o los Doce de Inglaterra, que no eran otra cosa que portugueses dispuestos a dar la vida para salvar de la injusticia el honor de mujeres a las que no conocían y en tierras extrañas.
Podemos rastrear sus hábitos incluso en las locuras de Don Quijote o en los parámetros de la Orden del Temple. Caballeros o Hidalgos, sucios, con el sudor concentrado dentro de sus uniformes metalizados, pero honrados, mesurados, serviciales, gentiles, de mejor trato aún con los más desprotegidos, lo cual no contemplaba solo a las damiselas, sino a los más pobres. Gente capaz de terminar como parias antes de cumplir una orden que consideraran injusta dentro de sus parámetros morales. Personas incapaces de insultar, que para eso estaban las armas. En el summum de la caballerosidad, los Templarios redactaron un código de conducta basado en la Justicia y en la incapacidad total de ofender a nadie ni de infundir temor a ningún ser humano sobre la faz de la Tierra. Podría resumirse todo el ideario, en cualquier siglo, en cualquier orden y en cualquier país, en dos máximas: templanza de los ánimos y comportamientos justos.
Pero son formas, qué se yo. Tan antiguas, tan vetustas que este mundo es mucho mejor sin esas normas, ¿no? O sea: todo bien con eso de no insultar a nadie y de vivir de forma honorable, pero no lo vamos a comparar con la posibilidad de generar imágenes con Inteligencia Artificial y pasar el día pelotudeando en redes sociales desde la comodidad de nuestro sillón.
Los cantares de caballeros e hidalgos han tenido una continuidad en la literatura que le siguió, aún fuera de la edad media. Amores imposibles por diferencias sociales, mujeres que necesitan ser reivindicadas por sujetos nobles, malos sin escrúpulos, buenos piadosos, etcétera. ¿A qué viene esto?
Recuerdo cuando me quejé ante un jefe por una nota de morondanga que no solucionaría ningún problema y sí iba a causarle un par de dolores de cabeza al mencionado. “Esto es el show de la política”, me respondió. Salí contrariado de la breve reunión. No hice la nota. No me fue bien, obviamente.
Pero el Show de la Política ya era la norma. Algún día se instaló y quedó mucho antes de la existencia de las redes sociales. Fue tan de a poco que no nos dimos cuenta y hoy es un hecho naturalizado: hace demasiado que vivimos tiempos en los que la política es un entretenimiento.
Un día nos acostumbramos al panelismo intratable en el que daba lo mismo opinar de Gran Hermano o de la última resolución de alguna secretaría. Hoy hemos escalado a la política como melodrama de entregas diarias. Todos los días un nuevo capítulo. No es lo mismo construir un relato que construir una novela. Y menos una tira diaria, que requiere de algo nuevo cada 24 horas. El que quedó en silla de ruedas vuelve a caminar, el amor de tu vida resultó ser tu pariente, la huerfanita pobre que descubre que sus padres eran de la aristocracia, todos cliché de cualquier dramón hoy tienen su contraparte en la política.
Tomemos esta semana: el domingo el presidente carga contra un periodista, ventila conversaciones privadas, supuestas fuentes y le pide a su interlocutor que “no ponga las manos en el fuego” por ninguno de sus colegas dado que muchos tienen negociados. El periodista podría haber preguntado cuáles eran y por qué no los denunciaba penalmente, que es su obligación como Jefe de Estado, pero las telenovelas necesitan del suspenso y el alargue para que duren mucho tiempo. ¿Se imaginan una telenovela en la que dos personas se enamoran y mandan a la mierda a los que se ponen en el medio? Media hora de duración. Títulos incluídos.
El lunes hacía falta una nueva entrega: se anuncia la disolución de la AFIP. El martes era el cumple del Presi, así que no hubo necesidad de inundar la información con nada revolucionario más allá de las cientos de miles de salutaciones a nuestro Líder Mundial de las de Ideas de la Libertad. ¿Miércoles? Privatizamos el Belgrano Cargas. Y para ello utilizamos el dato que nos conviene y toqueteamos el que no: que no aumentó el promedio de kilómetros de transporte y no aumentó la cantidad de toneladas transportadas a pesar de haber aumentado un 60% el producto. No sé qué estadísticas habrá tomado el vocero, pero a excepción de los últimos dos años de crisis galopante, el Belgrano Cargas aumentó año a año su carga transportada, muy a mi pesar también.
Y todo vuelve a dar la vuelta: como es deficitario se lo privatiza, a la privatizada se le exige, cuando se zarpa se la regula, cuando no le dan los costos se la subsidia, y cuando termina de reventar se la estatiza.
Resultó interesante que el vocero de las ideas de la libertad dijera que “todo lo que pueda ser privatizado, será privatizado” porque no debe existir un cargo más al pedo en todo el estado que el de un vocero en pleno siglo XXI. Más con un presidente como Milei, que si no habla siente que se muere. Incluso si quisiéramos conservar la figura del vocero como objeto vintage, creo que nos saldría más barato tener el servicio tercerizado antes que costear a todos los Adorni.
Espero que en su amplio conocimiento de la figura del Presidente Carlos Menem, Milei se tope pronto con el dato de que el riojano nunca tuvo un funcionario con el cargo de Vocero. Comunicaba él a través de conferencias de prensa. El vínculo cotidiano con la prensa recaía sobre el Secretario General de la Presidencia y el Ministro del Interior. Gente que sabía hablar, claro, y que era capaz de convencerte de que ese incendio forestal del fondo era, en realidad, una aurora boreal que visitaba la Argentina para celebrar nuestra incorporación al Primer Mundo. ¿Incendio? Son las luces del norte.
Yo puedo entender muchos vicios de la política y del periodismo, pero hablar con sensatez frente a un ser que no domina sus pasiones, es no formar parte de la especie humana. No pretendo instalar un cuestionamiento sobre la salud mental de nadie, porque cualquiera que me haya leído algo en los últimos once años, sabe que soy la persona menos indicada del condado para opinar de salud mental. Solo hablo de mesura, templanza, caballerosidad en el sentido más medieval del asunto.
Por principio básico del periodismo, siempre existió un debate en torno a la réplica de afirmaciones de un personaje relevante para la sociedad. Están los que dicen que solo se debe replicar sin intervenir para no ser parciales y están los que sostienen que si un funcionario dice que la Luna es una estación extraterrestre, debe ser desmentido. Ese debate desapareció hace un tiempo ya difícil de imaginar ¿Se imaginan eso hoy? O sea, digamos, ocurre, pero siempre en medios que tiran para un lado y dejan de tirar cuando ese lado es Poder.
Pero cada vez más seguido, el Presidente dispara una enorme cantidad de aseveraciones como metralleta que no queda otra que pensar en un plan de comunicación: tiro mil tiros contra todos y un anuncio crucial. ¿De qué de todo van a hablar? ¿A qué de todo le van a contestar? Para cuando logran, masomeno, contrastar los dichos del lunes, ya estamos en martes y el tema es otro.
Poco y nada se sabía de la vida de Javier Milei. Lo que se reconstruyó y hoy se sabe tiene dos fuentes: él mismo, incluyendo sus contradicciones, y la gente que lo conoció en los lugares donde trabajó. No hay más que eso. Y se podrá enojar mucho por los comportamientos de los periodistas pero, tal como dije en la nota de la semana pasada, le hacen un precio enorme. Tan poquito le cobran que se enojó y crucificó a Bonelli por una pelotudez tan grande que nadie registró cuando ocurrió. Primero podría decir que no quisiera ser Franco Mercuriali al ingresar a los pasillos de Artear al día siguiente. Segundo: imaginemos que encaramos una entrevista con el Presidente a las puteadas porque todavía sostiene que el ajuste no lo pagó la gente, pero que tuvo que hacerlo en el verano “para que la gente no se entere”. Porque la gente se podría enojar si el ajuste lo paga la casta, claro. Imaginemos que comenzamos a gritar delante de él. Imaginemos que perdemos la templanza, la moderación y la mesura por un instante. Imaginemos que no lo hacemos en una red social, sino face to face. ¿Cómo nos sentiríamos? ¿Qué dirían de nosotros nuestros seres queridos?
Me tiene sin cuidado los que me plantean que “muchos nos cogieron con buenos modales”. No nací en 2019. Si no se entiende el concepto de caballerosidad como un todo, si no se comprende las bondades de ser templado, mesurado, honrado y capaz a la vez, si no tenemos el deseo de, por una vez, apagar todo lo que hace ruido, seguiremos con el comportamiento futbolero de barrabravas, de ver quién la tiene más grande y de hacer las cosas solo para joder al otro. Aunque también existe la posibilidad de que estemos ante un filósofo incomprendido por todos, incluso por aquellos que le festejan la desfachatez. O que desear un trato cordial además de hacer las cosas bien, es un concepto pasado de moda. No lo creo. Es un deseo.
No es tan utópico lo que planteo. Menos si tengo en cuenta que todos dicen haber tenido padres de una hidalguía notable. Luego veo la cotidianidad de nuestros discursos y no sé si es que preferimos mentir sobre nuestros progenitores o no aprendimos una goma.
P.D: Desconozco quién fue el responsable, dado que sus asesores en comunicación pegaron el salto a las fuerzas del cielo. Pero a quien le haya hecho leer al Presidente Macri mi pasada nota: gracias.
P.D. II: Hoy tengo 38º. Sepan que los quise mucho. Llévenme en su memoria.
(Relato del PRESENTE)
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