POPULISMO Y MERCADO

OPINIÓN

El ciudadano está degradado, es un simple consumidor, y el voto ha dejado de ser el lugar de la solución porque carece de expresiones políticas que lo reivindiquen


Por Julio Bárbaro

Pariente cercano de “demagogia”, “populismo” es un término que implica la devaluación de lo popular. Para quienes concebimos la igualdad humana, lo popular es esencial pues la integración es el sueño de una sociedad más justa. Del otro lado, están los enamorados de la minoría, los que antes hablaban de “demagogia”, concepto basado en el posible engaño a los votantes, cuya inocencia les permitiría dejarse llevar por promesas, como si quienes degradan lo popular no estuvieran dispuestos a deformar sus propuestas.

En otra época, para expresar la voluntad de las minorías elitistas de distanciarse del resto de la sociedad, se necesitaban golpes de Estado. Ahora, nos encontramos ante una expresión diferente de la perversión y del desprecio por el esfuerzo, hemos llegado a la necesidad del inocente a través de la democracia. Esta autorización se funda en esa degradación llamada “progresismo”, que se ocupó de las problemáticas de las minorías intelectuales dejando de lado necesidades y urgencias de las mayorías trabajadoras.

El discurso de los críticos del “populismo” que, en rigor son enemigos de lo popular, se caracteriza por las marcas de cierta superioridad que les otorga su formación intelectual, al menos, la que ellos creen tener, y también, por su ateísmo, es decir que lo popular tendría el defecto de la creencia en hombres y dioses. Lo elitista sería ateo de una manera muy peculiar: su Dios es el dinero, su banco, la catedral y sus gerentes, los cardenales, pero esa religión del dinero está planteada en el presente como la élite de la sociedad.

Siempre hubo creyentes, ateos, agnósticos, escépticos, pero nunca con tanta claridad algunos ateos se sintieron superiores a los creyentes mediante una preeminencia basada en la obsesión por aferrarse a lo económico. Tienen por Dios al becerro de oro, y su triunfo sobre los humildes debe ser disfrutado en la ignorancia del dolor del caído. Un triunfador en serio no se interesa por los daños causados a su paso.

Durante mucho tiempo, los movimientos nacionales, llámense peronismo o radicalismo, tuvieron en claro su confrontación con las minorías privilegiadas de la riqueza. En los últimos tiempos, muchos son los que, en ambos movimientos, se han pasado a la causa del poder económico concentrado. Tal vez, esto podría explicarse por el enriquecimiento a través de la política que les habría dado la autenticidad de terminar defendiendo no al partido de origen, sino al partido de acceso.

En nuestro presente, lo complejo reside en la impiedad del gobierno y su concepción implacable y perversa de la economía como instrumento superior a las necesidades del hombre, en la imposición del dinero sobre lo humano. Lo estamos viviendo. Quienes lo precedieron imponían otros dogmas, concibiendo que los grandes problemas de nuestra sociedad se hallaban en las cuestiones de género y diversidad sexual, la interrupción voluntaria del embarazo, las violaciones a los derechos humanos, la recuperación de la identidad de hijos y nietos de desaparecidos, entre otros. Causas nobles todas y de necesario tratamiento, pero que permanecían alejadas de necesidades populares en las que se hubiera debido insistir para obtener mayores satisfacciones y logros económicos y sociales. En consecuencia, ante la crueldad del gobierno actual y ese pasado que descuidó otros legítimos requerimientos de la ciudadanía, somos muchos los que nos encontramos carentes de una expresión política capaz de contenernos.

Sin embargo, hay coincidencias que no son tales: el gobierno anterior acusaba obsesivamente a una Justicia que no manejaba, y Milei le reprocha no ser su “amiga”. La independencia sería la virtud de ese cuerpo, pero quienes accedieron al poder para superar a la casta intentan imponer lo peor de la decadencia representada por los manejos espurios de la Justicia.

El kirchnerismo, en su reivindicación del progresismo y de la izquierda, nos convirtió en minoría sin propuestas, y observamos con sorpresa que las grandes discusiones del debate actual se dan en el seno del liberalismo.

Si dejamos de lado las elucubraciones de las élites, el tema central es la imposición del poder de los mercados, la conversión forzada del ciudadano en consumidor y la desesperación de los restos de la clase media, de los trabajadores y jubilados ante la suba de todos los servicios. Aquellos que en tiempos de Menem nos vendieron como competitivos y que, en su gran mayoría, fueron parte de la destrucción del Estado, al quedar en manos de los mercados. Según argumentaban, así se eliminaría la corrupción cuando, en verdad, lo que estaban instaurando era la explotación definitiva. Los servicios públicos se han convertido hoy en una guillotina sobre los necesitados que sufren el aumento inaudito de los precios, único tema de su diaria desesperación.

Triunfó el mercado. El ciudadano está degradado, es un simple consumidor y el voto ha dejado de ser el lugar de la solución porque carece de expresiones políticas que lo reivindiquen mediante el retorno a una sociedad integrada con un ciudadano que vuelva a ser el centro de la política. Es decir, lograr que a través de la recuperación de la política por sobre los economistas, nos sea devuelta una sociedad en la cual la vida cotidiana, lejos de ser un padecimiento sin futuro, esté atravesada por la estabilidad. Estabilidad que nunca provendrá de un gobierno de los mercados.

Respetando la esperanza de los votantes, es evidente que el gobierno actual no logrará un rebote. Simplemente, se llegará a una frustración similar a la que resultó de todos los golpes militares o de los gobiernos constitucionales de Carlos Menem o de Mauricio Macri en las distintas versiones que ofrece la destrucción de nuestra sociedad al implantar la economía de libre mercado sin intervención estatal regulatoria.

(Infobae)


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