OPINIÓN
Javier Milei se subió al ring sintiéndose campeón. Ganó la centralidad y dejó en claro que, si no es por nocaut, no lo van a mover
Por Jorge Hirschbrand
Javier Milei se subió al ring sintiéndose campeón. Ganó la centralidad y dejó en claro que, si no es por nocaut, no lo van a mover. Simplemente, porque está decidido a seguir pegando y yendo hacia adelante. Se los dijo directamente en la cara a los movimientos de izquierda que fomentan violencia en las calles. ¿Quieren conflicto? Van a tener conflicto. La garantía del estado de Derecho es, precisamente, el Estado, y no una estudiantina ruidosa cuyo mayor objetivo es saltar un molinete de tren (porteñocentrista detect) y buscar desde ese lugar una revolución social donde todos se corten el pelo con flequillo.
Milei se paró frente al Congreso con apenas 82 días de gestión. Es muy prematuro para evaluar sus políticas; su plan; su estrategia. Sobre todo, porque son tantos los frentes y es tan profunda la crisis que dejó abierta el kirchnerismo que sólo un ingenuo o un malintencionado puede animarse a sacar conclusiones. Porque, guste o no, ni la inflación desbocada, ni los índices de pobreza e indigencia, ni el desastre social, ni la precarización laboral son producto de su gobierno. Todos esos conceptos llevan la marca impresa del kirchnerismo, que después de gobernar 16 de los últimos 20 años continúa su pelea contra molinos de viento ideológicos en una historia que, como dijo el presidente, provocó dirigentes millonarios, militantes rentados y una población empobrecida desde el punto de vista económico, social y, lo peor de todo, cultural.
No hubo eufemismos en este primer discurso de apertura de Asamblea Legislativa. Los golpes fueron certeros. Y estuvieron dirigidos a los responsables de la decadencia nacional. Será cuestión de tiempo para saber si el propio Milei pasa a engrosar esa lista o si queda realmente afuera de lo que denomina “casta”.
Pero el análisis y el diagnóstico es harto conocido. O acaso alguien puede dudar de que el sindicalismo argentino es un festival de corrupción y prebendas para sus dirigentes en detrimento de los trabajadores. Ventajera, violenta, extorsionadora, cuasi mafiosa, la conducción gremial del país se quedó callada ante la tragedia en que caían los trabajadores. Juegan políticamente; no les importa un bledo sus representados. Por eso la necesidad de las reformas laborales. Y por eso el anuncio del proyecto para terminar con las dictaduras sindicales, tan transparentes como el agua turbia del Riachuelo.
Punto final también para la perversa mediación de las organizaciones sociales en la administración de la asistencia estatal. Nadie es piquetero gratis. Peor que eso: muchos deben pagar a cambio de una mísera ayuda. Son víctimas de quienes abrazan la pobreza; la cuidan porque saben que de allí sacan los fondos para financiar sus macabras estructuras clientelares. Sin pobres se les terminaría el curro.
La desconcentración de los movimientos de izquierda luego del discurso, casi sin incidentes, fue la muestra cabal del desconcierto con que recibieron el último gancho, ese con el que convocó a un pacto nacional para la firma de un nuevo contrato social. Ni ganas de pudrirla les dejó. Son diez puntos con los que nadie, desde el sentido común, podría estar en desacuerdo. Pero no fue inocente: fue un llamado para que gobernadores y ex presidentes vayan al pie. ¿Quieren negociar? Pues, estas son las condiciones.
Atendió por igual al perokirchnerismo de barricada y al radicalismo “línea Martín Lousteau- Gerardo Morales”, que logró que sus problemas de alcoba también se colaran en la Cadena Nacional.
No fue un discurso para los militantes de los “ah, pero”. O sí. Fue el único argumento liviano que les dejó. Tampoco se podía esperar que la oposición saliera a aplaudir como focas. Lo hicieron durante 16 años en esas ceremonias religiosas en que CFK hablaba, hablaba y hablaba e hilvanaba frases sin sentido. Ellos aplaudían sin entender mucho. Pero era parte de la liturgia. Ahora están cansados, jefa.
Dejando de lado la cuestión histriónica de los gritos de “viva la libertad, carajo”, Javier Milei se consolida como un orador oportuno y preciso. El tipo ha dado en el blanco cada vez que tuvo que exponer en una situación clave. Lo hizo tras las PASO, lo repitió cuando ganó el balotaje y el día que asumió la presidencia.
Es cierto, sí, utiliza algunos recursos recurrentes, que si bien forman parte de su estilo no dejan de ser trillados. Aun así, consigue impactar. Fue un discurso sólido, bien estructurado, con pasajes de ironía, términos fuertes e ideas acabadas. Seguir llamando “degenerados fiscales” a los que gobernaron con el único plan de emitir sin control, total alguien después paga la cuenta, no deja de ser simpático. Es una figura retórica que describe con exactitud la conducta de los que son generosos con fondos públicos. Así, cualquiera.
Innecesaria acotación acerca de la cifra de las personas que se podrían haber salvado si el gobierno de Alberto Fernández no corrompía la estrategia sanitaria durante la pandemia. Hay una cosa fantasmagórica con el número 30 mil. Ya está, ya fue. Es parte de un pasado oscuro en Argentina. Los responsables fueron investigados, juzgados y condenados. Basta de volver siempre ahí. Unos y otros. Es cansador.
Se alejó, al menos por un rato, de la figura del populista de derecha. La convocatoria al “Pacto de Mayo” lo acercó a la idea que se tiene de un estadista. En especial, porque le puso lugar y fecha. Cuándo gustes y dónde quieras. Córdoba, 25 de mayo de 2024. Y, de paso, ganó tres meses de oxígeno; un montón para un gobierno que debe lidiar con los sueños líquidos golpistas de los fundadores del club del helicóptero y con una sociedad que no paga la cuenta del supermercado con discursos, por más bonitos y efectivos que sean.
(El Sol)
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