ELOGIO A LA AMISTAD

EDITORIAL

Me puse de pie, empujé su silla de ruedas hasta el centro de la pista y bailé con ella, girando a su alrededor

Por Walter R. Quinteros

Dice Ernesto Martinchuk que el materialismo y el egoísmo mueve los actos humanos, y de que "por la plata baila el mono". Es verdad, pero también rescata la figura del amigo. El amigo es otra cosa. El Amigo, o la Amiga existen. Están en muchas partes. Alumbran o entibian muchas vidas.

Con leer esa frase, simplemente esbozé una tenue sonrisa al recordar una anécdota con mi amigo R. 

R, vive desde hace años en otra provincia, cada tanto nos escribimos para saber cómo estamos, qué es de nuestras vidas, nunca hablamos de nuestras familias, de nuestro antiguo trabajo, con R, somos simplemente vos y yo, llamame, visitame, contame, decime, lo hacemos sin medir absolutamente nada. Es decir, como dos soldados a la buena de Dios en una trinchera y bajo una lluvia de balas.

Allá lejos y en el tiempo, en la noche de mi casamiento, R se encargó de animar la fiesta, bailó con todas las damas que encontró, brindó con todos los hombres, ayudó a levantar las mesas y esquivando los zarpazos del sueño, cansancio y los efectos del alcohol, llegó hasta su Fiat 1500, lo arrancó y se perdió por las calles del barrio en plena madrugada.

Habíamos estudiado juntos, trabajábamos juntos, escuchábamos la misma música desde la radio o de un viejo grabador a cassettes que una mañana trajo y, muchas veces, bailábamos entre las herramientas del taller. Les hacíamos bromas a todos. Nunca nos llamaron la atención por separado, siempre a los dos juntos. Porque juntos llegábamos a las 7 de la mañana y juntos nos íbamos a las 14. A veces más tarde, porque entrenábamos en el equipo de fútbol, o porque había juego de naipes después de algun asado entre compañeros. 

Un día me dijo que tenía que salir con una chica, pero que los padres de ella no la dejaban ir al baile sola, su hermana debía acompañarla y, a las dos juntas las llevaban hasta la puerta de la confitería bailable. Me pidió que "le haga la gamba", que aguante a su futura cuñada. 

Para salir de mi casa un sábado a la noche, dejando a mi esposa sola y con nuestro bebé, no se nos ocurrió mejor idea que idear un plan que nos parecía lo mejor posible para despejar cualquier sospecha de infidelidad. Cosas que uno tiene con  los amigos.

La cuestión es que ambos salimos de caravana y, en el corto viaje al barrio cerro de Las Rosas de Córdoba, él sólo me hablaba de la chica que pretendía enamorar. Estacionar fue un caos, sentir la fría mirada de los padres de las niñas, clavadas como un puñal en nuestro cuerpo y alma, fue una tortura que supimos eludir junto al frío de la noche. Pero ahí nacía otra prueba de nuestra amistad.

Su futura esposa, era una rubiecita bellísima, tal cual él supo describirme, pero su hermana, aunque un poco mayor que ella, estaba sentada en una silla de ruedas, había nacido con una discapacidad en las piernas. Nos ubicaron a los cuatro en una mesa, al frente de la pista de baile.

Martinchuk dice en su nota; El Amigo no reflexiona cuando anuncia: "Déjalo por mí cuenta, yo te lo arreglo", porque no sabe medir de antemano las dificultades de ninguna empresa. Por lo contrario, son las dificultades las que lo estimulan.

Para "cortar el hielo", de conversaciones vagas, me puse de pie, empujé su silla de ruedas hasta el centro de la pista y bailé con ella, girando a su alrededor. Bailé con ella, levantando los brazos, animándola, animándome y toda la gente bailaba junto a nosotros. 

Con el tiempo, llegó la hora de decir la verdad. Yo era casado y mi intención era solo la de acompañar a mi amigo para cumplir con un requisito exigido por aquellos años. Y fue cuando llegó la hora de su casamiento, y dónde también todos conocieron a mi esposa. No solo bailé de nuevo con su cuñada en su silla de ruedas sino, con su suegra y con toda mujer que se cruzara y hasta con mi beba en brazos.

Con R, fuimos mudos testigos de muchos secretos, reímos y lloramos juntos donde sea, por lo que sea, especialmente en los vestuarios cuando jugábamos al fútbol. Estábamos presente en casi todo. Hasta que lo destinaron a la provincia donde actualmente envejece, como yo aquí.

No pudimos despedirnos, yo estaba haciendo un trabajo lejos, en el norte del país y por tres meses estuve ausente. En ése tiempo se fue. Fue un tiempo de cambios. Había una orden de los nuevos jefes de descabezar toda la orgánica y yo, con tan sólo 27 años de edad era ahora el nuevo encargado, ocupaba cargos que antes les pertenecían a personas de mayor antigüedad y que ya habían sido desafectadas, destinadas a otro espacio, o retiradas.

Ahora estaba al frente de mecánicos y técnicos recién egresados, pero aquel cargo lleno de responsabilidades no me endureció, al contrario, fui padrino de casamiento de dos de ellos, fomenté las reuniones familiares y les dije a todos cómo mi amigo me llamaba por sobrenombre, les pedí que así me llamen y que nadie cambie de lugar la radio pasacassettes, porque él la dejó aquí, para que bailemos y cantemos mientras trabajamos —les dije—.

Ayer, con otro amigo estábamos comiendo un asado bien regado con Malbec, a pesar de sus dolencias ya medicadas, y empezamos con los llamados de rigor a aquellos amigos que compartimos vestuario de fútbol y lugares de trabajo por tantos años. No dudé en llamar a R, lo llamé para saludarlo, me dijo que estaba bien, un poco viejo pero bien, con frío, con mucho frío, medio ninguneado, vos viste cómo es la soledad, huevón —me dijo—, te hace sentir más viejo, te hace sentir más el frío, te duele todo. 

—En la primavera nos vemos "pelau".
—En la primavera nos vemos "palomo".

No se decirles quién de los dos cortó el celular primero, porque como ustedes saben los amigos con estas pequeñas cosas, alumbran y entibian nuestros momentos.






Comentarios

  1. Cómo siempre un excelente relato. Un verdadero amigo.

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