CADA LOCO CON SU TEMA

OPINIÓN

"¿Andan los tiranos buscando un pueblo o andan los pueblos buscando un tirano?"

Por Sergio Schneider

El interrogante era recitado de tanto en tanto por un excelente profesor de la cátedra de Política en la carrera de Comunicación Social de la UNNE. La memoria no ayuda a recordar a qué pensador atribuía el docente la frase, y en esta ocasión tampoco Google ofrece un auxilio eficaz. Pero la pregunta atraviesa los tiempos y es difícil quitársela de la cabeza para quien haya vivido la Argentina de las últimas décadas. Con una salvedad: para ajustarla a la realidad local, conviene reemplazar "tirano" por "loco". Porque, en realidad, no hemos casi votado tiranos, pero sí a varios personajes de dudosa salud mental.

MARCA REGISTRADA

La locura bien podría ser la marca distintiva de la vida política nacional durante el último siglo. Comenzó, posiblemente, con el golpe de Estado de 1930, que, por la fuerza, y para devolverle todo el poder a la oligarquía argentina desalojó de la presidencia a Hipólito Yrigoyen, un caudillo viejo y desgastado, pero que había llegado al cargo por el voto popular. El golpe iniciaba una cadena de demencialidades institucionales que iría hilvanando tragedias.

Allí arrancó la "década infame", con gobiernos lábiles y fraudulentos. Otro golpe, en los 40, motorizado por militares simpatizantes de las experiencias europeas de Hitler y Mussolini, acabó siendo el embrión de la aparición de Juan Domingo Perón en la historia. El nuevo líder de la nación fue amado y odiado por partes casi iguales. Tuvo rasgos autoritarios, pero también una oposición venenosa. Los enfrenamientos se fueron tornando pura locura. La fracción militar que detestaba a Perón llegó a bombardear la Plaza de Mayo, matando a una cantidad incierta de civiles, para tratar de desalojarlo de la Casa de Gobierno. El golpe se terminó de consumar en 1955. Los locos que se instalaron en el poder no tuvieron límites. Reprimieron, proscribieron, fusilaron. Se obsesionaron con esconder el cadáver de Eva Perón. Pero se hicieron llamar "Revolución Libertadora".

CUESTA ABAJO

En 1958, las Fuerzas Armadas, ya autoasignándose el rol de tutoras de la vida política nacional, permitieron que volviera a elegirse gobierno por el sufragio ciudadano, pero prohibieron cualquier tipo de participación a Perón y su movimiento, justo el dirigente y el partido de mayor predicamento en el país. Perón recién iba a poder volver al país en 1973.

En 1962 los militares terminaron con la presidencia de Arturo Frondizi, un hombre brillante y adelantado a su tiempo; fabricaron una transición inconstitucional y dieron permiso de desarchivar las urnas. El peronismo seguía proscripto. El nuevo presidente, elegido en 1963, fue un hombre honesto, callado y valiente, Arturo Illia. Se metió con los negocios que nadie se atreve a tocar, como el de los laboratorios medicinales y las Fuerzas Armadas lo echaron de la Rosada.

Llegó Juan Carlos Onganía, otro dictador patético que se percibía grandioso. El horno no estaba para bollos. Llegaron el Correntinazo y el Cordobazo. Onganía salió, las Fuerzas Armadas se resignaron a reabrir el juego político. Esta vez permitieron la participación de Perón. El general que regresó no era el mismo que se fue. Estaba viejo, enfermo y seguramente más sabio. Puso de vice a su esposa, una mujer carente de experiencia política, exbailarina.

Desde el exilio, Perón había alimentado una insurrección juvenil contra el poder militar y los grupos económicos amparados por las FF.AA. Al regresar se encontró con que esa muchachada no estaba dispuesta a retornar a sus casas y guardar las armas.

AL TOPE

Comenzaba la locura más loca de todas, la de los 70, que muchos aún hoy veneran. Los jóvenes que habían luchado para que regresara Perón, combatían a Perón. Le asesinaban aliados, lo desafiaban a que se animara a instaurar un gobierno socialista. Perón, que había dicho que las organizaciones guerrilleras eran una "juventud maravillosa", los denigró en cuanta conferencia de prensa y acto público pudo. Los echó de una convocatoria masiva en Plaza de Mayo, los trató de infiltrados, los llamó "estúpidos". Se burló del ideario marxista. El país se convirtió en un campo de batalla. Los bandos se tiraban muertos semana a semana. La juventud había dejado de ser maravillosa y Perón había dejado de ser peronista.

La muerte del Viejo precipitó todo. María Estela Martínez, la viuda, confirmó que no tenía ni las más mínimas condiciones para hacerse cargo de un país que era una montaña rusa en llamas. Un desenlace muy -pero muy- loco.

LO PEOR

Es probable que, así como dicen que el dinero atrae al dinero, la locura atraiga a la locura. La demencia pos-Perón tuvo una respuesta a tono. La ejecución de un nuevo golpe era como una lluvia de enero: solo hacía falta saber qué día caería. El 24 de marzo de 1976 Isabel fue sacada en helicóptero de la Casa de Gobierno y en su despacho se instaló Jorge Rafael Videla.

La locura iba a alcanzar niveles inusitados. Los campos de concentración y los centros de torturas de todo el país -también los del Chaco- registraron los crímenes más aberrantes de nuestra historia. Y cuando toda esa irracionalidad sintió que el poder se le iba de las manos, dio a luz una locura más: Malvinas.

TIEMPO PRESENTE

El miércoles pasado se volvió a hacer visible la pasión de una parte del país por ese tipo de insanidad que desborda y logra convertirse en estrategia política. La violencia demencial desplegada en torno al Congreso, con el claro fin de impedir que sesionara el Senado para el tratamiento de la Ley de Bases, fue ejecutada por cientos o por algunos miles, pero hubo millones que la vieron mediante alguna pantalla y que sintieron que era digna de ser defendida. De hecho, lo hicieron (y siguen haciéndolo), en medios, en redes. Pura locura. Gente que rompe lo que haga falta para reemplazar al diván del psicólogo con un simulacro de revolución.

El caso es que tanto raye no se genera espontáneamente. Los liderazgos más importantes del presente, el de Javier Milei y el de Cristina Kirchner, provienen de dos personajes alocados. No hay confusión posible en eso. No se hacen, son. Ella con la sobreactuación que la muestra autopercibiéndose prócer (¿prócera?), junto con el planteo psicopático -que replican sus fanáticos- contra los "discursos del odio", mientras no dejan de odiar. Él con sus desbordes asombrosos de él, su ira para responder a los críticos, la confesión de que quiere "destruir al Estado", que lleva a pensar en qué sentido tiene un presidente sin un Estado que gobernar. Cristina bailó en un escenario en Plaza de Mayo, en diciembre de 2013, cuando el país vivía la conmoción de los saqueos y muertes por huelgas policiales en diferentes provincias. Milei cantó "Panic show" en un acto, hace algunas semanas, en medio del "ajuste más grande de la historia de la humanidad".

Como hemos visto, hay mucha locura en nuestro pasado. También en el presente. Suficiente como para que la parte más lúcida de nuestra sociedad -la que labura, la que se anima a pensar por su cuenta, la que respeta de verdad a los demás- tenga muy aprendido que la única revolución que se necesita es la del sentido común.

(NORTE - Chaco)


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