GRAN OPTIMISMO

OPINIÓN

Van como dos o tres semanas que me dicen que mis textos los dejan con un sabor amargo



Por Nicolás Lucca

Para mí no es un problema, licenciada, porque hay sabores amargos que me vuelven loco. ¿Probó, alguna vez, una Porter? Es una cerveza negra más amarga que un show picaresco con chistes verdes a cargo de Manuel Adorni. Y a mí me encanta. Densa, espesa, 500 mil calorías de carbohidratos líquidos listos para depositarse en mis flotadores. Puedo seguir: aceitunas, cualquier amargo italiano y demás. Todas cosas ricas, amargas, pero ricas. ¿Me entiende?

Pero comprendo la analogía: dejar la sensación de que todo está mal. Y yo no quiero dar esa sensación, licenciada, si hasta soy optimista. En serio. Aparte, con el combo de pastillas que me dió la última vez, si quiere le entro a un velorio con aplausos y vuvuzela en mano.

Igual, partamos de una base que me obliga a pedirle que se ponga de acuerdo. Usted y varios más. Cada vez que me preguntan “si pudieras elegir una época para vivir, a cuál irías” siempre respondo “a ninguna, me quedo acá”. Automáticamente me tildan de amargo. ¿Todo lo que diga me convertirá en amargo? ¿Me vieron cara de Fernet o qué?

Mi ecuación es optimista. Y no me refiero al hecho de creer que firmar un papel simbólico en un delirio refundacional solucionará los problemas que no consiguen arreglarse con insultos en redes sociales. Usted me puede hablar del Renacimiento, de la Grecia antigua, de Roma, de los palacios reales, de la era victoriana y hasta de la década de 1960. Yo le responderé siempre con lo mismo: qué hace si le duele una muela. ¿Me entiende? Puedo ir de visita, si me garantizan el retorno a esta época.

Hay tipos muy optimistas, que parecen hasta más optimistas que cualquiera, como Adorni en sus conferencias de prensa. Manolo sabe manejar la sonrisa. Sabe de la potencia de usarla cuando corresponde, del factor sorpresa. Un periodista consulta por el informe de situación esbozado por el PRO y firmado por el ex Presidente de la República Mauricio Macri, de quien el actual presidente habla maravillas cada vez que puede y asegura tener una conversación fluida.

El informe es bastante generoso, dice que el camino económico es el correcto y blablablá. Tendrá un par de críticas que son palazos en la nuca, como la caída de la actividad, la contracción del PBI y el aumento del desempleo, pero nada que no se sepa. El asunto es que le consultan al titular del Ministerio Familiar Adorni por el informe y Manolete contesta que les chupa un huevo. Bueno, dijo “ni lo leímos”, que es lo mismo.

Manolo dice que el rumbo es el correcto y que “no dan un paso atrás ni siquiera para tomar impulso”. Lo que es saber comunicar, licenciada. Dar un paso atrás para tomar impulso es juntar fuerzas para un mejor resultado. Pero le salió así. Optimismo puro.

Soy optimista hasta cuando digo “esto ya lo viví”. Imagine lo siguiente: un ministro de Economía da una conferencia con el presidente del Banco Central para anunciar un nuevo rumbo sin siquiera mostrar el GPS. Dígame, licenciada, cuándo ocurrió. Le tiro una pista: fue un 28. No, no fue 28 de diciembre de 2017, fue el 28 de junio de este año. ¡Y uno de los protagonistas es el mismo!

¿Cómo no ser optimista si apuestan a que el error no fue el mensaje si no cualquier otro, como la presión atmosférica o que aquella vez fue a una semana del solsticio de verano y esta vez ocurrió a una del solsticio de invierno y, astrológicamente, las fuerzas planetarias pueden hacer que no sea inflacionaria la expansión monetaria del 37% del circulante en dos meses? ¿Se dio cuenta que el dólar subió 37% en esos dos meses? Soy optimista: es una enorme coincidencia. Le jugué al 37. No, no salió.

Soy optimista con todo, mire. Mi viejo tiene una costumbre de inventar unos insultos muy graciosos en el momento. Desde que tengo memoria que, cuando se enoja, termino doblado de la risa y eso hace que él mismo se descomprima al ver la ocurrencia que tuvo. Cierta vez, mientras cruzaba una avenida conmigo al lado, un tipo cruzó como si nada. Mi viejo volanteó, clavó los frenos y el paragolpes del Renault 9 quedó a dos centímetros de la pantorrilla del sujeto en cuestión. No sé cómo, pero a mi viejo le salió un “sos un pelotudo optimista”. Lo recuerdo y me río. Un insulto con sentido, porque cruzar una avenida así requiere de ser muy pelotudo o muy optimista.

O las dos cosas.

Esa es una gran preocupación, licenciada. ¿Cuántos optimistas se comportan así por pelotudos sin saber que son pelotudos? ¿Cuántos se hacen los optimistas de pura mala leche, como un estafador piramidal?

Cuando veo la confusión reinante entre qué es la derecha y qué es el liberalismo, me entra un poco de desesperanza respecto de la inteligencia humana. Porque algo no cierra. El conservadurismo conserva y, muchas veces, tiene que restringir libertades para conservar. Por ejemplo: si quiere conservar un tipo de cultura demográfica, tiene que restringir la libertad de expansión de otras culturas, ¿me explico?

Hace unos años yo era invitado a exponer en lugares donde hablaban tipos grosos en institutos liberales. Para mí, me invitaban por error. Seguro hay un Doctor Nicolás Lucca, especialista en economía internacional y yo no lo ubico. Con el tiempo dejaron de invitar. Pensé que se habían avivado, pero también dejaron de invitar a todos los pensadores y economistas de la escuela liberal argentina. Espero que hoy lleven especialistas para encontrarle una vuelta a ese helado caliente de tener un líder que se define anarquista desde la presidencia de un país que ahora resulta ser su tesis doctoral en búsqueda del Nobel de Economía.

¿Sabía que no existe el Nobel de Economía? En realidad se llama Premio de Ciencias Económicas del Banco de Suecia. Se hace en conmemoración de Alfred Nobel, pero no es un Nobel canónico, aunque todos le dicen así. Es como cuando le dicen “doctor” a los abogados sin que sean doctores. O a los honoris causa.

Soy optimista porque tenemos un montón de cosas que nos colocan en un lugar de privilegio. Una vez le conté que, sólo en los últimos cinco siglos, desaparecieron 1.279 países. Literalmente: lugares con Estado, una forma de gobierno, pueblo, gobernantes, etcétera. Chau, fueron. Invadidos, en medio de revoluciones asesinas, arrasados por crisis económicas o por catástrofes naturales. Y nosotros estamos acá. Hay lugares que con el 10% de lo que la Argentina hace un año cualquiera, ya no son recordados ni en una anotación marginal de Wikipedia. Y acá no pasa naranja.

Soy optimista hasta con las cosas con las que no comulgo, porque en las tensiones se encuentran los puntos de equilibrio. Lamentablemente nos gusta más el péndulo. Y eso que esperaba otras cosas de la “derecha”. No sé, boludeces como controles fronterizos de verdad o volver a las sanciones punitivas hacia los padres que no mandan a sus hijos al colegio. Sólo por dar un ejemplo, eh. Seguramente yo habría aprovechado para reirme de la contradicción de “con mis hijos no te metas” y “mandá a los pibes al colegio o te meto preso” como dicta la ley. Pero yo no soy el que repite “el que las hace, las paga”. Así, con esa coma innecesaria en el medio en cada tuit.

Digo, para salir de la pobreza creo que es más importante sentarse en un pupitre que discutir si un niño se hace gay por aprender educación sexual. Hoy no discutimos lo primero y lo segundo sigue en el imaginario discursivo.

Esperaba que en esta cosa de no saber si son de derecha o liberales nos cayeran con liberalismo económico de veritas. ¿Recuerda, licenciada, que el Presidente dice que donde toca hay un curro? Bueno, parece que no se enteraron de los curros de las mil quinientas cámaras comerciales argentinas de distintos rubros. ¿Vio alguna apertura en el mundo tecnológico? ¿Vio alguna apertura en algo tan boludo como el mundo de los juguetes? ¿Sabía que el presidente de la Cámara del Juguete es el dueño de Rasti? ¿Entiende por qué no se consigue un Lego ni de pedo y, si encuentra uno, sale lo mismo que hacerle otro implante capilar al vocero?

Quizás venga en una nueva fase. Vio que todo tiene un plan que no pueden mostrarnos. Si sale bien, es acorde al plan. Si sale mal, también es parte del plan.

Pero cómo no ser optimista si nada se pierde, todo se transforma. Los kioscos de diarios se llenaron con una publicación llamativa de Le Monde Diplomatique: Peronismo Renovación o Muerte. Escriben todos de todos los espacios. Y yo ya lo veo recontra renovado. Guillermo Francos pasó de la mesa de Alberto Fernández a la Jefatura de Gabinete, tenemos al hijo de Eduardo Menem al frente de la cámara de Diputados, los Puerta siempre en la puerta, Ruckauf como gran vocero defensor –¿vendrá en combo con los implantes o qué onda?– y hasta el gran Corach como consultor ocasional.

Salvo que hayan sido infiltrados del Partido Intransigente durante la presidencia de Carlos Menem, no entiendo bien a qué se refieren con renovación. La clave está en Scioli, siempre en Scioli. En el momento en el que dice “acá me pongo”, esa es la posta. Es el It Boy de la política.

El mundo no es una mierda. No en comparación a lo que conocimos hace tiempo, mucho menos si lo comparo con el de mis padres. Ni que hablar el de mis abuelos. Y mejor dejo de subir en el árbol genealógico porque, hace un siglo, los Lucà eran una familia pobre dedicada a la confección de zapatos en un pueblo perdido en los acantilados del sur de Calabria. Este mundo que me resulta una mierda lo es para mis parámetros, los de una generación criada en el Fin de la Historia, en el que nada iba a alterar la paz mundial, el triunfo del capitalismo y el bienestar general de una población que no dejó ni dejará de crecer.

Hace poco volví a ver un capítulo de X-Files de la primera temporada en la que mencionaron al pasar que la población mundial había alcanzado los 4 mil millones. Somos 8 mil millones hoy. Nos duplicamos en 30 años. El mundo fue un páramo hasta un par de siglos, pero en 1950 ya saltamos a 2.5 mil millones. Menos guerras mundiales, penicilina, vacunas, señores de 80 que dan conciertos multitudinarios, mortalidad infantil esterilizada en los países desarrollados, blablablá.

Pero en ese mismo 1950 en el que comienza la expansión brutal de la población mundial, el 57% era pobre. Adivine de qué lado de la balanza estaría quien escribe. Fácil, mi abuelo nació pobre. Permítame ponerme en egoísta, que es la base de cualquier optimista, o sea, un narcisista compulsivo. En mi egoísmo, me encanta ver las historias de la era victoriana, las películas de grandes peleas políticas renacentistas y demás cosas. Me apasiona la historia. Pero cuando cierro cada libro, cuando termino cada película, automáticamente pienso que, de haberme tocado aquella era, sería pobre, si no es que ya habría muerto.

¿Quién puede decir que hay una mejor época para vivir? Ni quiere saber, licenciada, de lo que soy capaz de sacrificar. No es que estoy dispuesto a entregar la belleza victoriana a cambio de la quimioterapia. Me banco cualquier crisis política por un desodorante antitranspirante.

Hay noches que siento bronca al apoyar la cabeza en la almohada. Bronca de saber que al día siguiente me espera una incertidumbre generalizada. Y yo quiero la felicidad de que me espere la incertidumbre de un nuevo día, no de qué palazo voy a tener que amortiguar. Pero, así y todo, me encanta la idea de poder resfriarme sin que mi familia deba llamar a un cura para que me de la Extrema Unción.

El mundo está lleno de conflictos que nos afectan menos que los de hace medio siglo. ¿Acaso usted se sintió amenazada por la invasión de un país hostil? ¿Tiene miedo a un bombardeo uruguayo o a que su casa sea tomada de centro de descanso del ejército enemigo? ¿Sabe que nuestros padres temían la invasión de Chile o que tienen amigos que quedaron en Malvinas?

Este parecerá un mundo de mierda porque cada uno tiene su visión de la perfección, sin saber las consecuencias de ese deseo. Hoy nos tenemos que fumar a una manga de jodones que creen hacer la revolución en redes sociales, que gritan los goles económicos de Milei cuando está en una conferencia en la Ciudad Libre de Braavos para luego recibir el premio Arya Stark al mejor peinado libertario. Nada nuevo tras veinte años de redes sociales.

¿Cómo se resolvían las diferencias políticas en tiempos de nuestros viejos? A tiro, sangre, bomba y fuego. En las de mis ancestros no se resolvían. No votaban. De pedo vivían lo suficiente para ser enviados a una guerra que no decidieron. Es más: ese fue el motivo por el que mi bisabuelo agarró lo que tenía, juntó a la familia y cruzó el charquito del Atlántico de Este a Oeste y de Norte a Sur: luego de haber combatido en la Gran Guerra, vio el camino del Fascismo y decidió que sus hijos no pasen por lo mismo.

Argentina habrá sido una tierra de oportunidades y lo sigue siendo. Fue el país más rico del mundo, pero de un mundo pobre y bastante pedorro en el que la vida valía nada. Las cosas en contexto ayudan, usted me lo dice siempre, licenciada. El tema es ese bendito concepto subjetivo de qué es estar bien. Hace 70 años, tener una tele era un lujo absolutamente innecesario. Hoy, un teléfono celular con conexión a Internet es un Derecho Humano.

Y hablando tan en serio como todo lo que dije antes, el gran problema de ahora es esta cosa de que al gobierno no le quedó otra que sacar la patita del acelerador. A todos les encanta publicar encuestas sobre aprobación social e imagen presidencial. Por detrás, están los mapeos de situación, información compartida entre consultoras que las lleva a evaluar las situaciones y plantear escenarios hipotéticos y en cuál estamos parados. Se lo paso, pero no lo divulgue, porfa.

– Escenario “Espiralización”: Si la consistencia económica afloja, la inflación se espiraliza, caen los mercados aún más, el riesgo país perfora el techo de los 2 mil puntos, el conflicto social resurge, y que la política haga lo que pueda.

–En el otro extremo, está el escenario “Todo sale bien”: Inflación baja rápido (como en abril y mayo), lo que se aprovecha para la construcción de capital político (comenzaron), se genera un shock confianza (pasó) los bonos suben (ocurrió) el riesgo país baja a menos de los mil puntos –ni la vimos–, se abren los mercados, se levanta el cepo en un santiamén, y llega la famosa recuperación en “V”.

–En medio de ambos extremos está la “Estabilización Conflictiva”: Un riesgo país que baila entre 1000 (gritamos gol) y los 2000 (la culpa es de los radicales), el levantamiento del cepo se convierte en el deseo navideño de un ateo, la recuperación se hace, pero leeeeeenta como repetición de René Lavand, capital político se congela, la tensión social crece y la única “V” es la de Vendetta.

Adivine cuál es nuestro escenario. Está mal, pero no tanto. No todavía o puede que nunca empeore, sino todo lo contrario.

Por eso soy optimista. Porque todavía puede salir todo bien. Es una cuestión de creer. Cómo no creer si a Manolo le importa tres carajos las advertencias de los que pasaron por lo mismo y el presidente ningunea a todos los que fueron sus ídolos pero jamás lograron lo que él: ser el más premiado en las kermeses.

En fin, licenciada, ¿no me ve optimista? Si agarramos un mapa de alcance de bombas nucleares del mundo, ¿sabe cuál es el único lugar al que no llega ninguna? A las Provincias unidas del Río de la Plata. ¿No es un canto al optimismo?

Aunque también podría decir que ni siquiera nos queda la esperanza de que se desvíe un misil.

En fin. Ya le transfiero lo suyo. Ah, aumentó. Pero eso no es un 5%…

(Relato del PRESENTE)




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