CULTURA
No sencontrábamo con el Ñacaniná Albare en la carnisería del negro Moreira
Por Chuñi Benite
Esperando que le deje de atender a Doña Maurisia, cuando dentró Doña Cala con toda esa mala onda de siempre, arrugando la jeta por el olor que ay siempre en el local del negro, como si él tubiera la culpa de que la gente no le compre eso hígado y esas tapa de asado que tiene desde enero del año pasado en las batea questán debajo del mostradorsito lento.
—Buenos día, porque cuando ay educasión se saluda- dijo la resién llegada, con su vos de cotorra, la boca todo torsida y al lado la empleada con el delantal poronga que le ase usar a la pobre desde que ase cuarenta año vio a la asistenta de Mirta Legran y quiso tener una igual.
—¡Ey, Doña Cala, cómo anda, siempre tan eleganta!- le contestó Doña Maurisia.
La gorda le dio dos beso ruidoso en la mejilla pero la vieja carachenta saludó con esos beso de mierda que dan las tipa angaú finoli, que son en realidad besos al aire, ya que asen todo lo posible para que los labio no se apollen en la jeta de la otra persona, y si ase falta tuersen todo el pico asta casi tocarse la propia oreja con el yurú con tal de no aser contato con la piel ajena.
—Grasia, me contaron que está estrenando un eletrodoméstico- debolbió la vieja.
—Ay, sí –se agrandó Ña Mauri-, se re jugó el nene, ¡sunamor!
—No savia que ya estaba en libertá- le tiró la vieja chota mobiendo la cejita derecha como cada ves que le está por cagar el día a algien. Ña Mauri sintió el impacto vamodecí, pero se iso la que no le dolió.
—Se, se, seee, por supuesto, el jues le dio la escarselasión ensegida, si el Choli no tubo nada que ver, los cana jueron lo que le plantaron todo eso pa joderle nomá.
—Debe ser que tiene tiempo libre la policía pa poder plantarle 87 bisicleta robada en el patio…
—Como mucho eran 84, Ña Cala- musitó Ña Mauri mirando pa los costado.
—En el diario salió que eran 87. Pero debe ser que la prensa miente je je je.
La vieja de mierda se reyía con esa sonrisita venenosa de ella. En la carnisería asta las mosca iban bajando el bolumen para escuchar mejor cada palabra. Ñacaniná me codió como abisando que nos quédemo porque podía aver quilonbo, que siempre viene bien para tener algo que contar en las choriseada con lo vago.
—A mí también el Julián me homenajió con un sentido precente –retomó la guampachata-. Flor de sorpresa me dio: me trajo un acondicionador de aire tipo esplic marca Sánsun, de 5.828 fregoría, sistema frío-calor, 24 programa y control remoto. Anaranjado el control, ensima.
Ña Mauri segía contra las cuerda. Ensima justo el negro le pregunta qué va llebar.
—Tresiento de molida-contesta en vos bajita.
—No será tresiento peso, ¿no? Je je je - le surte la vieja sin alma.
—Nooo ja ja - la risita de Ña Mauri rebela el intinto asesino insipiente.
—¿De la espesial?-pregunta el negro. Ña Mauri siente la mirada filosa de la otra.
—No, don Moreira, la común nomá, la otra tiene muchos produto químico, escuché en las radio. La Cala es como un tiburón que persibió sangre. Le mete otro estiletaso.
—A mí, mi estimado carnisero étnico, por fabor vaya preparándome dos kilo de lomito. O capas que tres, che.
Ña Mauri respira agitada. Las teta -de unos ocho kilo cada una- suben y abajan bajo el vestido floreadito. El pelotudo del Ñacaniná pela el célu y empiesa a filmar descaradamente. Lejo de intimidarse por la videorrealisasión vamodecí, la Cala vuelbe a embestir.
—¿Y a usted qué eletrodoméstico espesíficamente le regaló el Choli, si se puede saber y no le compromete su situasión?
Ña Mauri tranpira. Sabe que camina sobre campo minado. La frente le brilla como naris de borracho.
—Eeeh… Un… un coso… un… un dispositibo generador de flujo eólico circulatibo intra-abitasional, vamodecí.
—Claro, un ventilador, como me dijo el Juli. Porque él justo dentró al Fábrega cuando el Choli salía con el venti. El Juli ay jue que me compró el esplic de 5.828 fregoría con control. Control anaranjado, no sé si le dije. Lleno de botonsito es. Al contado. ¿El Choli tubo que aser en cuotita con Credicompra, no?
Ña Mauri tanbalea, todo asemo juersa para que se recupere, pa que aguante contra las cuerda, pa que suba la guardia, pa que se banque la palisa y le calcule una mano, una sola mano en el medio de la jeta que le tumbe a la vieja de mierda. No ay otra. Por punto está perdiendo por goliada. Tiene que noquiar. No queda otra. “Sigan, sigan, no se callen pué que me estoy quedando sin batería”, reclama el Ñacaniná como si la sotra jueran actrise bajo su mando. A Ña Mauri le late todo el cogote. La Cala ase golpesito contra el suelo con el pie, como midiendo el ritmo de la matansa. Le miro al negro Moreira, que ase rato se quedó con la mano hundida en la carne molida y mira con cara de pedirle a la Cala que por fabor le mate de una ves a la pobre gorda, que no le aga sufrir más. Ña Mauri, en un ejemplo de coraje y guapesa dicno de un boseador mejicano, no se rinde.
—A mí no me gustan los esplic, ni lo saire condicionado en general. Ese frior ase mal, porque no sé si usteden vieron –y nos mira como pidiendo ayuda- que si uno dentra a una piesa con aire, y despué sale, ajuera ay tanta calor que ese cambio de temperatura es terrrrrible… Yo me quedo toda la vida con el ventilador, qué quieren que le diga. Aparte es un Niclamar de 20 pulgada, cuatro paleta y tres velosidade. Tres, eh, no una sola. Botón de estop también tiene, para pararle sin tener que desenchufarle.
A todo nos conmuebe ese intento miserable de sacar la cabesa del agua. Moreira tiene lo sojo lleno de lágrima.
—En cambio a mí me dijo el Juli que el venti era de diesisiete pulgada y media, y tres paleta- cachetea la Cala, preparando la faena final-. Pero si usted, Ña Mauri, no se acuerda bien, vamo a su casa y miramo...
Silensio total. Todo tratamo de determinar si por lo meno Ña Mauri sigue viva. Por suerte sí. Tranpira y respira, tranpira y respira, tranpira y respira. Ñacaniná le arrima el célu hasta dies centímetro de la jeta, pa registrar mejor la sufrisión de la gorda. El Catinga Ayala, que dentró resién, aprobecha la tensión pa pegarle una flor de apoyada a la mujer del dentista, que aprieta su carterita y siempre se ase la que no se da encuenta.
—Sí… puede ser… diesisiete, veinte… son todo número de dos dígito vamodecí- dise la pobre Maurisia con una vosesita de grillo.
Es el final. Ñacaniná, sin dejar de filmar, me mira como disiendo “agarrá el cuchillo de Moreira, tené piedá y cortale el cuello a la Mauri”.
—Lo otro –casi susurra la víctima entre su súltimo estertore-… lo otro es que el ventilador parese que mejora los proseso de apareamiento de los mamífero. Porque fijesé Ña Cala que usté siempre tubo aire, y yo siempre ventilador, y a mí el Cacho me tiene bien bombiada por lo meno dos vese a la semana todabía, y a usté no sólo que su marido no la toca ni con una tacuara, como me dijeron que usté misma contó en la peluquería de la Cesilia, sino que ensima todo sabemo que ase como veinte año que él le claba a la concuñada y todo se asen los pelotudo nomá en su familia pa que no haiga quilombo.
Ña Cala se desfigura. Quiere ablar y no abla. Da un paso atrá, otro adelante, ase como que rebisa la cartera, tose, se pone violeta, se coloca la mano en el pecho, abre la boca y sólo le sale un aire raspado. La Mauri ni le mira. Se arrima al mostrador, agarra la bolsita de molida, le pide a Moreira que le anote, y se va, dejando una estela de colonia Ambré de Guató. Ñacaniná arrima haora el selu a la jeta de Ña Cala, que sige como si juese una muerta a la que están velando de pie. El Catinga aprobecha y se le apoya a ella haora. “Doña, déjeme desirle que con este vestido parese mismamente la Yésica Lanch”, le dise al oído, y una baranda talacastiana rebota por toda las parede de la carnisería.
(Angaü)
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