LA GALLINA DE LOS HUEVOS SIN ORO

OPINIÓN
La arremetida de Milei contra la Universidad Pública es posible porque muchos de sus defensores la abandonaron 



Por Alejandro Palladino 

El martes pasado se llevó adelante una multitudinaria marcha en defensa de la educación pública gratuita y de calidad. No puedo estar más de acuerdo con la consigna de la convocatoria. Soy hijo de laburantes, la primera generación de universitarios en mi familia. Mis viejos criaron tres profesionales gracias a la Universidad de Buenos Aires. Luego continué trabajando en mi alma mater, la Facultad de Agronomía y, gracias a la excelente formación que recibí, pude ganar una beca en el exterior y cursar mi doctorado en Europa. Al volver, no sólo lo hice como docente de mi facultad, sino que además ingresé a la carrera de investigador del CONICET, lugar que sigo ocupando junto con mi cargo de profesor asociado en la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Lomas de Zamora. Tanto preámbulo sólo tiene por objetivo dar al lector la certeza concreta de que he sido formado y formo parte de la educación pública argentina. Y que intento hablar desde ese lugar… Aunque todavía no la comprendo.

¿De qué hablamos cuando hablamos de la educación pública en la Argentina? No hay duda de que tenemos una historia grande. Alcanza con mencionar que tres de nuestros docentes-investigadores han sido premios Nobel y que otros tantos han sido premiados a lo largo y ancho del mundo para percatarse de que en la Argentina la educación es cosa seria. ¿Es cosa seria? Lo ha sido, no hay dudas. Como tampoco hay dudas de que muchos gobiernos durante las últimas décadas han destruido sistemáticamente (consciente o inconscientemente) uno de los capitales más importantes que tenía este país. Quizás el hito que marque con mayor claridad el comienzo de esta etapa lamentable sea La Noche de los Bastones Largos, en 1966. Pero este escrito no pretende ser un racconto de las causas que nos trajeron hasta acá. Honestamente, puede servir para el diagnóstico, pero la Argentina está desbordada de diagnósticos. Más bien intento a través de la escritura ordenar mis ideas, sin ninguna expectativa de éxito.

El Gobierno del presidente Milei ha decidido recortar gastos (no llamaría a esto un gasto, como a muchos otros ítems que han definido recortar) para contener una crisis indudable y generalizada. Probablemente haya en todas sus decisiones componentes ideológicos con los cuales uno puede estar más o menos (o nada) de acuerdo. Sin embargo, en mi intento por encontrar cierta lógica a estos sucesos, no puedo dejar de preguntarme cómo llegamos acá. ¿Cómo hicimos para llegar al punto en el que para un presidente, que se jacta del poder del conocimiento, le dé lo mismo tener una universidad desfinanciada y al borde del cierre? Para mí tiene una explicación, no absoluta, pero importante: hemos abandonado en los hechos a la educación pública para convertirla sólo en un slogan de lo políticamente correcto.

En mi desorden, algunos pensamientos me vienen a la mente. En pos de la educación pública se han creado universidades nacionales en muchos lugares con la intención de acercar sus beneficios a todos los habitantes de este país. Pero se han obviado algunos detalles importantes: hacer edificios y designar autoridades no alcanza para tener una educación de calidad. Solo el 10,5% de los docentes universitarios tiene dedicación exclusiva, muy pocos se dedican a la investigación y muchos menos pueden hacerlo con los fondos necesarios que amerita la actividad. En este marco, la mayoría de las universidades del conurbano sólo tienen carreras de bajo costo (que no requieren laboratorios, talleres, infraestructura para investigación, etc.) y, en muchísimos casos, las universidades que fueron creadas para llegar a los lugares más lejanos se encuentran una al lado de la otra. Sólo por mencionar un ejemplo, en la zona oeste del AMBA existen la Universidad de Moreno, la Universidad del Oeste, la Universidad de Hurlingham, la Universidad de La Matanza, la Universidad de Tres de Febrero, la Universidad de José C. Paz y se está creando la Universidad Nacional de Ituzaingó, todo en un radio de no más de, ¿20 kilómetros? ¿Acaso 30?

Estas universidades tienen por supuesto problemas para cubrir los cargos con docentes de calidad, porque el sistema, ya degradado desde hace décadas, no puede proveerlos. Muchas veces los concursos quedan desiertos o con docentes cubriendo cargos de profesores que, en otras universidades con más historia, no podrían ni competir por un cargo de ayudante. No culpo a los docentes, que hacen su mejor esfuerzo, sino al sistema que los abandona a la buena de Dios. ¿Qué puede salir bien de todo esto? Es imposible formar recursos humanos de buena calidad si no tenemos los artesanos adecuados que darán forma a la materia prima (no quiero hablar de la primaria y secundaria, sería demasiada frustración para canalizar en un solo escrito). ¿Y por qué realmente se crearon estas universidades? Sin entrar en detalles y polémicas, claramente hubo intereses políticos que no vienen al caso.

NO TE METÁS

Lo que sí viene al caso es que los argentinos dejamos pasar esto por alto porque es “políticamente incorrecto” hablar en contra de la creación de una universidad pública, y menos en el conurbano. Así, los progres nos sentíamos a gusto defendiendo la educación pública mientras enviábamos a nuestros hijos a estudiar a escuelas privadas y luego a la universidad, que por supuesto debe ser pública (pero de las que tienen trayectoria, no de todas estas nuevas). Habría sido más sensato que las universidades nacionales con mayor historia se hubieran expandido en el territorio, pero la política se habría perdido de crear infinidad de cargos de gestión y partidas presupuestarias en municipios afines. Mientras tanto, los ya magros presupuestos universitarios, que ahora se tenían que dividir en más instituciones, continuaron pulverizándose. Sólo a modo de ejemplo, el presupuesto de la UBA para 2018 fue de 900 millones de dólares, mientras que para el último año de mandato de Alberto Fernández se redujo a la tercera parte. Y para este año se calcula que podría no superar los 130 millones. Claramente insostenible, desde hace décadas.

A esta desidia no puedo dejar de sumarle una cantidad de eventos que oscurecen más el panorama, y todos del lado de los que supuestamente defienden la educación pública. He visto muchos concursos docentes donde el candidato incumplía los requerimientos mínimos para el cargo y, sin embargo, se lo designaba igual para que no perdiera la oportunidad. Docentes que renovaban sus cargos y no habían cumplido con un mínimo de antecedentes que justificaran su mantenimiento en el cargo: adentro, que no pierdan el trabajo. Docentes que perdían sus concursos contra candidatos más competentes y luego la facultad creaba nuevos cargos para que no se quedaran sin trabajo. ¿En dónde quedó la excelencia en la academia? ¿O también vamos a hablar en este ámbito sobre la injusticia de la meritocracia?

Otro capítulo aparte merecen muchos trabajadores no docentes que hacen honor a la ya castigada cultura del trabajador estatal: licencias interminables, incumplimiento del trabajo, ingreso de familiares, ausencia de controles. Pero quiero hacer una aclaración: si todavía queda un atisbo de calidad de lo que fue la educación pública en la Argentina, es gracias al compromiso de la mayoría de los trabajadores docentes y no docentes que conforman el espacio, trabajadores que sufren desde hace décadas el abandono de la sociedad desde los hechos, y que en parte también somos responsables del deterioro que sufre la educación como consecuencia de “dejarnos estar”, de hacer la vista gorda ante muchos actos injustos o corruptos, por sentirnos incapaces de cambiar la realidad, por pensar que una gota de agua no cambia el mar.

Y el futuro no parece ser mejor, y no me refiero a los presupuestos. La educación debe amoldarse a los tiempos que corren. Nunca antes en la historia de la humanidad la creación de conocimiento fue superior a nuestra capacidad de asimilarla. El advenimiento de la inteligencia artificial es un desafío todavía de consecuencias incalculables. La incertidumbre sobre cuáles serán los trabajos que quedarán en manos de las personas (si es que queda alguno) merece una discusión que no parece estar en la agenda actual universitaria. Según datos del Ministerio de Educación de la Nación, para el año 2020, sólo el 24% de los ingresantes a carreras de grado optaron por áreas de ciencia y tecnología. En la última década, cada cuatro nuevos contadores se recibe un especialista en temas informáticos, o tres abogados por cada médico. Contadores y abogados son dos de las profesiones que corren con gran riesgo de ser severamente impactadas por la inteligencia artificial, entre otras tantas. No parece haber preocupación, o al menos conciencia, de que este es un problema que requiere un abordaje urgente.

El atropello que hoy sufre la educación pública no podría haber sido posible sin la complicidad de quienes declaramos defenderla. No matamos la gallina de los huevos de oro, pero la hemos descuidado, y ahora anda suelta, vaya a saber por dónde. Y el zorro está al acecho. Nada justifica el atropello que hoy sufre la universidad, pero somos responsables del descuido que predispuso la aparición de actores que hoy la ponen en vilo.

En mi fracasado intento por ordenar mis ideas, sólo creo vislumbrar que como sociedad debemos dejar la hipocresía atrás y hacernos cargo de lo que nos toca, desde nuestros lugares, sin pensar en grandes epopeyas, apenas haciendo bien lo que como ciudadanos tenemos la obligación de hacer. En su Ensayo sobre la ceguera, el genial José Saramago describe una sociedad en la cual una epidemia de ceguera cubre la ciudad y todo se transforma en un caos apocalíptico. La gente camina sin poder ver durante días, realizando hazañas para poder comer o beber, muchas veces sobre la mugre y el excremento que invade las calles. Nadie entiende qué pasa, por qué pasa o si va a terminar. Así parece estar la educación pública en la Argentina.

(Revista Seúl)


 

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