HECHA POLVO

OPINIÓN

Pido gancho. Buena parte de mi adolescencia supuse que el acceso a las drogas ilegales era una aventura llena de adrenalina que sólo un adicto sumido en la imprudencia podía llevar adelante


Por Nicolás Lucca

Pido gancho. Buena parte de mi adolescencia supuse que el acceso a las drogas ilegales era una aventura llena de adrenalina que sólo un adicto sumido en la imprudencia podía llevar adelante. También tenía la certeza de que un consumidor de drogas era, por decantación, un tipo de aspecto reventado, un marginal fácil de identificar. Al narcotraficante lo imaginaba como Tony Montana, en una mansión, rodeado de lujos.

Quienes somos seres de costumbres gustamos ser habitués de lugares. Así es que terminamos por conocer rostros, lo cual no quiere decir que conozcamos a las personas. Yo me había hecho amigo de un adicto en recuperación y ese fue mi primer tabú derrumbado: no era ni un sujeto marginal ni un reventado. Una tarde comencé a ver que él esquivaba las relaciones con tipos de mucha, mucha, mucha guita. Ellos lo saludaban, le daban charla muy amablemente y él los despachaba lo más rápido que podía.

Así es que me enteré que un adicto en recuperación, por más años que lleve sin consumir, esquiva a los consumidores. Y, obviamente, mi sorpresa frente a quiénes él esquivaba me llevó a darme cuenta de que no podría adivinar quién consume y quién no.

En un principio, creí que mi amigo los esquivaba por ser proveedores. Una pregunta bastó para darme cuenta que no eran tan faloperos como lo fue él, y que no es para nada difícil acceder a estupefacientes. El vendedor es igual a vos en tu estrato social: el administrativo que se quiere hacer unos extras el fin de semana, el consumidor que quiere que el consumo se pague solo, el tipo copado de al lado tuyo.

Lo complicado era querer jugar a quién vende y quién no. Los primeros compradores son sus compañeros, personas de su círculo que luego pasan el dato a otros como ellos mismos. Padres de familia, hijos ejemplares, deportistas, dueños de comercios, playeros de estaciones de servicio, choferes, mozos, funcionarios, abogados, contadores, gente muy, muy prolija que prefiere no saber de dónde viene lo que se meten en la nariz o bajan de un trago.

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Pausa. Hace un siglo, más precisamente el fin de semana pasado, comenzamos el sábado con un escándalo de dimensiones titánicas. En Xwitter, claro, que afuera el día estaba hermoso. El tema giró en torno a que el Presidente y todos los cargos jerárquicos de Presidencia se habían aumentado el sueldo un 48%. No voy a ahondar en lo que ya sabemos.

No sé si Cristina fue chicanera o tenía un dato, pero hace años, puntualmente desde que ella se fue de la Presidencia y los funcionarios de Macri decidieron insertar la futurística herramienta informática al Estado Argentino, las firmas son digitales. ¿Cómo funciona? Como cualquier firma digital de esas que colocamos a diario y no sabemos que lo hacemos: claves, tokens y contraseñas.

El gancho manual, la firma de puño, es lenta y engorrosa. Y es mentira que no es delegable. Yo mismo he visto a funcionarios y a jueces dejar hojas en blanco firmadas bajo custodia de sus funcionarios de confianza. No todos leen lo que firman, lo cual no es una regla.

Hoy es más prolijo darle la clave a alguien de confianza. Así puede ocurrir que se firmen cosas que nunca han sido leídas. Pero dudo mucho que, en este caso, el Presidente delegue su firma en el Secretario de Trabajo. Si no se enteró, sí lo hizo su persona de mayor confianza, a la que le delega la firma. Y si esa persona tampoco se enteró, quizá no sea la indicada para cubrir al Presidente en lo que le aburre.

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En 1997, el entonces diputado Jorge Matzkin dijo que en el Congreso de la Nación había “un tráfico no muy importante” de cocaína. Un secreto a voces que podría haber quedado en mito hasta que lo dijo el propio diputado cuando puso el gancho a un proyecto del también diputado Miguel Ángel Toma para hacerle rinoscopías a todo funcionario público, legisladores incluídos. El proyecto naufragó mientras llegaba a los diarios. Nos olvidamos de esa anécdota, claro.

Todavía la inmensa mayoría de las personas con las que interactúo supone que es un misterio conseguir droga. Algunos aventuran que hay que tener algún amigo que haya confesado haber probado alguna vez y pedirle un contacto. Ni hablar si les pregunto sobre cómo imaginan la escenografía del intercambio. Allí abundan imágenes de tugurios, barrios marginales, villas o pasamanos en calles oscuras.

A mis veintipoquitos, mientras laburaba de cagatintas en un Juzgado Federal como meritorio, comencé a paranoiquearme con el vínculo del poder, las drogas y qué consideramos un adicto. Eran épocas en las que un tipo hallado con un porro podía terminar con una probation en una granja de rehabilitación y, a la vez, se fijaban límites ridículos a las cantidades “para consumo personal”. Si alguien se abastecía para todo un mes y lo agarraban, era juzgado por narcotráfico. La lógica llevaba a casos tan disímiles que un consumidor ocasional podía ser tratado como drogadicto y un verdadero adicto era enviado a Ezeiza.

Por otro lado, era cada vez más evidente para mí que había cosas que no podían escapar a la lógica de la permisividad, complicidad o jefatura directa, vaya uno a saber: nunca llegó tan arriba una investigación, siempre hubo una línea de corte. Choferes de funcionarios con los autos llenos de falopa, barrabravas amigos de diputados que cobraban peaje por la venta de camerusa en las canchas y demás cosas que, no puedo dar fe que aún ocurran porque hace años que salí de ese ambiente, pero que no creo que hayan hecho otra cosa que empeorar.

Cuando matcheamos al vendedor de droga al menudeo de la clase media y alta con la autopercepción de sus clientes, nos encontramos con la disociación absoluta: personas que suponen que la sustancia que consumen esporádica o regularmente, se materializa en sus manos al momento de la transacción y que detrás no hay una cadena de producción y distribución. De allí a la superioridad moral de suponer que el narcotráfico consiste solo en las peleas de bandas de marginales sin humanidad, solo un pasito.

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Apetta. Va todo tan rápido que Rosario ya no queda cerca y fue hace siete días. Correrle el velo a la sociedad es un acto digno de una entidad superior, de alguien que observa a la sociedad desde arriba y conoce todos sus recovecos más que sus propios integrantes. Correr el velo incluye una superioridad moral que no puede ser autopercibida, sino real. Y cuando alguien se ubica en ese lugar se coloca un grillete a sí mismo: no puede mandarse una sola cagada.

Si de un lado tengo a un grupo de forajidos analfabestias que tomaron al Estado como una empresa delictiva heredable, basta con ser un sujeto común para marcar una tremenda, enorme mejoría. Frente a un delincuente, el trabajador cotidiano es un modelo a seguir. Ese trabajador quizá come galletitas en la cama, no frecuenta a sus padres y tiene un par de visitas policiales por ruidos molestos de madrugada. También puede ser que haya visitado alguna comisaría por cagarse a trompadas en la puerta de un boliche en su adolescencia, o le quitaron el auto por dar positivo en una alcoholemia en el verano de 2014.

No nos importa su pasado, sino la foto del presente: él es un laburante; el otro, un delincuente. Sin embargo, nos encanta glorificar personas normales por comparación.

Pero si el tipo común viene a ponderar clases de moral a otros iguales a él, en algún momento tendrá que responder alguna que otra pregunta. Y eso es lo que no ocurrió ese fin de semana que ocurrió hace un siglo, cuando el Presidente culpó a un cuatro de copas por lo que él firmó y, de paso, se ahorró tener que dar explicaciones por cumplir el sueño del primer empleo a una mujer de 23 años sin experiencia laboral con un cargo directivo en el Estado Nacional.

Ni que hablar de tener que explicar que designó al mando de Nación Seguros a un ex camporista de altísimo grado, en medio del escándalo por la subcontratación de seguros durante el gobierno anterior. Salvo, claro, que tampoco se haya enterado, como cuando firmó la designación de Scioli en el gabinete nacional.

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Me siento a pelotudear con el celu en el consultorio de mi ortodoncista en Belgrano. Pongo en Telegram “buscar personas cerca” solo para divertirme. Uno ofrece 15 mil pesos el gramo de cocaína y promete alta calidad sin corte. Si compro dos gramos, no me cobran el envío. ¿A dónde? A mi casa, claro. O a donde quiera recibirla.

Como el buscador de personas funciona con la geolocalización, varios oferentes cambian según la zona. Los precios son similares, lo había chequeado esa misma tarde tanto en Facultad de Medicina como en Tribunales y Plaza de Mayo. Zonas donde también aceptan como parte de pago objetos electrónicos. No creo que se pongan en exquisitos para pedir papeles de cómo los obtuvieron. Y sí, dije Tribunales. En zona de Casa Rosada el precio de la camerusa va de 13 a 15 mil pesos el gramo. Viene en piedra, laja o polvo. Aceptan oro y dólares. Gente predispuesta.

Lo que quieran solo es cuestión de pedirlo sin moverse del sillón del living. Tussi por 30 mil pesos el gramo, cannabis Blueberry a 20 mil pesos los 3 gramos y lo mismo para la variedad White Gorilla Haze, solo que baja el precio con 10 gramos de compra.

Algunos ayudan a que sepamos qué pedimos. Si queremos faso y no sabemos qué es Lemon, el oferente aclara que tiene un sabor limón. La creatividad al palo. También nos cuentan que Amnesia Haze tiene un efecto psicoactivo más duradero. y que Bubble Gum es la más dulce. Desde 23.500 pesos los 3 gramos, se garantiza un gran efecto.

Otro oferente de este mercado virtual dice que trae oro blanco directo de la cocina colombiana. Lo reparte a cambio de 16 mil pesos el gramo. Aclara que es muy fuerte, por lo que pide que se consuma con responsabilidad. Nadie quiere perder clientes.

Y aparecen más vendedores con MD holandés a 45 mil el gramo. Como novato me generaría dudas ver que otro lo ofrece a 65 dólares. También hay Ketamina a 50 mil pesos los 50 mililitros, Éxtasis desde 16 lucas la pastilla, Popper en un promedio de 30 crocantes naranjas, hongos entre 7 y 12 mil pesos por gramo, y LSD entre 10 y 15 lucas.

Desde 4 mil pesos por blister comienzan las ofertas de clonazepam. Supongo que, por el precio, no es ni en pedo primera marca. Podemos elegir el país de procedencia de las drogas ilegales, aprovechar promociones y hasta acceder a cuentas de PAMI para comprar medicamentos con descuentos. Sí, PAMI.

Todos estos datos los recopilé en cinco minutos de espera y un café en el centro. Me pregunto cómo ningún funcionario lo sabe, o no le importa. Y me pregunto cómo ningún policía lo sabe o no le importa. Y me pregunto cómo ninguna autoridad judicial lo sabe o no le importa.

Las diversas herramientas con las que contábamos en la Justicia a principios de siglo iban desde escuchas telefónicas hasta agentes encubiertos. Hoy toqué dos veces una pantalla que tenía en el bolsillo y encontré una feria de drogas.

No hay forma de no quedar paranoico con este panorama. Pero no por estas ofertas. Es común creer que el proveedor de falopa es un puntero perteneciente a un cartel internacional. Generalmente es un tipo común y corriente, sin armas, vecino normal que hace las compras diarias en el mismo lugar que cualquiera. Ahora, de algún lado obtienen las provisiones.

Atrás de cada proveedor, mucho más arriba, muchísimo más arriba, hay personas que miran para otro lado, que no hay forma de pasar falopa de Holanda a la Argentina si no es por un puerto o un aeropuerto. Rutas y fronteras también, claro. Pero en el país en el que te retienen una pieza de Lego que llegó gratis, entran y se despachan toneladas de falopa a diario. Es fácil de deducirlo por la ley de oferta y demanda: el viernes Bullrich anunció la incautación de 350 kilos de cocaína. El precio al retail no se movió.

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Nada me enternece más que leer a gente decir que el narcotráfico comenzó en Rosario en 2007. La merca estuvo en todos lados y era legal de venta libre en aquella Argentina potencia que tanto añoramos. ¿O quién creen que era Cocó, la que esperaba a Carlitos y a su eventual amante en ese bulín “a media luz”? La letra es de 1925.

Con la prohibición, ¿cómo creen que se conseguía cocaína tanto en dictadura como con el regreso de la democracia? El que diga que no había tanto, no tiene idea ni de la historia de la música argentina que escucha.

En Rosario no son todos faloperos. Y aunque todos tomaran merca a diario, tampoco tienen suficientes consumidores para sostener la escala del negocio. ¿Quiénes se encargan del control, supervisión, seguridad y prevención en el puerto, aeropuertos y despachos terrestres de larga distancia? ¿Cómo llega tanta cocaína? ¿Cómo se abastecen en Mar del Plata, en todo el conurbano bonaerense, en la ciudad de Córdoba, en Mendoza, en Ushuaia y en cada rincón del país donde alguien quiera pegar un pase?

Si la falopa está en todos lados, quiere decir que en Rosario se descontroló, que se salió de la norma. Y si damos por cierto que en Rosario se descontroló la situación, pero que de todos modos hay falopa a nuestra disposición en cualquier lugar del país en el que tengamos conexión a internet o 4G, debemos aceptar una triste realidad: que hay miles de Rosarios latentes en la Argentina, solo que aún no se salieron del control. Que todo se haya desbocado en 2007 en Rosario, habla más de los políticos que estuvieron antes que de los que vinieron después. A mí me da tanto miedo el que tiene los nexos para controlar mafias como el que no sabe enfrentarlos.

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Existe la creencia de que es necesario dar una batalla cultural en Xwitter y que la táctica es tuitear mucho sobre todos los temas al mismo tiempo para socavar a la opinión pública y tenerla como bola sin manija de un tema al otro. Quizá, algún día, sus nietos les preguntarán cómo es que combatieron al comunismo y podrán contar, con los ojos humedecidos, el desgaste emocional de haber tuiteado mucho.

El problema de la batalla cultural es cómo plantearon la base de lo que había que recuperar y ganar. Ahí están, en un vaivén constante entre ideas de nueva derecha y libertarianismo, cosas que podrán ir de la mano para los practicantes de hoy en día, pero que chocan de frente y costado contra los autores que dicen idolatrar.

Ese es el problema cuando decís que sos moralmente superior. La vara es la que uno coloca y se jode. Vivir en pose por fuera de la realidad, lleva al choque de dogmas.

El sistema vigente de guerra total contra el narcotráfico es el surgido de los Estados Unidos de Nixon y perfeccionado por Reagan, ídolo conservador, anticomunista y autor del Make América Great Again. Y uno de los principales detractores de este sistema fue Milton Friedman, quien pidió que se legalizaran todas las drogas. El amado Milton de nuestro presidente.

Puede que Friedman les parezca un blando frente a otros libertarios de paladar negro. El Presidente ha mencionado que Jesús Huerta de Soto es su faro intelectual. Huerta de Soto es, como corresponde a un anarcocapitalista hecho y derecho, un absolutista de la abolición de toda regulación sobre las drogas, no solo sobre el consumo. «No es la droga, sino su prohibición la que destruye la sociedad», ha dicho Huerta de Soto en una clase a sus alumnos en la que explicaba todos los principios de liberalización de la economía en base al ejemplo del narcotráfico.

Lo utiliza como fenómeno económico: “Al coste de la droga, hay que agregarle el de producirla y distribuirla al margen de la ley. Primero suben los precios, y en segundo lugar se produce la criminalización de la producción y distribución. Se encargan aquellos más expertos en violar la ley. Y resulta que no pueden recurrir a los tribunales de justicia para dirimir sus conflictos, y entonces ¿a qué recurren? Al tiro y a la violencia”.

Si no me creen, les dejo el link a la clase grabada completa.

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La excesiva pose del gobierno nacional en el fin de semana que pasó hace un siglo, los llevó a presentar la colaboración federal como un acto patriótico de defensa nacional frente al narcoterrorismo. Exactamente hace un año escribí un texto sobre el envío de fuerzas federales a Rosario. Me da nervios pensar qué sorpresa tendremos en marzo de 2025.

Menos de 48 horas después del anuncio del Plan Rosario, el Presidente dijo que la seguridad de Santa Fe es un problema provincial. Y eso que el narcotráfico y el terrorismo son competencias del gobierno nacional.

Resulta que mear al costado puede salpicarte las patas. Y ahí están los idiotas que no saben cómo justificar el absoluto que impusieron. La pose de lucha intransigente hacia el narcotráfico tropieza con un teléfono celular en cualquier living o dormitorio. Y si vos pudiste chequearlo, también pudieron tus hijos.

La pose de “correr el velo” también puede dar la vuelta y correr el velo de una persona a la que no le interesa nada que no sea meramente macroeconómico. Y eso también lo delegó en un ministro, que para eso están. Y como solo le queda hablar u opinar, se corre el velo de sus capacidades presentadas como infalibles. O de las cosas que le causan gracia. O de su carencia de empatía hacia toda desgracia ajena. Que todos se hagan los boludos con esas cosas, también habla de los que la dejan pasar.

Quizá sea hora, también, de correr el velo de que son demasiados quienes prefieren mirar para otro lado porque peor era Massa. Saber que ese es el único capital que sostiene a un gobierno debería ser motivo de sobra para la prudencia de las palabras y la abstención de clases de moral.

Y dejo para otro momento el hartazgo que siento cada vez que escucho la frase “es nuestra última oportunidad”.

Epílogo. No soy yo quien dice que hay que legalizar todo, eso me lo reservo para debates filosóficos inconducentes por inaplicables. Simplemente comento la base doctrinaria que, supuestamente, sostiene el presidente. Después de todo, las drogas también son un mercado más. Y uno que funciona tan, pero tan bien que preferimos no ver, no saber ni correr el velo.

(Relato del PRESENTE)



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