DEL "OLVIDO" DE CRISTINA A UNA LEY BASES DE BAJAS CALORÍAS

OPINIÓN

Mientras Milei promueve que su Ley Bases de bajas calorías se imponga en la Cámara alta, otros afirman: "Haremos todo lo posible para impedir que salga la norma en el Senado"



Por Roberto García

Falta completar en el Senado la Ley Bases bajas calorías. Un orgullo del gobierno —Javier Milei sostiene que es cinco veces superior a la de Carlos Menem— a pesar de que acepto una jibarización monumental de su propia obra inicial, disminuida y corregida con múltiples negociaciones y con la venia final de casi la misma cantidad de Diputados que en su momento habían aprobado un proyecto más vasto: un ejemplo legislativo de afición a la dieta, a las bajas calorías, en alrededor de 140 legisladores. Y, en una gestión oficial que cambió caviar por papas fritas, y un entrecot al Café de Paris con una hamburguesa del Dibu Martínez. Al menos en el menú del purismo liberal que considera las últimas reformas consentidas a mitad de camino de la revolución prometida. Como otros empresarios díscolos a pesar de que la reforma laboral les satisface demandas y costos reclamados por décadas. Curiosamente, también están en emergencia (o, en apariencia) los sindicalistas que anuncian un paro general para el 9 de junio.

Como no se puede cuidar a todos, el gobierno levanta la copa triunfal del Parlamento, menguada quizás por la entrega de tantos artículos, mientras su oposición — más lejos de la Tierra que Júpiter— admite la derrota, no considera lo que arrebató en el “intercambio político” y se juramenta: “Haremos todo lo posible para impedir que salga la norma en el Senado”. Son palabras de Axel Kicillof, modelo de guerrero y candidato a Presidente en el 2027, uno de los que no creen en que la Argentina será otra desde que empiece a aplicarse la nueva Ley Bases, según predica la Casa Rosada. Un detalle: Javier Milei contra el gobernador bonaerense hubiera sido una apasionada rivalidad en la pubertad universitaria por pertenecer a sectas antagónicas, una lástima contrafáctica es haber perdido ese duelo porque uno se formó en la facultad pública y, el otro, en la privada. Más lástima puede ser ahora sus actitudes de adolescencia.

Así como Milei presume de la victoria total y recorre los medios con su tabarra de propaganda para facilitarles rating a sus favoritos o prescindir de un psicólogo que le permita hablar sin interrupciones, Kicillof asume la contracara: lamenta la derrota parcial como si fuera un mataco o un boliviano, promete darla vuelta contra todo pronóstico y, de paso, se exhibe como portavoz de los que según el pierden derechos, ingresos, subsidios, tierras, casas y trabajos: son tantos en apariencia que le garantizarían ganar las próximas elecciones presidenciales. Esa actitud de candidato trata de ocultar otro acecho, el que padece en su partido por parte de una mujer y que, por no contrariar al Me too del subdesarrollo, se niega a denunciar: Cristina Fernández de Kirchner, quien lo aparto como a un cáliz vallejiano, se olvido de aquel “Quédate hermano” con nosotros.

Pocos imaginan la conmoción que produjo, dentro del kirchnerismo, el “olvido” de Cristina en su último discurso: no menciono la presencia del gobernador en el estadio de Quilmes. Y si, en cambio, aludió a un intendente (Ferraresi, Avellaneda) o a la misma Mayra Mendoza, de estético cuidado que seguramente no realizo en Ioma. En un peronismo acostumbrado a los gestos, los silencios y omisiones, lo de Cristina fue un misilazo personal: no respondió Kicillof, siempre sumiso, argumentan que evita pronunciarse para que no lo tilden de “traidor” con quien lo llevo a las cumbres. Se podría resumir su actitud en “No quiero ser Vandor, en todo caso Astorgano” (un taxista al que Evita hizo servil diputado).

Es público que el hijo de Cristina, Máximo, se enfrenta con Kicillof desde hace tiempo, más acentuado el pleito desde que se vino abajo Martín Insaurralde por publicas navegaciones aún inconclusas para investigar (se dice que, prevenido, el ex funcionario bonaerense evita dormir en un único domicilio). Se quedó Máximo fuera del gobierno provincial, se encaramó Andrés Larroque, quien junto al sucesor de Insaurralde, Carlos Bianco, aspiran a ser gobernadores. Fenómeno político el de Bianco: puso un Clio para la campaña de Kicillof, lleva años en el gabinete y ahora supone que le corresponde el sitial de La Plata. Postulante como Ferraresi o Julio Zamora (Tigre), el que acostó a Sergio Massa, y el mismo hijo de Cristina, a quien le genera vahídos la altura de una pretensión superior a la que le corresponde por dinastía. Kicillof defiende a su alter ego Bianco mientras la ex mandataria se indigesta con esa variante ajena a los anhelos provinciales de su “protegido” vástago.

Una kirchnerista armada insuficiente para competir con el elástico Milei, volátil tal vez como corresponde a un jefe de Estado —ejemplo Arturo Frondizi y el petróleo— quien después de 4 meses aprendió el arte o la profesión política para sacar leyes. Aun las de bajas calorías. Especialmente cuando le faltaban, en Diputados, unos cien legisladores, a los que junto por la gracia de su mensaje u otras licencias. Intervinieron los gobernadores, también Miguel Pichetto para calmar gremialistas (varias reuniones con José Luis Lingeri), acomodando posiciones y dejando a Pablo Moyano a la intemperie, lagrimeando. Hoy repite el heredero camionero: lo quiero matar a ese Pichetto. Ni hablar de las organizaciones de izquierda con las que comparte destino: no pueden circular a menos de diez cuadras de cualquier sindicato, la ley los inhibe. También se quejan de que el abogado Daniel Funes de Rioja (UIA, alimentación) ha influido para imponer ciertas cláusulas a favor del empresariado. Una escasa comprobación porque hay celosos hombres de la patronal disgustados con Milei, en particular en el rubro energético: aluden a que este gobierno no cumple los contratos, aduce ilegalidades para no pagar y no permite enviar dividendos al exterior aunque se personifica como expresión del liberalismo. Dice ser lo que no es.

Se distrae Milei de este turbión, promueve que su Ley Bases de bajas calorías se imponga pronto en el Senado —no sería grato que volviera a Diputados con correcciones— y se ufana de que se reduce la inflación, el impuesto mayor que parece suprimir. Goza con los vaticinios de ciertos asesores que le anticipan mejoras salariales para los trabajadores y una recuperación de la actividad económica: todo en una simulación de “brotes verdes” que será aún difícil transmitir en presentaciones públicas. De ahí que lo mejor fue suspender su aparición en la Feria del Libro, a ver si se reclutaban apóstatas contra las fuerzas del Cielo o gente cuya miopía no le alcanza para distinguir la luz que se ve en el telescopio del Planetario.

(PERFIL)


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