EL CORAZÓN DE MI MAMÁ

SOCIEDAD

Ya no batía como tambor de guerra

Por Walter R. Quinteros

Seguro que así son todas las mamás, como la mía, aunque ella haya estado a mi lado tan solo 45 años y, en ése tiempo no estoy seguro de haberla conocido bien. Sepan que ahora se que escondía secretos.

Ni de saber ciertas cosas de ella, algo de su personalidad, sus características, dinámica, pero conocerla bien, bien, no.

Hoy cumpliría años, y la quiero recordar sentada a mi lado, leyéndome primero aquellas colecciones de libros, preguntándome que entendí, que me imaginé o que vi en aquel mundo imaginario.

Ella me pedía que le cuente, con mi voz de niñito, la historia que me acababa de leer. 

Algunos de la familia reían por ciertas ocurrencias narradas por mi voz infantil, más ella les decía que en mi inocencia al relatar, había un fondo de sabiduría, cierta practicidad. Tal vez, para ella, hasta algo de poesía, eso les decía.

Cuando era niño, no me daba cuenta de algunos detalles, no percibía la fragilidad de su salud.  Mucho me ayudó a entenderla cuando viví en matrimionio, al ver a mi mujer en la crianza de nuestros nenes.  Pero sea como fuese, me llevó mucho tiempo entender a mi mamá.

Así era aquella narradora de cuentos algo divertida, encantadora, que a través de la lectura me llevaba a descubrir el mundo más allá de las calles de nuestro barrio, y que cada tanto estaba en cama, medicada. 

Todo era enseñanza en mi niñez, la cocina se prende así, la pava se pone así, que así se hace el café con leche, el mate cocido asi. A esta verdura cortala así. Si ya hierve el agua poné la carne trozada y esas cosas. 

Que cada manito tiene cinco deditos entonces juntá las dos manitos bien, dos por cinco es diez y para que veas que es cierto contá los deditos y te da diez, eso se llama multiplicar. 

Que entrá a bañarte y a la camisa dale jabón por el cuello y refregalo así y estrujalo asá y bajá la caña de la soga y colgala para abajo. Atalo al perro para que no te la destroce.

Hasta que llegaba papá. Y ahora pienso si papá alcanzó a conocerla también. Para él, mamá siempre estaba brillante, encantadora, pues le decía que su fatiga y dolores no eran nada, que ya se le iba a pasar.

También puedo decir que nunca lo vi enfermo a papá, tal vez no tenía tiempo para esas cosas. O que nunca nos quiso alarmar. Creo que solo pensaba en el bienestar de todos nosotros, tanto como mamá, solo que a él no lo teníamos de lunes a viernes. 

¡Que fiesta era cuando venía papá!

Mientras tanto, mamá se levantaba temprano, me hacía el desayuno, me mandaba a la escuela, recorría la casa con la escoba y esas otras tareas de las amas de casa, arreglaba aquí, acomodaba allá, ponía en orden la quinta, el jardín y la ropa rota.

La acompañaba la radio, la música, prestaba atención a las noticias, todo mientras picaba las cebollas, condimentaba la comida. Mamá amasa la masa.

Lo que yo no sabía es que su corazón ya no latía como tambor de guerra. 

A veces la pienso, y me pregunto por qué me hacía esto, me decía esto otro, se metía en mi vida, malcriaba a sus nietos. Que abrigalos, que cortales el cabello, que me muestren los cuadernos y carpetas. Pero la volvería a elegir y mi ex mujer un día me confesó que fue como una madre para ella.

Eso me lo dijeron cuando yo contaba nueve por cinco igual a cuarenta y cinco añitos. Entonces mis hijos sus nietos y los hijos de ellos sus bisnietos, rodearon su cama para leerle la vieja colección de novelas de Corín Tellado. 

Hoy cumpliría noventa y dos años.

Lo que quiero decirles, es que no se si supe aproximarme a su corazón.






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