EL QUE SE ENOJA, PIERDE

OPINIÓN

Hace muchos años, en los albores de la Internet 2.0, me llegó un documento sobre El Juego


Por Nicolás Lucca

Era un texto que aparentaba ser real, pero que, en realidad, se trataba de una ficción. Estaba de moda hacer esas cosas, como el blog de Ciega a Citas y demás. Por estas semanas, recordé estas cosas al ver el documental “La red antisocial” y cómo la diversión y las bromas de 4chan derivó en personas que los tomaron en serio y crearon teorías conspirativas que se desparramaban en formas de memes, también.

Yo había llegado medianamente tarde, como a todo. No tuve Internet en casa hasta mis 20 años, abrí un blog en 2005, a Facebook me sumé en 2007, a Twitter en 2009 y así. Quizá sea por eso que no entendí el concepto de “meme”, o a qué le decían “meme” hasta que fui un boludo bien grande.

“El Juego” constaba, si mal no recuerdo, en una competencia de quién lograba antes una teoría que sonara lo suficientemente convincente como para que muchas personas creyeran en ella. Ganaba el que lograba un acampe reprimido, o algo por el estilo. El documento se presentaba como una investigación de un grupo de universidades norteamericanas, cosa que andá a chequearlo. ¿El terreno de ejercicio? Las incipientes redes y páginas autogestionadas. ¿La mano de obra? La inmensa cantidad de personas dispuestas a creer en alguna teoría conspirativa.

Todos hemos caído alguna vez en alguna teoría o repetido algún que otro mito. De hecho, aquellos que somos creyentes, confiamos en que ocurrieron hechos imposibles. Desde que surgió el ida y vuelta de Internet, en los albores del nuevo milenio, los blogueros –entre los que me incluyo– comenzaron –mos– a decir cosas que no veíamos en medios tradicionales, a quienes veíamos mayormente alineados al gobierno nacional de aquel entonces.

Eso hizo que comenzara a ver pasar ideas o pensamientos con los que yo no coincidía, exagerados, llevados al extremo. Intercambiábamos ideas entre peronistas “de Perón”, radicales no alineados al kirchnerismo, socialdemócratas, productores agropecuarios, liberales y hasta ex militantes de Montoneros y del ERP.

Como era un antro que estaba abierto de forma virtual, mucha gente sin lugar de pertenencia se sumaba. Así podía encontrar un texto mío compartido en una página de Face que, en otra publicación, hablaban de Soros, Rothschild, el plan Andinia, que Néstor fue asesinado por Máximo Kirchner de un tiro en la cara, que un médico que se dio a la fuga del país fue el que lo atendió, que los militares se quedaron cortos, que Alfonsín fue un prócer, que el verdadero prócer fue Menem. Yo escribía puteando al kirchnerismo. Escapaba a mi control lo que cada uno hiciera con ese texto.

Como buen antisocial, siempre fueron un atractivo para mí las marchas, protestas y juntadas masivas por festejos. El sábado 14 de junio de 2008, en medio del conflicto por el campo, hubo un desalojo de la Gendarmería al corte de los agropecuarios en Gualeguaychú, encabezado por Alfredo De Ángelis, que terminó en cana. Ante el aviso de que había gente en dirección a la Plaza de Mayo para protestar, Luis D’Elía y algunos sindicatos fueron de raje a la Plaza de Mayo. Ya de noche, llegué desde el conurbano para recorrer y ver con mis propios ojos de qué se trataba. Y escribí sobre eso en otro blog. Aún no existía este, tampoco La Cámpora, aunque les guste decir lo contrario.

El 18 de junio de ese mismo año, se llevó a cabo la “Plaza del Amor” organizada por el gobierno. Esa vez llegué tempranito, con mi cámara de fotos. Creo que intentaba comprender cómo era la dinámica. Lo que más recuerdo de aquel día es algo traumático: a uno o dos metros míos, un ruido fuerte hizo que todos giremos la cabeza. Alguien había colgado un pasacalles de uno de los faros centenarios de la Plaza. Se cayó una tulipa de vidrio sobre la cabeza de un militante proveniente de Tucumán. Murió. Una hora después, en el lugar había gente parada sobre la sangre, sin saberlo, siquiera.

También escribí sobre aquel día en el que Guillermo Moreno amenazó con gestos a Martín Lousteau y en el que un grupo de militantes lo llamaba a Scioli y, cada vez que el entonces gobernador kirchnerista se giraba, lo puteaban.

El 16 de julio de ese año me complicaron la vida. Había concentraciones simultáneas: una en el Monumento a los Españoles a cargo de la Mesa de Enlace del sector agropecuario, y otra en la Plaza del Congreso, convocada por el propio Néstor Kirchner. Si repaso todos los nombres de quiénes estaban de un lado y quiénes en el otro, mi cerebro podría llegar a colapsar. Con solo mencionar que Victoria Donda, Raúl Castells y las 62 Organizaciones Peronistas estaban con la Mesa de Enlace, creo que alcanza y sobra.

Con el paso de los años –y de las marchas– aprendí que el que llora, pierde. El que minimiza, pierde. También aprendí que no importa el número, sino el reclamo. Esto último me costó mucho comprenderlo. Que no importa si el reclamo es válido o no, sino que es una señal a la que un gobierno debe prestar atención y evaluar qué hace al respecto para desactivarlo o solucionarlo. Ignorarlo es malo. Doblar la apuesta es aún peor. Porque el que marcha ya está convencido. Y seguirá convencido. ¿Convencido del lema de la convocatoria? No, convencido de cuáles fueron sus motivos para marchar, cuestiones que a veces pueden ni siquiera estar en disputa. Pero como que se marcha igual para que no se olviden, ¿vio?

En las marchas a favor del campo, por una cuestión proporcional de porteños, puede que la mayoría de los asistentes solo tuvieran tierra en las zapatillas. Pero estaban ahí, con ganas de putear al gobierno por otras cosas. El campo fue el canalizador. Esta semana había noteros que preguntaban a los manifestantes qué opinaban de un arancelamiento universitario. Hasta donde tengo entendido, el gobierno no dijo nunca una palabra que apunte hacia ese lugar. Agitación al pedo.

Al poco tiempo me sacaron la ficha. Todavía no sé si fue un compañero de laburo o quién. Tras un par de situaciones poco deseables, decidí abrir este lugar que todavía está abierto. La firma de abajo fue anónima por más de cinco años.

La desacreditación de una protesta por quién se suma a ella es algo que en aquel 2008 quedó más que plasmado. El vicepresidente Julio Cobos se convirtió en prócer nacional. Sin embargo, basta que diga o haga algo que no cae en gracia para que todos recuerden que es un radicheta. Para mí había algo peor y previo, que fue la conformación de la transversalidad, ese esperpento que armaron entre Néstor Kirchner y Cornejo del que nacieron los radicales K, de los que Cobos formaba parte hasta aquella madrugada de julio de 2008.

También existen las marchas a las que fui convencido y como ciudadano. Utilizar los nombres de los presentes para desacreditar es complicado. Si lo tomo así, marché con Martín Caparrós y Ernesto Tenembaum en 2013 por el primer aniversario de la tragedia de Once. O podría decir que marché con Alberto Fernández y Julio Piumato el 11 febrero de 2015 bajo una cortina de agua por la muerte del fiscal Nisman. Aquella vez, más que Alberto Fernández, jodió otra presencia, tal como recordé al releer la crónica que escribí sobre aquel día:

«Y no faltó el mamerto que quiso desacreditar la convocatoria porque se sumaba Cecilia Pando. Esas cosas que tiene el kirchnerista que cree que la presencia de la esposa de un teniente retirado es más recriminable que bancar a un Jefe del Ejército acusado de crímenes de lesa humanidad.

Como siempre, el resto se dedicó a mencionar que la marcha estaba politizada, como si existieran marchas que no fueran políticas, como si toda protesta no fuera política, como si todo ciudadano no fuera un zoon politikon desde que a los griegos se les dio por crear un sistema de gobierno participativo. Todo lo que hacemos en sociedad, incluso cuando creemos que nos chupa un huevo la política, es política.»

Eso me recordó que en 2008, aparentemente, también marché con Cecilia Pando. Y un millón de personas más, pero lo que importó fue que estuvo Pando. También estábamos un grupo de amigos con los que hoy estamos todos repartidos en todas las posiciones que puedan existir. Fue un 8 de noviembre de 2012 bajo un calor de cagarse. Me dejó un texto que valió tanto para mi futuro que me da pena releerlo y espantarme de la escritura.

También recuerdo la cantidad de personas que puteó al gobierno al día siguiente, cuando minimizó la protesta y chicaneó con aquella presencia turbia. ¿Cuántos de los asistentes aquel día minimizaron esta semana la marcha universitaria por la presencia de Sergio Massa? ¿Se olvidaron de lo que se siente o no nos jodía Pando? Ok, Pando no organizó aquella marcha. Massa tampoco organizó esta. ¿No fue echado por los que lo vieron? Pando tampoco. ¿Pando no le hizo daño al país? Bueno, su presencia era suficiente para que el oficialismo de aquel entonces enviara un mensaje de cohesión a su propia tropa, no a los manifestantes.

Hoy el mensaje es que todos los que protestaron en la marcha de los universitarios están juntos. Y ese mensaje es dinamita pura, porque si están todos juntos, el poder se disuelve y la oposición deja de existir formalmente. Ya no existe en el día a día, pero la ilusión termina de desvanecerse. Y ese es el objetivo principal de la construcción política de cualquier persona que llegue a la presidencia sin sostenes políticos: identificar enemigos conocidos, señalarlos, dividir y construir desde la legitimación popular hasta que no haya cohesión opositora porque quedaron todos divididos. Parecidos, todos iguales, o diferentes, pero divididos.

Estuve en el Obelisco con y sin barbijos. Firmé solicitadas que me causaron más dolores de cabeza que satisfacciones. Fui testigo periodístico de la primera mitad del día de las 14 toneladas de piedras y todavía no puedo entender cómo no se dieron cuenta que esa jornada terminaba mal. También estuve en otro evento con piedras, pero en uno mucho más dolido, sentido y pacifista. Hice vigilias en el Congreso contra la reforma al Consejo de la Magistratura con el bajón de ver que no había la gente esperada. También estuve junto a colectivos feministas, media UCR, medio PRO, medio PJ en la noche que se despenalizó el aborto. Esa noche también estaba lleno de troskos y ninguno de ellos había estado cuando me manifesté en defensa de Carlos Fayt frente al palacio de Tribunales unos años antes.

Fui a un acto de Hugo Moyano, igual que el Presidente. Pero yo fui contra Cristina, él contra Macri. Recuerdo la cara de “mirá a lo que me arrastró el antikirchnerismo” de varios de los que estuvimos presentes. Ya saben, ese rostro que ponemos los porteños la primera vez que caemos en una bailanta y no sabemos si el sudor que nos pega la camisa al cuerpo es nuestro o ajeno.

Nunca sentí que me tragara ningún sapo. El folklore siempre es el mismo: cada uno tira para su propio lado y está el que pretende hacerle creer a los demás que fue él quien organizó todo. Salvo los actos sindicales, el resto es un juego en el que los que ponen la cara lo hicieron de puro oportunismo.

También aprendí que las marchas y protestas son actos gregarios de distensión. Sip, así como se lee. Salvo las que terminan en quilombos, la gente va, se descarga y vuelve a su casa contenta. Es como ir al gimnasio después de una semana de mucho estrés. Hay gente que le pega a una bolsa, otros que salen a correr. A nivel social, las marchas descomprimen. Nadie llora, el mundo sigue. Ni Cristina fue volteada por las mega convocatorias históricas, ni Macri se fue en helicóptero porque Milei y Cúneo estaban con los camioneros en la Plaza de Mayo. Y en ambos casos, aunque todos se hagan los boludos y digan lo contrario, hemos visto a gente con ganas de que sí se fuera el o la Presidente.

Lo peor que puede hacer un gobierno es pucherear, quejarse, reírse o deslegitimar el motivo de queja del otro. ¿Quién soy yo para decidir si lo que le jode a otra persona es válido o no? El #8N –que ya quedó en el olvido– estaban los que gritaban que Cristina era una tirana, los que pedían que vaya presa, los que estaban hartos de la corrupción, los que llevaban carteles por Ciccone, los que reclamaban por la Tragedia de Once, los que se habían hartado de las Cadenas Nacionales, los que odiaban la creciente inflación, los que puteaban por el primer aniversario del cepo cambiario, los que gritaban por el intento de cooptar la Justicia y un largo etcétera. De hecho, fueron tantas las consignas que solo puedo recordar el hashtag y la fecha: #8N.

En el día a día cada uno reclama lo que quiere y no se fija en quién se queja de lo mismo. Nadie pide hielo para un golpe ajeno. Quizá nadie notó que la marcha universitaria ocurrió en el mismo mes en el que comenzaron a llegar las facturas de servicios domiciliarios, el aumento brutal de senadores, los ascensos de los amigos y parientes del Presidente y el envío del pliego de Ariel Lijo a la Corte. Quizá nadie notó que hay mucha gente que poco y nada tiene que ver con el kirchnerismo y que está muy caliente. Y quizá, tampoco, notaron que la marcha hizo que se hable de otra cosa y ya no sean noticia los salariazos.

¿Cómo vas a preguntar “a quién votaste” antes de atender una queja? ¿Hace falta mostrar un historial de búsquedas de Internet para pedir por lo que uno quiere? ¿Cómo vas a señalar que estaban Massa o Kicillof, cuando sus laderos están en el gobierno nacional? No serán muy conocidos, pero Rosana Lodovico, número dos de la Aduana de Sergio Massa, sigue en la Aduana. Jorge Arce ocupa cargos altos en la AFIP desde la época de Echegaray –¿recuerdan a Echegaray?– y desde diciembre es el titular de la subdirección impositiva Metropolitana dentro de la Dirección General Impositiva. Sí, en los impuestos que odiamos, están los mismos de siempre.

Por fuera de las redes, de las banderas y de los bombos, si es que les interesa, el martes vi hasta a gente que votó a Milei y que lo volvería a votar hoy mismo ante idénticas circunstancias. Gente que cree que con la facultad hubo un error no forzado. Obviamente, había gente que esperaba la primera excusa para hacer bardo y que estaba chocha. Vi a los sindicalistas totalmente deslegitimados sumarse a lo primero que encontraron y a Pérez Esquivel demostrando, una vez más, por qué en un mundo normal –y no en esta distopía antisemita universal– le sería retirado el Nobel de la Paz.

Sí, también me pregunté por qué no marcharon cuando les recortaron el presupuesto el año pasado. Después me di cuenta que aquellos que entraron este año al Ciclo Básico Común o a cualquier facultad del resto del país, no tienen nada que ver en lo ocurrido el año pasado.

Sí, también me pregunté por qué no hubo una marcha masiva cuando cerraron las escuelas. Después, con un cálculo matemático simple, llegué a la conclusión de que cualquier manifestante menor de 21 años se comió, al menos, un año sin clases en la escuela secundaria.

Vi, tarde, un acto en el que estuvieron presentes un tren fantasma de personas con las que no comulgo, al igual que mucha, mucha gente que se manifestó de todos modos. Y que probablemente se enteraron igual que yo: al ver la cobertura del acto después, ya finalizado. Digo que lo ví tarde porque ya no estaba presente.

Vuelvo al tema de los otros nombres: Leonardo Madcur, asesor de Massa como ministro de Economía, es el representante de Caputo ante el FMI. Y mejor que no pongamos la lupa en la Ansés, no vaya a ser cosa que nos encontremos a más nombres de Kicillof que en su grupo de Whatsapp. Demasiados nombres pasan desapercibidos, como uno llamado Daniel Scioli, que quizá lo recuerden por haber sido candidato y funcionario del kirchnerismo en cada elección entre 2003 y 2015, y que continúa en la primera plana con una breve interrupción entre 2015 y 2019. O ese que dice llamarse Marco Lavagna y que, probablemente, sea un homónimo del funcionario y legislador massista.

A diferencia de los nombres que alguien se pueda cruzar en una marcha, esos funcionarios no quedan tirados en una anécdota finalizado el día: mañana vuelven a trabajar como si nada hubiera pasado. Los que prefieren no verlos, estarán más concentrados en el forro de Massa y en cómo intentará colocarse en cabeza de una educación que destruyó.

Hay gente muy interesada en jugar con nosotros. ¿Por plata? No, por perversos o psicópatas. Podrían ganar mucho dinero en otras actividades, pero les parece divertido jugar con las personas. Jugar a algo que era un meme hace veinte años.

Cada vez escucho con más frecuencia que el Gobierno abre demasiados frentes al mismo tiempo. Ahora lo escucho de gente normal, que no trabaja ni en medios ni en política. Lo peor es que me dan ganas de decirles “es la idea, es lo que pretenden, lo dicen abiertamente y es un motivo de orgullo”.

Pero ¿cuántas líneas hay que trazar? ¿Cuántas divisorias imposibles de revertir? ¿En cuántos juegos vamos a entrar?

Elija su propia grieta. Están los que hacen chistes con casas de ropa para que Toto Caputo vaya a comprar en Miami, estamos los que no entendemos ningún chiste mientras vemos cómo hacemos, en pleno gobierno de la libertá, para pagar 200 dólares un par de zapatillas que cuesta 20. Están los que no ven que la Aduana sigue siendo la Aduana con o sin Siras, los que sí lo vemos y no sabemos a quién votar porque todos hacen lo mismo.

Porque hay lugares donde no hay grietas. Todos dicen que van a hacer mierda a los servicios de inteligencia hasta que llegan al Poder. La teoría conspirativa más loca dice que tienen carpetas de cada uno que llega para que no joda. La explicación lógica, que siempre es la más sencilla, indica que nadie resiste la tentación de espiar y, encima, tener una caja brutal que nunca se auditará mientras se exige rendición de cuentas al resto.

Ah, lo que daría por estar en un país en el que todo, absolutamente todo se audita. Un país en el que cada impuesto se sabe para qué se paga y a dónde va. Yo dejaría que manden un tercer auditor a las universidades nacionales. Total, si encuentran un delito, el gobierno no lo va a denunciar. No lo hizo con lo que dicen que hizo Massa para financiar su campaña. No lo hizo con lo que dicen que hizo Kicillof con YPF. Ni siquiera les interesa querellar en nombre del Estado. ¿A quién le puede importar el resultado de una auditoría negativa?

Es el problema de ser libertario y conservador a la vez. Un Estado mínimo requiere desprenderse de muchas cosas que al gobernante de turno le es indispensable para conservar el Poder. Mejor exigir a otros. Hasta que, cada tanto, aparece otra contradicción: un Estado mínimo es pegarle un tiro en la rodilla a Julio Roca.

Por zurdo.

(Relato del PRESENTE)


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