OPINIÓN
Cristina condenó a Fernández, con una rara alquimia retórica. Silencio ominoso sobre Espinoza y Alperovich. Kicillof sube al matancero al tren de la “renovación”
Por Carlos Sagristani
El desprestigio terminal de Alberto Fernández operó como una estocada al corazón del kirchnerismo. Lo reflejan las reacciones de sus protagonistas, fuera de sintonía, incluso, con la conveniencia.
La política de fines enuncia propuestas para mejorar, por diferentes caminos, la vida de las personas. Y un marco de ética pública determinado. Ese relato por lo general está sesgado por la búsqueda de legitimidad ciudadana para quienes lo formulan.
La política práctica, que se resume en la lucha por conquistar o retener el poder, habla un idioma más crudo e impiadoso. Y es usualmente subterráneo.
En buena medida, el arte de la política consiste en evitar que esos planos paralelos colisionen.
El relato progresista del kirchnerismo se estrelló contra los resultados de gestión de su último gobierno. Y contra la inconducta que se atribuye al expresidente Alberto Fernández. El estallido de la pobreza vació las banderas de la justicia social. La denuncia de su ex pareja hizo lo propio con las reivindicaciones de género, otro de los ejes narrativos diferenciadores. Y el avance de la investigación judicial sobre el fraude de los seguros añadió otra capa al grueso sedimento de corrupción de la experiencia kirchnerista.
Cristina Kirchner cuestionó la presunta violencia de género de Fernández. Pero, en una extraño alquimia dialéctica, intentó minimizarla, equiparándola a las gestione fallidas de Mauricio Macri y Fernando De la Rúa (por supuesto, ignoró los fracasos propios). Y terminó situándose como víctima. Curiosa manera de despegarse del presidente que ella inventó y de la gestión que compartió con él. En todas las decisiones relevantes y en la administración cotidiana de presupuestos cuantiosos en gran parte del gobierno.
La impugnación moral a Fernández como presunto golpeador se cae a pedazos cuando se oberva la vara que se aplica a otros dos protagonistas del poder en el peronismo K.
La vicepresidenta mantuvo un silencio indefendible respecto al exgobernador de Tucumán José Alperovich, condenado por violación. El ex mandatario provincial fue una pieza relevante en la estructura de poder urdida por Cristina.
Tampoco se pronunció sobre Fernando Espinoza, procesado por abuso sexual. Es el intendente de La Matanza, epicentro del poder territorial kirchnerista y estratégico bastión del repliegue bonaerense de Cristina.
Axel Kicillof se propone como eje de una renovación peronista de cara a 2027. Y teje alianzas, desprovisto de toda inhibición, con el lenguaje gestual de la política práctica. Subió a Espinoza al palco de un acto oficial y lo ubicó a su lado el mismo día en que fue procesado. Y este fin de semana lo incorporó a sus gestiones en La Rioja para rediseñar la conducción del PJ, luego de la renuncia forzada de Alberto Fernández a la presidencia de la agrupación.
Todo rédito político para Javier Milei. Establecido ya en la cima del polo opuesto, es hoy el único líder político capaz de capitalizar la debacle kirchnerista. Le bastó con una breve declaración, el miércoles pasado, en la cual denunció “la hipocresía progresista”. Y los rasgos arquetípicos de “la casta” que evidencian la inconducta de Fernández y las incoherencias vacilantes de Cristina y Kicillof.
Milei debe lidiar todavía con los resultados de gestión. Su mayor activo es la baja de la inflación. Y su pasivo potencial, las dudas sobre la sustentabilidad de ese logro.
Esta situación expone a su vez la debilidad del centro político, casi sin juego propio. En esa carpa caben la radicales, parte del peronismo no kirchnerista, sectores moderados del Pro, socialistas santafesinos, la Coalición Cívica, entre otros sectores. Atravesado por la fragmentación y una crisis identitaria, y con un liderazgo vacante, deja sin representación política a una franja social que probablemente crezca por el desgaste natural de los extremos.
(Mitre Córdoba)
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