ALBERDIANOS Y LIBERTARIOS

OPINIÓN

Dada la tradición antiliberal que ha marcado la historia argentina durante buena parte del siglo XX y XXI, se puede entender por qué un libertario reivindique hoy la actualidad de las ideas liberales del siglo XIX


Por Ezequiel Spector

Los términos “liberal” y “libertario” están siendo muy debatidos en Argentina. Muchos seguidores de Javier Milei se consideran libertarios, pero a su vez reivindican el proyecto de Juan Bautista Alberdi, cuyos escritos inspiraron nuestra Constitución. ¿Hay una identificación coherente entre estas ideas o una contradicción?

El libertarismo es una forma extrema de liberalismo. Según esta corriente, la libertad, entendida como no ser coaccionado por otros, es un valor fundamental que debe respetarse sin excepción, puesto que todos los individuos son dueños absolutos de sus cuerpos y capacidades.

Los libertarios consideran que esta libertad está necesariamente relacionada con la economía de mercado, porque sostienen que ser libre incluye la posibilidad de producir y adquirir recursos, celebrar contratos, comprar y vender bienes y servicios, y conservar las ganancias resultantes.

Y también incluye, por supuesto, la libertad de asociación, de expresión cultural y religiosa, la libertad sexual y reproductiva, etcétera, aunque siempre como ejercicio del derecho sobre nosotros mismos y nuestros bienes (y nunca como excusa para obligar a otros a hacer algo por nosotros).

Ahora bien, si la coerción es siempre ilegítima, entonces parece que el Estado también es ilegítimo, ya que es una institución esencialmente coercitiva (se mantiene con impuestos).

Así pensaban libertarios como Murray Rothbard y David Friedman, y por eso abrazaron el “anarcocapitalismo”. Sus obras consisten en explicar en detalle cómo una economía de mercado sin Estado puede operar proporcionando bienes y servicios, incluidos aquellos que generalmente se consideran bienes públicos, como la seguridad, la resolución de conflictos y las calles, entre otros.

Una versión más moderada de liberalismo es llamada “liberalismo clásico”. Aquí, la libertad no es un valor absoluto, sino una fuerte presunción que puede superarse. Por lo tanto, el Estado no es necesariamente ilegítimo. La acción gubernamental puede estar justificada en casos particulares, como la protección de los derechos de propiedad y la promoción de ciertos intereses públicos (por ejemplo, la provisión de infraestructura).

Sin embargo, estos “casos particulares” no son la regla sino la excepción. El liberalismo clásico defiende una libertad muy amplia para comerciar, celebrar contratos, emprender, ahorrar e invertir. Considera que la libertad de mercado es clave para el desarrollo económico e incluso es precondición de las libertades individuales, como la libertad de expresión y de asociación.

No sorprende, entonces, que los liberales clásicos se opongan a los impuestos demasiado altos, a las regulaciones excesivas, al aumento del gasto público y, en general, al avance desmesurado del Estado en la esfera económica y social.

Pero, a diferencia de los libertarios, los liberales clásicos sí ven en el Estado un instrumento útil para el desarrollo de la sociedad. Adam Smith, por ejemplo, pensaba que el gobierno es necesario para proporcionar bienes y servicios que produzcan beneficios colectivos. Él se refería, en particular, a la defensa nacional y a aquellas instituciones que son necesarias para “la administración de justicia” y “para promover la instrucción del pueblo”.

Es evidente que las ideas de Alberdi se ubican en este lugar del mapa liberal. Por un lado, no se habría sentido identificado con la visión libertaria porque pensaba que el Estado no es necesariamente ilegítimo y que de hecho puede contribuir al desarrollo de la sociedad promoviendo la construcción de ferrocarriles y canales navegables, la importación de capitales extranjeros, la inmigración, y hasta dictar planes de estudio (artículo 64 inciso 16 de la Constitución de 1853).

Por otro lado, sí era claramente liberal, porque pensaba que, para progresar, las personas no necesitan redistribución del ingreso, sino libertad para emprender y comerciar, en un contexto de reglas claras que protejan los derechos de propiedad y la igualdad ante la ley.

Como dice en su obra Sistema Económico y Rentístico de la Confederación Argentina: “una Constitución que consagra en favor de todos los habitantes los principios de libertad y de propiedad, como bases esenciales de la legislación”.

Más aún, Alberdi consideraba que las regulaciones estatales de precios y salarios desalientan la creación de empleo y las perspectivas de progreso de todos: “El salario es libre por la Constitución como precio del trabajo, su tasa depende de las leyes normales del mercado, y se regla por la voluntad libre de los contratantes. No hay salario legal u obligatorio a los ojos de la Constitución, fuera de aquel que tiene por ley la estipulación expresa de las partes”.

Como liberal clásico, la batalla de Alberdi nunca fue contra la provisión de bienes y servicios estatales, pero sí contra el avance del Estado en la vida de las personas y, sobre todo, contra la planificación centralizada de la economía. No es lo mismo.

En conclusión: el proyecto de Alberdi no tiene naturaleza libertaria y las ideas extremas de estos últimos pueden entrar en contradicción con los principios liberales. Sin embargo, dada la extensa tradición antiliberal que ha marcado la historia argentina durante buena parte del siglo XX y XXI, se puede entender por qué un libertario puede sentir nostalgia por las ideas que inspiraron nuestra Constitución en el siglo XIX y reivindicar su actualidad.

(Clarín)




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