EL PADRE DEL AULA

SOCIEDAD / CULTURA

“Venga y juntemos nuestros desencantos. Venga, que no sabe la bella durmiente lo que se pierde de su príncipe encantado”












Por 
Walter R. Quinteros

Se conocen dos himnos en honor a Sarmiento, el padre del aula.

Himno a Sarmiento
Fue la lucha, tu vida y tu elemento;
la fatiga, tu descanso y calma;
la niñez, tu ilusión y tu contento,
la que al darle el saber le diste el alma.
Con la luz de tu ingenio iluminaste
la razón, en la noche de ignorancia.
Por ver grande a la Patria tu luchaste
con la espada, con la pluma y la palabra.
En su pecho, la niñez, de amor un templo
te ha levantado y en él sigues viviendo.
Y al latir, su corazón va repitiendo:
¡Honor y gratitud al gran Sarmiento!
¡Honor y gratitud, y gratitud!
¡Gloria y loor! ¡Honra sin par
para el grande entre los grandes,
Padre del aula, Sarmiento inmortal!
¡Gloria y loor! ¡Honra sin par!

La letra y la música pertenecen a Leopoldo Corretjer.

Domingo Faustino Sarmiento nació el 15 de febrero de 1811 en una casa del barrio Carrascal, uno de los más humildes de la ciudad de San Juan, capital de la actual provincia homónima, hijo de José Clemente Cecilio Quiroga Sarmiento y Paula Zoila Albarracín Irrazábal. Su nombre de bautismo era Faustino Valentín Quiroga Sarmiento. Según algunas fuentes, el nombre Domingo se le adjudicó luego, ya que no figuraba en su partida de nacimiento. Fue un Político y escritor argentino, presidente de la República entre 1868 y 1874 y autor de una copiosa producción periodística, pedagógica y literaria, entre la que sobresale su novela Facundo o Civilización y Barbarie del año 1845.

El otro himno a Sarmiento
Fue su vida la lucha incesante
contra todo poder que avasalla
y fue siempre en la ruda batalla
el derecho y la Patria su ideal.
El destierro en aislada pobreza
es la fragua que al genio revela
y el baluarte en que triunfa es la escuela
contra todas las furias del mal.

Soberbio, hijo del Andes
brilla sobre su cumbre
y a un mundo dan a su lumbre
los rayos de aquel sol.

La letra es de Secundino Navarro y la música del maestro Colechia. Este himno es exclusivo para la provincia de San Juan.

El padre del aula, era hijo de una familia humilde, aunque vinculada a las casas más tradicionales y representativas de la ciudad, el pequeño Faustino asistió desde los cinco años a la recién creada Escuela de la Patria, en la que a lo largo de nueve años recibiría su única educación sistemática.

La formación de Domingo Faustino Sarmiento se vería ampliamente complementada bajo la guía de los presbíteros José de Oro y Juan Pascual Albarracín, con los que tenía parentesco, y por su propio esfuerzo autodidacta.

En 1826, con solamente quince años, Domingo Faustino Sarmiento creó su primera escuela en San Luis, en San Francisco del Monte de Oro. Tenía como alumnos a jóvenes de su misma edad e incluso mayores que el maestro; a todos ellos les contagiaría su insaciable curiosidad, su afán de aprender y su pasión por los libros.

Tras la proclamación de la independencia en el Congreso de Tucumán (1816), las Provincias Unidas del Río de la Plata (hoy, nuestra Argentina) vivían por aquellos años una etapa de violentos conflictos entre unitarios y federales que se prolongaría durante décadas. Los unitarios propugnaban el establecimiento de un gobierno centralizado en Buenos Aires; pero la opción federalista (constituir un estado federal que dotase de máxima autonomía a cada territorio) tenía mucha fuerza en las zonas rurales y era apoyada por los poderosos caudillos de las distintas provincias.

En 1827 Domingo Faustino Sarmiento fue reclutado dentro del ejército federal. Según sus relatos, Sarmiento, como alférez de milicia debía realizar tareas que lo incomodaban. Presentó un reclamo y fue citado por el gobernador Manuel Quiroga. Durante la reunión Sarmiento pidió ser tratado con equidad, pero esto fue tomado como un desacato y fue enviado a prisión. Debido a este, y a otros enfrentamientos personales con integrantes del Partido Federal, decidió abrazar la causa unitaria y se incorporó al ejército comandado por el General cordobés José María Paz.

Debido a la victoria federal en su provincia, en 1831 se vio obligado a emigrar hacia Chile, donde realizó distintas actividades para subsistir. Durante este tiempo trabajaba como profesor en una escuela de la provincia de Los Andes, donde tuvo con su alumna María Jesús del Canto, con quien nunca se casó, a su única hija Ana Faustina Sarmiento, quien más tarde iba a ser la madre de Augusto Belín y Eugenia Belín. En 1836, mientras se desempeñaba como minero, contrajo fiebre tifoidea y, a pedido de su familia, el entonces gobernador de San Juan, Nazario Benavídez, le permitió volver a la Argentina.

De regreso en su ciudad natal, formó parte de la Sociedad Dramática Filarmónica, y luego fundó la Sociedad Literaria (1838), filial de la Asociación de Mayo; comenzó a participar de actividades artísticas, teniendo contacto con la Generación de 1837 y retomó la actividad política. De hecho la sede del grupo artístico del que formaba parte fue utilizada como centro de reunión de quienes se oponían a Juan Manuel de Rosas.

En 1839 fundó el Colegio de Pensionistas de Santa Rosa, un instituto secundario para señoritas, y crea el periódico El Zonda, desde el cual dirigió duras críticas al gobierno. Debido a sus constantes ataques al gobierno federal, el 18 de noviembre de 1840 fue apresado y nuevamente obligado a exiliarse hacia Chile.

Nuevamente en Chile se dedicó de lleno a la actividad cultural. Escribió para los periódicos El Mercurio, El Heraldo Nacional y El Nacional; y fundó El Progreso. En 1842 fue designado por el entonces Ministro de Instrucción Pública, Manuel Montt Torres, para dirigir la Escuela Normal de Preceptores, la primera institución latinoamericana especializada en preparar maestros. También impulsó el romanticismo. 

Su labor como pedagogo fue reconocida por la Universidad de Chile, que lo nombró miembro fundador de la Facultad de Filosofía y Humanidades; y en 1845 el presidente Manuel Montt Torres le encomendó la tarea de estudiar los sistemas educativos de Europa y Estados Unidos.

Dentro del amplio registro de temas que abarcó Sarmiento en su labor periodística se destacan los de crítica teatral y los costumbristas. Los signos de admiración, las preguntas retóricas, la imprecación, la broma y la sátira eran las marcas estilísticas de la pasión romántica que Sarmiento volcó en sus trabajos, realizados mayormente en forma anónima, aunque varios de sus artículos aparecen firmados con el seudónimo de "Pinganilla", nombre de un mono de circo famoso por entonces en Chile.

Según Sarmiento, los desastres acaecidos en la nación desde la independencia son el resultado del enfrentamiento entre la civilización (refugiada en las ciudades, centros de orden, progreso, trabajo organizado y cultura) y la barbarie, producto de la influencia del medio pampeano, en cuyos rudos habitantes (los gauchos) se manifiestan los hábitos sociales primitivos y el desorden ciego de la naturaleza. 

También de 1850 en Recuerdos de provincia, una interesante autobiografía en la que Sarmiento evoca recuerdos de su infancia y presenta retratos de diversos personajes que tuvieron parte directa en la formación de la nación argentina. Sarmiento encuentra, al narrar sus juegos infantiles, la psicología fresca y encantadora del niño; escribe páginas de temblorosa emoción al retratar a su madre; y con afecto singular recuerda a su maestro, José de Oro. Por su fina ironía y su franco realismo, los Recuerdos de provincia son, junto con su Facundo, su libro más vivo.

En 1850, previendo el levantamiento de Justo José de Urquiza, Sarmiento se embarcó hacia Montevideo, desde donde pasó a Entre Ríos para ponerse al servicio del ejército rebelde. Urquiza lo nombró teniente coronel y le encomendó la redacción del boletín del ejército. 

Disgustado con Urquiza por creerlo orientado hacia la dictadura, Sarmiento se había expatriado voluntariamente poco después del triunfo en la batalla de Caseros. Primero viajó a Río de Janeiro y luego a Chile, donde en 1852 publicó Campaña en el Ejército Grande, libro que precipitó una violenta polémica con Juan Bautista Alberdi acerca de cómo debería regirse el país tras la caída de Rosas, la cual fue origen de Las ciento y una (colección de las cartas de Sarmiento) y de las Cartas quillotanas (colección de las de Alberdi).

Con su regreso en 1855 a Buenos Aires se inició la etapa más gloriosa en su destino de constructor de la nueva Argentina. Sarmiento se convirtió en editor en jefe del periódico El Nacional y desempeñó sus primeros cargos políticos como concejal (1856) y senador provincial (1857-1861). De hecho, a partir de 1860, la vida de Sarmiento está signada sobre todo por su dedicación a la política activa. Ese año fue designado ministro del gobierno presidido por Santiago Derqui (1860-1861); en 1862 fue electo gobernador de San Juan, y en 1864 el presidente Bartolomé Mitre (1862-1868) lo nombró ministro plenipotenciario en Estados Unidos.

Durante su permanencia en Estados Unidos, Domingo Faustino Sarmiento fue elegido presidente de la República (1868-1874). El Journal des Débats de París, al conocer la elección de Sarmiento, escribió: "el pueblo argentino se honra a sí mismo eligiendo para presidente a un maestro de escuela, prefiriéndolo a un general".

Regresó a la patria el 30 de agosto de 1868 y asumió el mando el 12 de octubre. Su gobierno fue uno de los más fecundos que tuvo el país; durante el mismo se realizaron numerosos progresos y adelantos. La estancia en los Estados Unidos le había aportado numerosas ideas nuevas acerca de la política, la democracia y la estructura de la sociedad.

La contribución más notable de su presidencia fue sin duda su obra educativa. No sólo creó escuelas primarias, sino que auspició nuevos métodos de enseñanza y contrató educadores europeos para instruir a los maestros; creó nuevos colegios nacionales; inauguró la Escuela Normal de Paraná e hizo llegar de Estados Unidos a maestras normales, que desarrollaron en el país una tarea provechosa. Para Sarmiento, la educación era la base de la democracia, y había que conseguir la cultura del pueblo a cualquier precio. Entre 1868 y 1874, los subsidios para la educación del gobierno central a las provincias se cuadruplicaron. Se fundaron hasta ochocientas instituciones educativas, lo que permitió acoger a cien mil nuevos alumnos.

Sarmiento impulsó asimismo la modernización general del país, promoviendo las obras públicas y las infraestructuras, especialmente las destinadas al transporte (líneas férreas, navegación fluvial, tranvías urbanos) y a las comunicaciones (telégrafos y correos). Sin embargo, no acabó siendo un presidente excesivamente popular. El país se embarcó en la Guerra de la Triple Alianza (1868-1874) contra Paraguay, y el gasto en obras e infraestructuras incrementó la inflación y el déficit público.

El inicio de la afluencia masiva de inmigrantes provenientes de Europa, por otra parte, fue señalado como la causa del brote de fiebre amarilla que padeció Buenos Aires y que estuvo a punto de causar una guerra civil. En 1873, Sarmiento fue el blanco de un fallido intento de asesinato a cargo de dos hermanos anarquistas italianos, que dispararon contra el coche en que viajaba. Al parecer, fueron contratados por el caudillo federalista Ricardo López Jordán.

A lo largo de la presidencia de su sucesor, Nicolás Avellaneda (1874-1880), Sarmiento fue designado senador por la provincia de San Juan. Durante el mandato de Julio Argentino Roca (1880-1886) ejerció todavía el cargo de superintendente general de Escuelas y promovió la aprobación del decreto que establecía la educación gratuita (1882). En 1883 vio la luz una de sus obras más discutidas: Conflicto y armonías de las razas en América. Retirado posteriormente de la política, en 1888 se trasladó a Paraguay, en cuya capital falleció. Sus Obras completas, reunidas en cincuenta y tres volúmenes, se editaron entre 1884 y 1903.

Ya entrado en años, sordo y enfermo, Sarmiento partió al Paraguay donde estaban su hija y nietos. Desde allí, y a sus 77 años, le escribió a su querida Aurelia Vélez Sarfield: “Venga al Paraguay y juntemos nuestros desencantos para ver sonriendo pasar la vida. Venga pues a la fiesta donde tendremos ríos espléndidos, el Chaco incendiado, música, bullicio y animación. Venga, que no sabe la bella durmiente lo que se pierde de su príncipe encantado”. Ante el ardiente llamado del amante, Aurelia partió al Paraguay, pero esta vez la vida le jugó una mala pasada. No estuvo junto a él cuando el 11 de Septiembre de 1888, Sarmiento, le pidió a su nieto Jesús, que lo ayudara a sentarse para ver el amanecer. Fue el último de su larga y peliaguda vida.

Perdón por tan poco, Padre del aula.

(Walter R. Quinteros )





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