EL MAYOR CRIMEN KIRCHNERISTA

OPINIÓN

De todos los miles de crímenes/"crímenes" que el kirchnerismo cometió mientras estuvo en el gobierno hay uno que resalta sobre el resto

Por Carlos Mira

Obviamente habrán notado que escribí la palabra crimen dos veces, una sin y otra con comillas. Lo hice porque muchos de los crímenes del kirchnerismo fueron, además, delitos reprimidos en el Código Penal. Otros fueron crímenes no tipificados como delitos pero que por la dimensión del daño que causaron, la ignorancia técnica que supusieron y, en muchos casos, la maquiavélica maldad con la que fueron planificados fueron “crímenes” mucho más profundos que los penalizados por la ley.

El peor de todos ellos, a mi modo de ver, fue el que con toda malicia planeó y perpetró Néstor Kirchner desde el minuto inicial de su gestión en 2003: destruir a las empresas de servicios públicos que habían sido concesionadas durante los ’90.

Con el tiempo y por el peso de la evidencia empírica comprendimos que la movida suponía una carambola a dos bandas: por un lado, hacer demagogia con el precio de los servicios para comprar votos electorales y, por el otro, hacerle morder el polvo (o directamente fundir) a esas empresas con el objetivo de quedárselas.

Kirchner se aprovechó de la ruptura de la Convertibilidad que había completado Duhalde para desconocer todos los términos de los contratos de concesión que se habían hecho en la administración Menem y que estaban vigentes en 2003. Obviamente el principal capítulo de esos contratos, el capítulo que había garantizado una inversión monumental que dio vuelta la infraestructura argentina en telefonía, gas, electricidad y servicios de agua, fue el capítulo de las tarifas.

Kirchner pisó directamente los valores vigentes a mayo de 2003, petrificándolos en el tiempo hasta que pocos años después, por los efectos de la inflación que el gobierno kirchnerista también desencadenó, pagar la luz costaba menos que tomar un café.

El daño que produjo esa movida maliciosa (porque Kirchner, repito, lo hizo para que él o amigos de él se quedaran con las empresas, como fue el caso de Telecom (embrión de su conflicto con Clarín), Edesur, Edenor, y decenas de otras compañías conexas) fue de tal magnitud que aun hoy lo estamos pagando.

También el hecho (digámoslo de paso) fue útil para justipreciar el efecto devastador que el kirchnerismo tuvo sobre los argentinos que, en los ’90, podían pagar con sus ingresos los precios internacionales de los servicios y luego de la llegada del kirchnerismo al gobierno no solo no pudieron sino que cualquier amague para intentar equiparar los precios de los servicios locales con los precios que el mundo paga por los mismos servicios fue (y es) considerado como una mecha capaz de encender una conflagración social de dimensiones impensadas.

Cuando Mauricio Macri llegó al gobierno naturalmente se encontró con las consecuencias de este desastre en carne viva. La infraestructura del país estaba a punto de colapsar. Por supuesto hacía rato ya que el país había vuelto a los cortes de luz en verano y a la falta de gas en invierno (lo que a su vez había originado otro oscuro y millonario negocio con la importación de gas licuado con el que la Argentina quemó, literalmente, valiosas reservas. Además, asistió al fenómeno de la “desaparición” de buques gasíferos [como si estuvieran en el Triángulo de las Bermudas] que se pagaron pero que nunca llegaron) y que, también, se daban situaciones en donde el personal doméstico que trabajaba en casas de gente de clase media alta o alta pagaba más por el gas en garrafa que lo que sus patrones pagaban por el gas natural, o donde para tener luz, las familias del GBA, debían “colgarse” de instalaciones públicas.

Frente a esto el gobierno de Cambiemos enfrentó lo que sería el primer paso de su fracaso: el intento de arreglar el problema de las tarifas de los servicios públicos.

Al asumir la presidencia Macri, de la composición final del precio del servicio, solo el 2% era contribuido por las facturas que pagaban los hogares. El resto eran subsidios que las empresas recibían y que pagaban todos los argentinos.

Inmediatamente en el seno de aquel “Cambiemos” surgieron divisiones sobre cómo hacer ese ajuste perentorio. Juan José Aranguren se mostraba partidario de hacerlo lo más rápido posible. Otros miembros del gobierno querían un programa gradual.

Se hicieron audiencias públicas y, para hacer corta la historia larga, se dispuso un plan que reunió lo peor de los dos mundos: como táctica de shock fue pobre y como táctica gradual fue fuerte, con lo que consiguió todas las críticas por la dureza de los ajustes pero sin tener los beneficios completos de una restauración genuina de los precios.

Desde ese momento el gobierno del Presidente quedó severamente condicionado y nunca más pudo recomponerse.

Aún luego de los ajustes, de la estructura final del precio de los servicios, el aporte proveniente de facturas a los hogares seguía siendo solo del 12%. Mejoró algo la ecuación obviamente, pero aún muy lejos de una relación normal en donde el que ofrece un servicio recupera su costo y obtiene su utilidad por la vía de cobrárselo a quien recibe el servicio, tal como ocurre cuando necesitas llevar el auto a su mantenimiento.

El gobierno de Fernández destruyó lo que se había mejorado con Macri y volvió al esquema de pisar las tarifas por razones políticas e ideológicas.

El resultado fue el regreso de los cortes (que se habían reducido notoriamente con Macri) y de la escasez, tanto de luz como de gas.

Por otro lado el despegue de Vaca Muerta se abortó completamente porque las empresas instaladas allí también fueron castigadas con el congelamiento de los precios locales.

Eso produjo, en el caso del gas y el petróleo (y de la energía en general), un fenomenal ataque a dos puntas que sufrió el país: una caída en la producción y un aumento en la demanda (provocado por los precios irrealmente bajos) que motivó el regreso de las barcos de gas licuado y, con ello, la vuelta de los negocios truchos.

Ahora el presidente Milei enfrenta el mismo “crimen”. Hay dos diferencias de todos modos: Milei no es Macri y LLA no es Cambiemos. A Milei la especulación política no le importa y su partido está abroquelado detrás de él.

El Presidente toma su tarea como un trabajo profesional y si los libros del arte indican que hay que operar, va a operar.

Las preguntas son, cuánto de ese problema profundo entiende la sociedad, cuántos de los que, aún entendiéndolo, no pueden afrontarlo y cuántos están dispuestos a aprovechar la oportunidad que su mismo “crimen” les dio para destruir al Presidente.

Que este problema hay que arreglarlo no caben dudas. Ya son más de 20 años de una anomalía insoportable.

Pero, aunque hoy en día para muchos suene retórico y no influya en lo que ocurre o vaya a ocurrir en sus bolsillos, sería saludable recordar al criminal que inició todo esto, al responsable de que la Argentina esté aún viendo cómo resuelve una disyuntiva que la mayoría del mundo civilizado ha resuelto hace décadas ya.

(The Post)


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