EL AMOR NO SE CASA CON NADIE

OPINIÓN

Si es cierto que Narciso se ahogó en el lago enamorado de su propia imagen, significa que el amor y sus alianzas sólo serán posibles cuando el “yo” se adelgace. Aunque la institución parezca en crisis, merece pensar qué alianza espera el vínculo amoroso



Por Pablo Melicchio

El significante matrimonio está sobrecargado de sentidos culturales, civiles y religiosos, asociados al compromiso, a la alianza entre dos personas, que establece una legalidad y por lo tanto responsabilidades. Sin embargo, en estos tiempos difusos, donde ya nada importa (tanto), el matrimonio resulta otra vieja institución en crisis; pero eso no necesariamente es una mala noticia. En todo caso, esa crisis invita a pensar qué forma, entre tantas posibles, se le quiere dar a un vínculo amoroso.

Los términos esposa, marido, cónyuge, fueron perdiendo presencia para que se instalen y circulen significantes tales como pareja y compañeros. Del mismo modo, el casamiento por civil y por iglesia, fue dejando paso a la convivencia. El matrimonio, en el sentido estricto, es un contrato que determina un cambio en la posición social, como suele decirse en la jerga popular, o se juega en el equipo de casados o en el de solteros.

De todos modos, es sabido que en la historia de la humanidad, mujeres y hombres casados se han camuflado en el otro equipo, o han cambiado de camiseta.

¿Es posible el amor y sus alianzas profundas en estos tiempos donde se promociona lo descartable y efímero, incluso de los vínculos, y donde se estimula a que el yo sea excesivamente egoísta y narcisista? El amor es posible cuando adelgaza ese yo que solo se alimenta de las cosas y de los otros (como cosas) para su propio ego. Narciso se ahogó en el lago, enamorado de su propia imagen.

Hoy el lago son las pantallas, los celulares, el espejo de la vida cotidiana con el exceso de ensimismamiento, con rutinas de sacrificios y bienestares yoicos, con la libido que solo se invierte en el sí mismo, donde el ser humano se ahoga, pero su muerte es subjetiva, ser sin ser, sin empatía, sin amor, en la soledad de su burbuja o perdido en la multitud, conectado, pero sin conexión verdadera, amorosa y profunda con los demás.

No sé si las parejas tienen que casarse, pero sin lugar a dudas sí comprometerse con la responsabilidad afectiva, la que implica tener en cuenta que en todo vínculo debe prevalecer el registro, el cuidado y el respeto recíproco, con la máxima atención posible, teniendo en cuenta los deseos y necesidades del otro. El matrimonio es otro de los tantos lugares deconstruidos. Pero casarse o no casarse no es la cuestión fundamental, o no debería serlo, sino la existencia y primacía del amor.

El amor, sentimiento imposible de domesticar en nupcias, bodas o casorios, es el que tendría que comandar la fiesta del vínculo sostenido. Casarse para toda la vida, con papeles, firmas y juramentos, hasta que Dios o la muerte los separe, ha sido siempre, y será, una imposición o promesa difícil de cumplir; porque el amor, digámoslo sin rodeos, solo vive en la eternidad de cada día, y no es algo que perdure con el tiempo si no se lo cuida y alimenta; y aún así, muchas veces se esfuma más allá de Dios, la muerte y las mil promesas hechas.

Y si el vínculo de pareja perdura sin la bendición y continuidad del amor y el deseo, no será sin consecuencias en la subjetividad de cada integrante. Porque allí donde el deseo se divorcia de la pareja, surge la pesada costumbre, los engaños y los síntomas que hacen del amor un padecimiento.

(PERFIL)


Comentarios