DESPUÉS DE LA MARCHA

OPINIÓN

La llamada marcha universitaria dejó varios elementos para sacar conclusiones

Por Carlos Mira

En primer lugar un reversión de la postura personal del presidente que pasó de descalificar de plano todo lo relacionado con ella aduciendo un único vinculo con la oposición política (que obviamente existió de manera muy evidente, como, sin ir mas lejos, lo prueba la reaparición publica pasado mañana de Cristina Fernandez, que cree haber visto en la marcha una cabecera de playa y quiere bajarse a tantear la arena sin saber que va a hundirse como la delincuente que es) a un comunicado que lleva por título “Causas nobles. Motivos oscuros”, en donde impecablemente describe un capítulo nuevo de un drama argentino viejo en el que aprovechadores consuetudinarios de objetivos execrables identifican una causa socialmente simpática y se montan en ella para hacer política, negocios o las dos cosas a la vez.

Que en el escenario de la marcha estuviera Tati Almeida, la militante referente de las madres de plaza de mayo, diciendo “perdimos una elección pero no nos han vencido” me exime de mayores comentarios: el epitome máximo de la utilización política y económica de un fin noble como el de los derechos humanos acompañaba otra expresión que se toma de una temática popularmente apreciada -como es la educación- para llevar agua a un molino determinado.

Parece mentira que los mismos que enchastraron mediáticamente la política educativa de Cambiemos (acusando a Macri de llegar para vender los colegios secundarios y cerrar o privatizar las universidades) vuelvan a utilizar los mismos argumentos para engañar, una vez mas y con la misma mentira, a un conjunto de loros que repiten sin pensar las mismas estupideces que ya escucharon.

No importó que la realidad demostrara que todo aquello que se le dijo a Macri constituía una formidable mentira: los que las dijeron las repiten y los que las creyeron las vuelven a creer.

El presidente Milei jamas dijo que cerraría las universidades o que las iba a privatizar.

Simplemente dijo que cada peso que el gobierno girara para su sustento debía quedar justificado frente auditorías que revisen su destino. Eso es todo.

Y así debe ser porque de “autónoma” la universidad solo tiene el nombre y la altanería de creerse un ente superior a los demás. Porque, luego, en la realidad pura y dura, necesita que el gobierno le pase los fondos para sustentarse. Se tarta de una “autonomía” muy sui generis: no doy explicaciones para gastar pero dependo de que me asistan para tener dinero.

En esa lógica es perfectamente razonable que el proveedor de los fondos quiera saber cómo se usó la plata y qué se hizo con ella. Máxime cuando ese que da el dinero ni siquiera es su dueño sino un mero representante de un colectivo amplio e indeterminado llamado “pueblo” que, con su esfuerzo, arrima esos fondos para que el gobierno los asigne.

En su carácter de administrador de dineros que no le son propios el gobierno debe ser muy estricto a la hora de estar preparado para dar las explicaciones que se le exijan respecto de cómo manejó el dinero que recibió, donde lo derivó y qué se hizo con él.

Para eso, todos los que reciben fondos del gobierno, deben estar abiertos a dar las mismas explicaciones que el pueblo podría pedirle al gobierno.

Desde ya que parece mentira que todo esto requiera de una explicación formal. Pero es tal el desbarajuste mental que el populismo fascista produjo en la mente argentina que no nos queda otro remedio que caer en semejante redundancia.

Si todo el mundo entendiera que de lo que se trata es que el gobierno va a dar los fondos a las universidades pero que éstas deberán estar preparadas para explicar cómo los usaron, nada de toda esta payasada habría ocurrido. Es más, la Argentina es un frecuente escenario de estas payasadas porque la distorsión mental de cuestiones que no deberían ser más que temas del sentido común es de tal magnitud que hay, efectivamente, suficiente audiencia para asistir a las payasadas.

En segundo lugar, se ratifica la ya mencionada táctica del populismo fascista para identificar “causas” suficientemente simpáticas para la sociedad o que caen bien popularmente como para aferrarse a ellas y hacer demagogia política y, de paso, allanar el terreno para preparar negocios personales.

Obviamente que, encima, el que salga encastrado detrás de todo este pastel sea el que quiere vigilar el destino de los dineros de todos, es una especie de colmo de la estupidez y de la desvergüenza. Pero dejemos eso de lado por ahora y sigamos profundizando la cuestión del uso magistral de causas nobles.

Otro hecho clave en esa tarea que el gramscismo tiene bien identificada, es la selección de palabras precisas para agregar a la temática o al discurso que hayan seleccionado como conveniente.

Por ejemplo, las palabras “público (o pública )”, la palabra “social”, la palabra “popular”, son como antorchas que, agregadas a la temática identificada como socialmente simpática, tienen la virtualidad de potenciarlas. Así, si a la palabra “educación” (como definitoria de una temática) se le agrega el término “publica”, el impacto demagógico se multiplica.

Cuando estos sectores hablan de esta cuestión, no hablan simplemente de “educación” sino de “educación pública” como una manera subliminal de seguir llevando al hipotálamo del cerebro de la gente el concepto de la socialización de su sostenimiento.

El problema surge cuando los que reciben los beneficios de que el sostenimiento de una actividad este socializado no quieren aceptar la auditoría sobre esos fondos que reciben: pretenden socializar el esfuerzo que hay que hacer para mantenerlos pero “privatizar” el uso de los fondos que reciben, esto es, manejarlos como si fueran propios y como si ellos mismos los hubieran generado. Se trata de una muy conveniente variante del socialismo.

En esa misma línea a mi me gustaría introducir algunos cambios en la descripción de lo que debe entenderse por universidad (o educación) “publica”.

Quienes se manifestaron el martes, en general, exigen una universidad “publica”, ‘gratuita” y de “ingreso irrestricto”.

Muy bien. Entonces, si la universidad es “publica” (esto es, que está sostenida por el aporte indiscriminado de todo el pueblo) el que temporalmente tenga la representación legitima del pueblo le podrá exigir que explique el destino de los fondos que el pueblo le derivó.

En segundo lugar, me gustaría que se reemplace la palabra “gratuita” por la frase “sostenida por impuestos”, para que la gente reciba todos los días el correcto mensaje subliminal de que es ella la que esta pagando esa universidad.

En este sentido me parece útil acercar este dato. Del 60% más pobre de la sociedad solo el 15% manda a sus hijos a la universidad. Pero el 20% más rico de la sociedad tiene el 71% de estudiantes en la universidad “publica y gratuita”. Un disparate, desde el punto de vista de las políticas “nacionales y populares”.

En tercer lugar -ya que seguimos con la semántica que el populismo gramsciano maneja tan bien- me gustaría aclarar que el “ingreso irrestricto” es completamente incompatible con un sistema educativo que tiene un nivel medio de enseñanza del que surgen chicos que, a los 17 años, no son capaces de entender el texto que leen ni pueden resolver un problema matemático simple.

Entonces, el “ingreso irrestricto” sonará muy bien a los oídos de un demagogo pero le sale muy caro a la sociedad que lo paga porque, en lugar de eficientizar al máximo los recursos que tanto le cuesta generar, los desperdicia en el tiempo que lleva comprobar definitivamente que una persona no puede cursar estudios universitarios mientras no termine de prepararse como corresponde.

Esta cuestión nos lleva, obviamente, a ver lo que sucede en el nivel de enseñanza inmediatamente inferior: los colegios secundarios. Ellos, el reino de los Baradeles de la vida, también han sido destruidos por los que dicen desvivirse por la “educación pública”, lo cual es una prueba adicional de que, en los hechos (que son los que importan), esta gente arruina todo lo que primero seleccionó como temática simpática para la sociedad.

La sistemática repetición de esta especie de Esquema Fonzi de estafa, debería ser suficiente prueba para el pueblo de que, cuando un conjunto de vivos se apropia de la belleza semántica de algunas palabras o de algunas causas, es muy posible que solo quieran aprovechar la patina de inicial respaldo que todas esas temáticas tienen para hacer negocios para ellos mismos.

El desastre inmoral que ocurrió en las universidades durante el kirchnerato -en donde los fondos que al pueblo le cuesta un montón juntar, se derivaron a oscuros negocios que nada tenían que ver ni con la confortabilidad de la infraestructura, ni con la mejora de los salarios docentes, ni con la investigación y el desarrollo, sino que fueron a financiar “obras artísticas” millonarias (muchas de las cuales nunca vieron la luz) y cuyos recursos terminaron en los bolsillos privados de personas particulares- no puede seguir ocurriendo. Y plantear que los fondos derivados a las universidades serán auditados y que los responsables que los reciban deberán justificar en qué los usaron, no es “atacar a la universidad publica” ni “privatizar la educación” ni “vender el orgullo argentino al extranjero”. Todo eso es un verso igual al que los loros repiten cuando dicen “Milei destruye la universidad mientras compra armas”. La verdad que la burrada es tan grande que ni siquiera merece ser comentada.

Una observación final para otro de los cliches favoritos de estas concentraciones. Piera Fernández De Piccoli, presidente de la Federación Universitaria Argentina, dijo que deben implementarse políticas educativas que defiendan y favorezcan a las “grandes mayorías populares”.

Dos cositas muy simples: primero, que la muletilla “grandes mayorías populares” no es más que eso: una muletilla. Decir que hay “grandes” mayorías populares supone que habría “pequeñas” mayorías populares. ¿Cuales serían las “pequeñas mayorías populares”? ¿Serían mayorías si fueran pequeñas?

Hago este planteo absurdo, con preguntas absurdas, para demostrar cómo el populismo fascista no abandona nunca su tendencia al uso estratégico de la semántica. Al decir “grandes mayorías populares” parecería que nos referimos a un conjunto obvio de personas (en el que seguramente todos se sentirán incluidos) del que excluimos supuestas minorías (o “pequeñas mayorías” según su propio brulote) que son la anti-nación y la anti-patria. Una saraza insostenible.

Segundo, que si están realmente preocupados por las “grandes mayorías populares” sepan que a las “grandes mayorías populares” les cuesta un huevo el aluvión de gastos estatales y que, por esa misma razón, cada peso que salga del presupuesto público (incluido los que vayan a las universidades) debe estar justificado.

Si hay un lugar en donde la burocracia de la justificación (la firma, la recontrafirma, la copia, la fotocopia y toda la parafernalia de formas que la burocracia es capaz de inventar) debe existir es en este lugar. Esa es la forma de defender los intereses de “las grandes mayorías populares”, Piera.

Por último una referencia a una palabra que recién ahora, después de todo lo que ocurrió en el kirchnerato, parecería que están dispuestos a aceptar que se incluya en la descripción del modelo universitario. Me refiero a la palabra “transparente”. De nuevo, que haya que aclarar que cualquier cuestión que tenga que ver con el manejo de los recursos del pueblo deba ser “transparente” y que eso no se dé por descontado, da una idea de lo bajo que ha caído la calidad institucional argentina.

Entonces, Pierita, mi vida: universidad “publica”, “sostenida por impuestos”, “restringida a los que demuestren que merecen usar los dineros del pueblo” y “transparente”. ¿Qué decís? ¿Estarías dispuesta a respaldar algo así? Y si no estas dispuesta, ¿podrías explicar por qué?

(The Post)





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