LA GUERRA DEL FÚTBOL Y EL PERIODISMO

SOCIEDAD / HISTORIAS

Nadie en elmundo prestó atención

Por Ryszard Kapuscinski

Luis… había leído un informe del partido de fútbol entre los equipos de Honduras y El Salvador. Los dos países jugaban para ganar el derecho a participar en la copa del mundo de 1970 en México. El primer partido fue llevado a cabo el Domingo 8 de Junio de 1969, en la capital hondureña, Tegucigalpa. 

Nadie en el mundo prestó atención. 

El equipo de El Salvador llegó a Tegucigalpa el sábado y pasó una noche sin dormir en su hotel. El equipo no pudo dormir porque era blanco de la guerra psicológica emprendida por los hinchas hondureños. Una multitud cercó el hotel. La muchedumbre lanzó piedras en las ventanas y hacía ruido golpeando latas y barriles vacíos con palillos. Lanzaron petardos unos después de otros. Alinearon vehículos y tocaron sus bocinas parqueados delante del hotel. Los hinchas silbaron, gritaron y cantaron canciones hostiles. Esto duró toda la noche. 

En América Latina éstas son prácticas comunes. Honduras derrotó el día siguiente por uno a cero al soñoliento equipo de El Salvador. 

Amelia Bolaños de dieciocho años de edad estaba sentada delante del televisor en El Salvador cuando el delantero hondureño Roberto Cardona anotó el gol en el minuto final. Ella se levantó y corrió al escritorio donde estaba la pistola de su padre y se disparó en el corazón. La joven no pudo soportar ver a su patria perder, escribió un periódico de El Salvador el día siguiente. 

Toda la capital participó en el entierro televisado de Amelia Bolaños. 

Una guardia de honor del ejército marchó con una bandera al frente del entierro. El presidente de la república y sus ministros caminaron detrás del ataúd cubierto con una bandera. Detrás del gobierno venía la oncena del equipo salvadoreño que había sido abucheado, burlado y escupido en el aeropuerto de Tegucigalpa, y que había vuelto a El Salvador en un vuelo especial de esa mañana. 

Pero el partido de vuelta de la serie tendría lugar en San Salvador una semana después, en el estadio con el bonito nombre de Flor Blanca. Esta vez el equipo hondureño pasó una noche sin dormir. La muchedumbre rompió todas las ventanas del hotel y lanzó adentro huevos podridos, ratas muertas y trapos que apestaban. Los jugadores fueron llevados al estadio en vehículos blindados de la primera división mecanizada –que los protegió de la venganza y de morir en manos de la multitud que alineó la ruta–, llevando las fotos de la heroína nacional Amelia Bolaños. 

El ejército rodeó el estadio. Al ejecutarse el himno nacional de Honduras la muchedumbre rugió y silbó. Después, en vez de la bandera hondureña –que había sido quemada delante de los espectadores, enloquecidos de alegría– los anfitriones colocaron un trapo sucio, hecho andrajos encima del asta de la bandera. 

Fuimos terriblemente afortunados al perder, dijo con alivio el entrenador visitante Mario Griffin. El Salvador ganó tres a cero. Los mismos vehículos blindados llevaron al equipo hondureño directo desde el estadio al aeropuerto. Un destino peor aguardaba a los hinchas visitantes. Pateados y golpeados, huyeron hacia la frontera. Dos de ellos murieron. Ciento cincuenta carros hondureños fueron quemados. La frontera entre los dos países fue cerrada algunas horas más adelante. 

Luis leyó sobre todo esto en el periódico y dijo que iba a haber una guerra. Él había sido reportero durante mucho tiempo y sabía su oficio. 

En América Latina, dijo, la frontera entre el fútbol y la política es vaga. Hay una lista larga de gobiernos que han caído o fueron derrocados después de la derrota del equipo nacional. 

“¿Piensas que vale la pena ir a Honduras?” Pregunté a Luis, que entonces editaba la seria e influyente revista semanal Siempre .”Creo que vale la pena”, respondió, “algo va a suceder.” 

La mañana siguiente ya estaba en Tegucigalpa. Al anochecer un avión voló sobre Tegucigalpa y arrojó una bomba. Todos la oyeron. Las montañas cercanas repitieron el eco del violento estallido de modo que algunos dijeron más adelante que una serie entera de bombas habían caído. El pánico barrió la ciudad. La gente huyó a sus casas; los comerciantes cerraron sus tiendas. Los carros fueron abandonados en el centro de la calle. Una mujer corrió a lo largo del pavimento, gritando, `¡Mi niño! ¡Mi niño!’ Luego hubo silencio y todo quedó quieto.  

Corrí al hotel, entré a mi cuarto, puse papel en la máquina de escribir e intenté escribir un despacho a Varsovia. Intentaba moverme rápidamente porque sabía que en ese momento era el único corresponsal extranjero allí y que podría ser el primero en informar al mundo sobre el inicio de la guerra en América Central. Pero estaba oscuro en el cuarto y no podía ver nada, me prestaron una candela. Encendí la candela y mi radio transistor. El locutor leía un comunicado oficial del gobierno hondureño sobre el comienzo de hostilidades con El Salvador. Entonces vinieron las noticias de que el ejército de El Salvador atacaba Honduras a todo lo largo de la línea fronteriza. Comencé a escribir: 

TEGUCIGALPA (HONDURAS) PAP 14 DE JULIO VÍA LA RADIO TROPICAL RCA HOY A LAS 6 DE LA TARDE COMENZÓ LA GUERRA ENTRE EL SALVADOR Y HONDURAS LA FUERZA AÉREA DE EL SALVADOR BOMBARDEÓ CUATRO CIUDADES HONDUREÑAS STOP AL MISMO TIEMPO EL EJÉRCITO SALVADOREÑO CRUZÓ LA FRONTERA HONDUREÑA TRATANDO DE PENETRAR EN EL PAÍS STOP EN RESPUESTA A LA AGRESIÓN LA FUERZA AÉREA DE HONDURAS HA BOMBARDEADO IMPORTANTES OBJETIVOS ESTRATÉGICOS E INDUSTRIALES Y FUERZAS TERRESTRES INICIARON UNA ACCIÓN DEFENSIVA. 

En este momento alguien en la calle comenzó a gritar” ¡Apaga la luz!” repetidamente, más y más alzando la voz con mayor agitación. Soplé la candela. Continué escribiendo ciegamente, por el tacto, encendiendo un fósforo al tocar las teclas. 

LOS INFORMES DE RADIO DICEN QUE HAY LUCHA A LO LARGO DE LA FRONTERA Y QUE EL EJÉRCITO HONDUREÑO ESTÁ INFLINGIENDO FUERTES PÉRDIDAS AL EJÉRCITO DE EL SALVADOR STOP EL GOBIERNO HA LLAMADO A TODA LA POBLACIÓN A LA DEFENSA DE LA NACIÓN QUE ESTÁ EN PELIGRO Y HA LLAMADO A LA ONU PARA QUE CONDENE EL ATAQUE. 

Desde temprano en la mañana la gente había estado cavando trincheras y erigiendo barricadas, preparándose para un ataque. Las mujeres almacenaban provisiones y protegían sus ventanas con cinta adhesiva. 

Por la tarde otros corresponsales llegaron desde México, cuarenta de ellos, mis colegas. Habían volado a Guatemala y alquilaron un autobús, porque el aeropuerto en Tegucigalpa estaba cerrado. Querían ir al frente. 

Fuimos al palacio presidencial, un edificio azul brillante, feo, de principios del siglo, en el centro de la ciudad a arreglar el permiso. Habían nidos de ametralladoras y sacos de arena alrededor del palacio, y armas antiaéreas en el patio. En los pasillos adentro, los soldados dormitaban o caminaban alrededor en uniforme de campaña. 

La gente ha estado haciendo la guerra por miles de años. Un capitán apareció y dijo que era el portavoz de prensa del ejército. Le pidieron describir la situación y dijo que estaban ganando en todo el frente y que el enemigo sufría fuertes pérdidas. “OK” dijo el corresponsal de la AP, vamos al frente. 

El capitán dijo que podríamos ir al día siguiente, y cada uno debía traer dos fotografías. Fuimos a un lugar en donde dos piezas de artillería estaban emplazadas debajo de unos árboles. Los cañones disparaban y había municiones en el suelo. Delante de nosotros podíamos ver la carretera con dirección a El Salvador. A ambos lados de la carretera era pantanoso y más allá empezaba un denso bosque. El sudoroso y barbado comandante en el mando nos dijo que no podíamos ir más lejos. El comandante nos aconsejó volver a Tegucigalpa, porque avanzar podía significar morir.

Los camarógrafos de la televisión dijeron que tenían que ir a la línea del frente a filmar a los soldados en acción, disparando y muriendo. 

Gregor Straub del NBC dijo que él tenía que tener un primer plano del goteo del sudor de la cara de un soldado. 

Rodolfo Carillo del CBS dijo que él tenía que tener a un comandante desanimado que se sentaba debajo de un arbusto y que lloraba porque había perdido su unidad entera. 

Un operador francés deseaba filmar un panorama con una unidad de salvadoreños que atacaba a una unidad de Honduras desde un flanco, o viceversa. 

Alguien quería capturar la imágen de un soldado que llevaba a su camarada muerto. 

Los reporteros de radio apoyaron a los camarógrafos. 

Uno deseaba grabar los gritos de un herido pidiendo ayuda, al hacerse débil y más débil, hasta perder el aliento. 

Charles Meadows de Radio Canadá deseaba la voz de un soldado que maldecía la guerra en medio de un infernal ataque. 

Naotake Mochida de Radio Japón quería el grito de un oficial que gritaba a su comandante en medio del ruido de la artillería – usando un teléfono de campo japonés . 

Muchos decidieron ir adelante. Excitado por la ambición patriótica, ya que era el único polaco en la escena, decidí unirme al grupo que intentaba hacer la desesperada marcha. 

La guerra del fútbol duró cien horas. Sus víctimas: 6.000 muertos, más de 12.000 heridos. Cincuenta mil personas perdieron sus hogares y cosechas. Muchas aldeas fueron destruidas. Los dos países cesaron la acción militar porque intervinieron los estados de América Latina, pero hasta éste día hay intercambios de fuego a lo largo de la frontera Honduras – El Salvador, y la gente muere, y se destruyen aldeas. 

El juego decisivo se realizó en campo neutral, en México (El Salvador ganó 3 a 2). Los hinchas de Honduras fueron colocados a un lado del estadio, los salvadoreños al otro lado entre 5.000 policías mexicanos armados con garrotes.

(Fundación Periodismo)


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