LA CORRECCIÓN POLÍTICA ES COMO EL TANGO

OPINIÓN

Seguramente la corrección política indicaría que se trate de evitar llamar delincuentes e ignorantes a ex presidentes y a ex ministros que siguen estando en el escenario político que uno debe compartir

Por Carlos Mira

Error.

Primero porque la corrección política contiene un grado de especulación hipócrita que esconde bajo el argumento de las “conversaciones civilizadas” la expectativa de que el no uso de determinadas formas sea reconocido y, alguna manera, “devuelto” por el beneficiario de la corrección en el futuro.

Esta comprobación debería ser suficiente para tachar a la corrección política como una de las hipocresías más dañinas de la política. Hacerse el señorito cuando en realidad se adoptan esos cuidados de las formas no porque uno sea un caballero sino por la ventaja que se supone se va a obtener cuando en el futuro esa corrección política sea “correspondida”, es una de las conductas más pusilánimes que se le podrían anotar a un político.

Pero no es lo único que, por lo menos en la Argentina, la corrección política se torna inútil.

Cuando en un país uno de los protagonistas sociales es un movimiento como el peronista que solo sabe de caballerosidades cuando las exige pero nunca cuando las debe practicar, la corrección política se parece mucho a la idiotez.

El presidente Macri fue un “correcto político”. En la esperanza de que sus desprendimientos personales le fueran correspondidos, actuó siempre como si del otro lado de la mesa hubiera otro “Macri”.

El peronismo jamás le devolvió el guante. Al contrario, siempre se aprovechó de aquellos respetos y buscó siempre su caída y la terminación anticipada de su gobierno: esa fue la moneda con la que el peronismo pagó la corrección política de Cambiemos.

Está claro que si algo no es Javier Milei es un “correcto político”. Acaba de llamar al duo Kirchner-Kicillof “delincuentes e ignorantes”.

Alguien podría decir que el presidente “atiza la división”. ¡Atiza la división las pelotas!: Cristina Fernández de Kirchner y Kicillof son, en efecto, delincuentes e ignorantes.

La ex vicepresidente lo es incluso formalmente porque ha sido condenada por la Justicia por haberle robado a los argentinos -en una sola de las causas en las que está investigada- mil millones de dólares.

De la ignorancia (y creo que llamándolos así se les está haciendo un favor) de ambos no caben dudas toda vez que están largamente probadas sus malas praxis económicas que le costaron al país miles de millones de dólares.

La “ranada” de querer engañar a los acreedores manipulando las estadísticas públicas para no pagar lo que se debía por los bonos con cupones atados al crecimiento, acaba de agregarle a los bolsillos de los ciudadanos la escalofriante deuda de más de 1300 millones de dólares según un fallo ya inapelable de la justicia británica, que era la jurisdicción con competencia legal para intervenir según los propios papeles emitidos por la Argentina gobernada por los Kirchner.

El haber abortado, por orden de la entonces presidente y de su ministro de economía, el acuerdo por el default en el juzgado de Thomas Griesa en 2012 sirvieron para que la Argentina sea condenada a pagar una vez más cifras que podrían haberse evitado de no haber estado el país en manos de dos ignorantes.

La pésima “negociación” de Kicillof con el Club de Paris agregó más de 10 mil millones a una deuda que ni siquiera los países europeos reunidos en esa asociación reclamaban.

Y, por supuesto, queda la que a mi modo de ver es la fraudulenta nacionalización de YPF que, sometida por los perjudicados a la consideración de la jueza Loreta Preska, significó un perjuicio para los ciudadanos hasta ahora valuado en más de 16 mil millones de dólares.

¿Por qué digo que, además de haber sido una de las decisiones económicas más estúpidas que cualquiera podría haber tomado, es una jugada fraudulenta?

Pues muy sencillo: el motivo por el cual YPF fue condenada a pagar la indemnización se basó en la grosera confesión pública de Kicillof (cuando era el ministro a cargo del operativo) de que “la empresa no iba a respetar sus propios estatutos en la operación de venta”.

Esas normas disponían que el Estado argentino debería haberle ofrecido a la minoría accionaria las mismas condiciones que a la mayoría para salir de la empresa. Muy bien. ¿Quién era la “minoría accionaria”? La familia Eskenazi. ¿Y quién era la familia Eskenazi? Pues los amigos de Nestor Kirchner que entraron a la compañía a partir de un oscuro entendimiento que les otorgó el 25% de YPF sin poner un peso entre 2008 y 2011.

Cuando esa operación se llevó adelante todo el mercado supo que los Eskenazi no eran otros que los propios Kirchner.

Cuando Kicillof consuma su brulote, los Eskenazi abren la causa en NYC. Al cabo de un corto tiempo le “vendieron” sus derechos en juicio al Fondo de Inversión Bulford que continuó con las actuaciones. Es Bulford el que “formalmente” gana el juicio. Pero hasta que nadie me demuestre lo contrario tengo todo el derecho a pensar que detrás de Bulford seguían los Eskenazi y que detrás de estos seguían los Kirchner.

Si esa sospecha fuera cierta habría que concluir que la increíble burrada del enano marxista no fue una burrada sino una pifia cometida a propósito para que, abierto un caso judicial, al juez no le quedará otra opción más que ordenar una indemnización para quienes representaban los derechos de la minoría accionaria.

De nuevo: formalmente esos derechos terminaron en las manos de Bulford. Pero dada la matriz de corrupción con la que siempre operaron los Kirchner y la comprobada relación que había entre estos y los Eskenazi, nada me quita el derecho a pensar que la operación fue armada para robar otros 16 mil millones de dólares.

El presidente calculó anoche en la red social X que el daño estimado de toda esta mezcla de ignorancia, delincuencia y corrupción es de 41 mil millones de dólares que los argentinos tarde o temprano tendrán que pagar.

¿Estuvo mal Javier Milei al llamarlos “ignorantes y delincuentes” porque debió moderarse para no “atizar” la división?

La pregunta vuelve a plantear el conocido dilema del que presta un libro y no se lo devuelven. ¿Es un desubicado el dueño si lo reclama incluso, digamos, enfáticamente? ¿O el desubicado es el que recibió el libro prestado y no lo devolvió como debía?

La clásica pusilanimidad argenta de la “corrección política” seguramente se inclinaría por condenar los malos modales del dueño del libro antes que la actitud delincuente del que lo recibió prestado y se lo quedó.

Milei parece dispuesto a moverse según otros patrones. Y en la medida en que los hechos de fondo sean ciertos (como lo son en este caso) toda blandura que tienda a moderar el escenario en aras de que en el futuro el peronismo (¡el peronismo!) nos permita vivir en paz, no debería ser entendida como otra cosa más que como lo que es: ceder ante la extorsión de un conjunto de truhanes que, encima de robar, se da el lujo de pretender acusar a quien los desenmascara como un desorbitado mental que no se comporta como un caballero.

(The Post)


Comentarios