NADIE FUE AL FUNERAL DE GERVASIO MOYANO CHOZNO

CULTURA

Me contaron que les dijo a todos que de repente se sintió viejo

Por Walter R. Quinteros

Pero viejo de una vejez interminable y sin más honores que sus largas noches de borrachera, creyó que ya era hora de tener una muerte justa y digna.

Que eso lo dijo en el bar. 

Que aquella noche dejó el vaso de vino en la mesa de madera del patio hediondo de cerdos y gallinas de su pobre casa y que caminó hasta la sombra de la mujer que bailaba sola bajo la lámpara trémula colgada del sauce, porque quería hablarle. 

"Vienes a decirme que esta es mi última noche, ¿verdad?" Eso dijo que le preguntó y que la sombra era de la tal finada Rosario Hurtado Kindelán, que mucho tiempo después supimos que era una mujer huérfana que bajaba y subía de las montañas asustando a las tropas del gobierno, y nos dijo que ella le dijo que si, solo con el movimiento afirmativo de su cabeza escondida bajo una larga cabellera gris.  Por eso vino a tomar unas cervezas con nosotros y entonces aquí nadie le creyó. Pero Gervasio Moyano Chozno en realidad, vino a despedirse.

Lo que pasa es que tiempo atrás tampoco le creyó el juez Bonaventura cuando manifestó haber visto al loco Tavares cruzar por el patio de su rancho sin que los perros ladraran la semana de las indagatorias a los testigos. Ni tampoco le creímos nunca sus conversaciones con los fantasmas de los Sepúlveda, ni menos le creímos cuando una mañana nos dijo que unas mujeres que volaban desnudas le pidieron agua fresca para beber, lo arrojaron en el catre de su cuarto y se rieron de su agitado miembro con sarcasmos. Porque siempre pedía que le pagásemos una vuelta más de vino para continuar con esos relatos fantásticos. Como ese que el sauce siempre se movía pa' que el sol no le pegue a la hamaca de las siestas penosas.

En una oportunidad, una asistente social enviada por el gobierno, manifestó en uno de sus largos informes que Gervasio Moyano Chozno padecía una conducta autodestructiva que se manifestaba en las mil y una forma distintas en que pensaba llegar a la muerte. Pero ella no supo explicar cómo es que Gervasio podía hablar y nombrar a personas que nadie sabía por estos lugares que habían existido y merodeado por este vasto valle lleno de misterios.

Así es que la última vez que lo vimos, se tomó con nosotros algunas cervezas, y nos habló a todos de la muerte, nos dijo que la muerte era una mujer hermosa, que nacía desde su propia sombra, que tenía piernas largas y blancas, que bailaba sacudiendo su generosa forma y que se iba desnudando a medida que despertaba el borboteo de la sangre y la furia de sus carnes no hallaban consuelo. Ella dejó de danzar, y le mostró el rostro del próximo hombre a morir.

Nos decía en su pleno convencimiento, en ese convencimiento que tienen las personas que  piensan las razones antes de hablar, que son solitarias y soñadoras, llenas de alucinaciones perezosas, como tenía él, que vio su cabeza completa y que le pareció hermosa, de una hermosura radiante y mansa, que le mostraba la muerte, hecha mujer.

Nos dijo que le dijo la muerte que tomó el cuerpo de la bella Rosario Hurtado Kindelán, para que nos hable de ella antes de morir. Por eso fue que después nos enteramos que fue una niña que llegó al Pueblo Mapuyo con mucha tos, una mañana de las tantas de los años de represalia de los militares, hace muchos años atrás cuando esta tierra era de guerrillas y pecados.

Con el tiempo supimos que algunos decían que Rosario vivía sola en la selva, que fue creciendo entre comadres, la sierra espesa y el generoso mar, siempre rodeada de perros, hasta que un día la encontraron muerta unos bananeros que decían que primero encontraron su vestido de color blanco por el sendero que llevaba a las dunas saladas y calientes y que después encontraron sus sandalias de cuero y que cada tanto encontraron a cada uno de sus siete perros muertos, todos atravesados por un estilete cómo dicen que mataba ese tal Tavares y que más allá, vieron su cuerpo rodeado de la espuma del mar y que su rostro mostraba una tranquilidad asombrosa, sin huellas de lucha, sin heridas, sin agua en sus pulmones pero con el corazón desgranado como arena gruesa. Eso es lo que la gente dice, que ella parecía sonreir y que calculan que tendría entre veinticinco y treinta años al morir, y que los médicos del cuerpo público forense aseguraron que era virgen.

Desde entonces su fantasma les aparecía a las tropas del gobierno por los caminos. Aunque también hubo quienes decían que eran todas mentiras lo de ella y lo de Tavares, que todo era un embuste de comerciantes turcos para aterrorizar a los ladrones del chagüite.

La cuestión es que nos contaba el Gervasio Moyano Chozno que ella le había dicho, esa misma noche, que en el comienzo de los tiempos la gente de este valle era feliz y no dormía y no tenía miedo, y que solo brillaba el sol en un cielo azul y sin nubes y que entonces Mapuyo, el indio, habló con Dios para solucionar eso y que Dios le dijo con voz de trueno que iba a satisfacer sus pedidos y sopló fuerte y que el sol cayó atrás de las montañas y que todo se puso oscuro y que entonces en la oscuridad conocieron el miedo, y empezaron a llorar y se perdían en los caminos. Entonces Mapuyo, volvió a hablar con Dios y Dios le dijo que le iba a regalar colores en las noches y así todos se maravillaron con la luna primero y con las estrellas después y que vieron figuras que formaban las estrellas y que empezaron a nombrarlas y vieron que también durante el día podían disfrutar de las formas de las nubes y que Rosario Hurtado kindelán, le dijo que cuando habló con el fantasma del Indio Mapuyo allá arriba en las alturas, le dijo que Dios no le había contado que otros caciques le habían pedido que haya guerras y muertes y enfermedades y que todo eso vino de repente, por esas ocurrencias estropeadoras de los hombres y que cayó como lluvia en estas tierras, primero con unos barcos de madera, después con barcos de acero, con trenes humeantes y después con aviones con vientres de fuego.

Por eso Gervasio Moyano Chozno decía que el machete del comandante Oquendo, había combatido durante ciento catorce años, hasta que cayó en el gallinero de su casa, mucho antes que el gallo cantara. Una prueba más de que estaba loco.

No tengo certeza de eso, pues no hay libros de aquella historia.

Pero todos creemos que al salir de aquí, totalmente borracho, montó con destreza su caballo, nos saludó con manifiesta gratitud, llegó a su casa, vistió el terno color negro de las fiestas, entró al cementerio por la puerta del fondo, la que nadie abre porque acerca a las estrellas en el espesor de la noche y no se puede respirar otra cosa que el intenso hedor de flores grises y viscosas que custodian las antiguas sepulturas, que cavó su fosa al lado de la tumba de sus padres. Por eso creemos que en su cansada soledad, se acostó en ella pellizcando la humedad de la tierra y, a esperar la llegada de la muerte vestida con sus velos danzantes al plácido viento del otoño, con su rostro aburrido, de tanta desgraciada vejez. 

Porque dicen que así lo encontraron dos funcionarios del cementerio, un miércoles, en que vieron una nube de moscas verdes que bullían resplandecientes, allá, al fondo.

(Hay Derechos Reservados)


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