OPINIÓN
Recuerdo que hace unos veinte años –aproximadamente, que esto no necesita demasiada precisión– una pareja de hermanos se encontraba en una granja de rehabilitación
Por Nicolás Lucca
Puede que hoy parezca una exageración, en tiempos en los que la marihuana está cada vez más tolerada y el tabaco cada vez más perseguido, pero hubo un tiempo en el que ser hallado con un porro era causal de internación.
¿Cómo ocurría? Sencillo: una violación a la ley 23.737, de drogas peligrosas. Un delito. Si la sustancia era para consumo personal, se podía suspender todo con una probation. En muchas ocasiones, la probation consistía en un tratamiento de rehabilitación. Por un porro, sí. Técnicamente la ley sigue vigente, aunque parezca que no.
A las granjas iban a parar adictos de toda índole junto con consumidores ocasionales. Pero estos dos hermanos no tenían otro historial que el de fumar marihuana de vez en cuándo. Aceptaron la probation a regañadientes. Y luego no quisieron salir. Fue un dolor de cabeza para el juzgado –no en el que trabajaba yo, pero Radio Pasillo nos nutre siempre de grandes historias– que se encontró con un hueco legal interesante: nadie jamás había pedido extender su “castigo correccional”.
Con todas las ganas de saber qué cazzo había pasado, los hermanos fueron citados. Un puñado de extraños ajenos al juzgado nos acercamos para ser testigos y chusmear qué onda. De golpe, la audiencia tenía una platea preferencial y, si nos hubieran dado unos días más, hasta poníamos populares. El misterio de qué les pasaba por la cabeza a los hermanitos. El resultado, ansiada respuesta a nuestra gran incógnita, fue tan, pero tan decepcionante que entiendo por qué nunca jamás se repitió la obra.
Los hermanos no querían abandonar la granja por comodidad. Cuatro comidas calientes y un techo de material es algo deseable para cualquiera. Pero a diferencia de una cárcel, donde también se obtienen cuatro comidas y un techo, en la granja de rehabilitación existía el factor de paz: sus vidas no estaban en riesgo. Nadie peleaba por lo que ellos tenían, nadie amenazaba sus vidas. ¿Podían tener esa vida afuera? Quién sabe. Hacerse cargo es todo un tema. Es como el miedo a irte de la casa de tus viejos, pero con tu vida en riesgo.
Esta historia viene a cuento, primero, porque me encanta contar historias que no son mías. Segundo, porque se me antoja, y tercero porque esta semana me encontré con un conocido después de mucho tiempo, al que hacía viviendo en el extranjero. O sea: la última vez que lo ví me había dicho que se iba del país, que tenía casi todo liquidado para irse a la mierda a alguna ciudad perdida entre las dos costas de los Estados Unidos.
El “casi” se reducía a un temita de salud. Necesitaba finalizar unos estudios que no sabían si le iban a dar mal. Si ocurría lo peor, nada mortal, debía hacer un tratamiento que costaba un huevo en cualquier país serio. Jamás fui de juzgar las motivaciones que llevan a alguien a abandonar el infierno. ¿Quién en su sano juicio se quedaría en un lugar donde no es querido, para pasarla mal sin un horizonte de bienestar? O sea: si tenés la posibilidad de tener trabajo y un lugar para vivir en mejores condiciones, ¿quedarse?
Pero este caso fue motivo de puteada por culpa de mi bocota. En mi defensa, Su Señoría, quiero argüir que me encontraba en pleno cambio de medicamentos que actuaban directamente sobre mi corteza prefrontal del cerebro y… Bueno, sí, le dije “así cualquiera”. O sea, me convertí en el pelotudo que se queja de los que se quejan de la Argentina pero viven de las bondades del gasto argentino que, en su círculo vicioso, impide que otros argentinos puedan vivir como si no fueran argentinos. ¿Una ensalada? Y sí, si nuestro país es una ensalada. Pero no era mi intención. Considero que una persona inteligente procesa los datos que le ingresan a su cabeza y emite un enunciado una vez analizados. Yo, a veces, hablo en tiempo real sobre el proceso.
Culpo a las drogas legales para no quedar como un pelotudo hecho y derecho. Más de una vez he dicho que, si decís que te gusta ser frontal porque la verdad no ofende, probablemente seas un psicópata que no mide el daño en terceros. Así que cuando me encuentro en esa posición, me siento horrible.
Pero, decía, me crucé a este buen hombre hace poquito, por Avenida de Mayo. Nos pusimos a charlar y nuevamente todo dirigió a que el país no tiene salida y que cualquier mejora es que la realidad está tomando envión para enviarnos nuevamente al pozo. Obviamente, su alocución no podía terminar de otra forma: la única salida es Ezeiza. Yo también lo creo una vez al mes. Después se me pasa.
Y le pregunté por su proyecto de irse, si seguía en pie. Hubo cambios, pero ahí estaba, impoluto, su esperanza en un futuro mejor. Esta vez apunta a Europa. Su experiencia con los costos de la salud le llevó a descartar la experiencia norteamericana. Ahora, lo único que lo retiene en la Argentina, es la espera de que su hijo termine la universidad. Esta vez, mi cabeza frenó a tiempo. Ah, la magia de los químicos.
Probablemente, otra persona más afín a querer matarse ante la ausencia de un gobierno kirchnerista, le había espetado “andate afuera, pagá la carrera de cero y recién ahí quejate de la Argentina”. Yo, en cambio, noté toda la lógica del mundo: tanto que le dio al país en impuestos, que al menos su hijo se lleve una carrera. Pero también noté cierto temor a la partida, un temor que tiene toda la lógica del mundo: el extremo de un Estado de Bienestar, alicaído, agonizante, pero que aún respira, es un ancla de miedo para cualquiera que pretenda experimentar otra experiencia.
No es lo mismo probar la vida del extranjero a los veintitanto que hacerlo cuando el chequeo anual requiere penetraciones contra natura. Estamos acostumbrados a recibir un electrocardiograma como si fuera una aspirineta, un procedimiento que varía entre los 300 y los 1.500 dólares. Mierda que asusta. Pero si cobrás un buen sueldo, el IVA no perfora la barrera del 10% y sabes qué pagas y para qué, puede que uno adapte su economía para centrarla en lo que necesita, lo que desea y lo que no es tan prioritario.
Calculo que no es lo mismo prescindir del Estado de Bienestar en Arkansas que hacerlo en Somalía, donde el sueño anarcocapitalista es tan palpable como el cólera y ningún gobierno logra hacerse con el control estable de la región desde tiempos inmemorables.
En estos tiempos en los que la Argentina se debate entre quienes pretenden un Estado chiquito y quienes sostienen la necesidad de uno tan grande que no puede agacharse a recoger a los que quedan tirados en el camino, quizá sea bueno plantear cuáles son nuestras opciones.
Cualquiera que haya gozado de la planta permanente en el Estado, en cualquiera de sus formas –Nacional, municipal, provincial, y cada uno de sus tres poderes– sabe del hermoso mantra “no te echan más”. Una frase que cuando la recibí al pasar a planta en 2007 la viví como un ladrillazo en la nuca. Con 25 años me aguardaba toda una vida de esperar la jubilación o la muerte. Lo que llegue primero. Sin embargo, algo me ataba y me impedía irme a la mierda: la certeza de la continuidad, un sueldo depositado el primer día hábil de cada mes, obra social, aportes jubilatorios, aguinaldo y no tener que pensar nunca, nunca más de qué viviría el año entrante.
Tomar la decisión de renunciar a La Planta fue como irme de la casa de mis viejos. Literalmente. La sensación de intemperie es difícil de explicar. No había ahorros, no había una vivienda propia. Era la misma cosa que ingresó a la planta, pero cansado de la monotonía. No es que la desprecie. Hay personas que tienen sus intereses puestos fuera del trabajo y lo ven como un modo de subsistencia. Hay otros que se van al otro extremo, los workaholics, los que consideran cualquier oficio como una competencia en la que solo hay un ganador. Y yo, simplemente, me aburro rápido de cualquier cosa.
Recuerdo haber renunciado con una mezcla de entusiasmo y cagazo. Entusiasmo por animarme a explorar un mundo meritocrático, en el que todos somos iguales, en el que nada está servido. Ah, cómo me arruinó la cabeza el Estado: pensar que el problema era el Estado y no la mentalidad colectiva.
Por fuera del Estado me encontré con los mismos paracaidistas de siempre, los hijos de los amigos de los jefes, los hijos de los dueños, los salarios determinados por un mercado compuesto por gremialistas y empresarios, el pago de impuestos por brindar un servicio, el pago de impuestos por excederte en tu calidad de servicio, como para emparejar bien para abajo. Y si te largás a trabajar por tu cuenta, el pago de impuestos por cualquier cosa, precios cartelizados y un corporativismo en el que, si discutiste con Juancito en un rincón perdido en Catamarca, serás un conflictivo a donde vayas. Porque el mundo es muy pequeñito. Y Juancito será un inútil, pero conoce a todos.
El sistema tributario y su página del averno está configurada para que la entienda solo un contador al que deberás pagarle por haberte atrevido a trabajar con los papeles en regla. ¿Un quilombo? El abogado te lo pagás vos, de tu bolsillo. No hay ningún gremio, ningún jefe que ponga la cara por vos. No hay papá Estado, no hay papá. O puede ser peor: un Estado que te mide un IPC que no tiene forma de reflejar tus costos de producción y que, encima, es el único parámetro para que puedas fijar precios. Y encima hay que aguantar a los gremialistas de alma, antiperonistas de la boca para afuera, que tratan de White People Problem a cualquier queja de un free lancer. Se las actualizo Apta para Todo Público: ¿sos pintor? A nadie le importan tus viáticos y demás cosas. 8,8% es la inflación, garca.
Rousseau sostuvo en vida que un Estado debía crecer en proporción a lo que deseaba administrar. Claro, hablaba de su conocida Francia. Desde mi humilde lugar, creo que el Estado crece cuanto más salvaje es lo que pretende administrar. No es un deseo, no es lo que quiero, pero es lo que observo. Este país de salvajes requirió de un Estado que creció todo lo que pudo para intentar contenerlos a todos y que no terminemos contemplando al canibalismo como una opción aceptable para reemplazar los ñoquis del 29.
En este país en el que se pondera tanto al sector empresarial, en cuanto abrís una importación lloran veinte nacionalistas nostálgicos que creen en la necesidad de un tornillo Hecho en Argentina. Todos a tocarle el brazo a papá Estado para decirle que no quieren hacer la tarea. Cuando me mudé al lugar que habito, existía un solo kiosco a 50 metros de mi casa. Hoy existen seis. Todos en menos de cien metros. Dos de ellos de la misma cadena de kioscos, otros dos de otra gran cadena. Ninguno lloró por la apertura indiscriminada de kioscos. Obviamente, todos cobran los mismos precios de mierda por los mismos productos. No compiten: se reparten a los giles que caminan. Pasa con las prepagas, pasa con los caramelos.
Y esto ya parece la historia del huevo o la gallina. ¿Qué vino primero, un Estado que intenta contener a un grupo de pelotudos para que no sean devorados por hijos de puta, o una congregación de pelotudos e hijos de puta que dieron forma a un Estado al que le tememos si actúa y nos da pánico que deje de actuar?
Entre los que pretenden ver en este Gobierno una posibilidad de cambio de paradigmas en nuestras relaciones y lo que pretendemos del Estado, cada uno entabla su propia versión de la mentada batalla cultural. Están los que consideran que nadie se hace puto pero que la Educación Sexual Integral te puede convertir en uno, los que creen que la batalla cultural se centra en cuál es el número correcto de desaparecidos, si los milicos se quedaron cortos, si no fue para tanto, si Menem fue el mejor presidente de la historia y otra mescolanza en la que todo puede ocurrir.
Hoy se puede ser Roquista y chupacirios a la vez, liberal y conserva, libertario de discurso y peronista conservador del interior, hablar del futuro de las tecnologías y proponer el retorno a la familia numerosa de oficios primarios como modelo aspiracional, ser menemista y antiperonista. Decir una cosa y hacer otra muy distinta.
Está claro que, tras un huracán, cualquier casilla nos da la sensación de protección. El que vea en eso una megalópolis, es un idiota. O tiene un interés creado muy sospechoso. Y, por si fuera poco, hace daño. Porque generar la sensación de que está todo bien, atenta contra el objetivo de estar bien. El camino no es la meta, es tan solo el camino. Y acá estamos con la bandera de largada al lado. ¿Que vuelvan los créditos hipotecarios es un signo de normalidad? Claro que lo es. Volvieron como estaban antes de desaparecer: destinados a quienes no lo necesitan. Pero volvieron. Está bueno destacarlos como un indicio de encaminamiento. Celebrarlos como si todos pudieran acceder a su vivienda es, cuanto menos, naíf.
Si me centro en los que pretenden un sector privado fuerte, pujante, competitivo, exportador, generador de empleos, emprendedor, autosuficiente, me pregunto seriamente de qué pretenden nutrir sus puestos laborales si sólo cuentan con los despedidos del Estado, los que ya tienen trabajos en otras empresas y los que son inviables. ¿Tentar al empleado público para que se vaya al sector privado? Puede caer algún boludo, como yo, pero no demasiados. ¿Emprender con 168 impuestos a pagar antes de comenzar a vender la primera porquería que fabriquemos? Si alguien quiere poner de la suya en ese contexto, yo sospecho.
Obviamente, me refiero a todos los que no consiguen escapar de las garras del Estado, gobierne quien gobierne, que si no se enteraron en la Argentina tenemos la misma cantidad de impuestos de siempre. Los que logran gambetearla, los que viven en negro, los que cobran cash, de ellos es el reino de la felicidad. Apuesto a que, además de ahorrar en impuestos, lo hacen en ansiolíticos y antidepresivos.
Está difícil el cambio de paradigmas. Si salimos de la casa de Papá Estado, nuestro paisaje se parece más a Somalía que a Arkansas. No sé por dónde se comienza. Si lo supiera, cobraría fortuna por haber hallado una receta más misteriosa que la Coca-Cola: cómo gobernar a los argentinos.
Un día, obviamente, los hermanos del inicio de esta historia fueron despachados fuera de la granja. Nadie podía pagarles más la estadía. Uno murió acuchillado un par de años después. Del otro nunca más supe nada. Espero que le haya ido bien. Cualquier cosa que eso signifique.
PD: La granja quedaba en Ezeiza. Qué maravilla de eufemismos.
PD II: Se cumplen 160 días sin que el Presidente firme su decreto prometido para incorporar a la Organización Terrorista Hamás dentro del listado de Organizaciones Terroristas.
(Relato del PRESENTE)
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