VA Y VIENE Y VA

OPINIÓN

Lo bueno de leer noticias de afuera escritas por gente de afuera es tener la conciencia de que el mundo se está yendo a la mierda. Y cuando eso termine de ocurrir, estaremos allí para darles la bienvenida al nuevo desorden mundial


Por Nicolás Lucca

No creo que se trate solo de estar fuera de Buenos Aires, sino de la rutina. Con no entrar, o entrar poco y nada a las redes sociales, uno tiende a notar que la piel se tensa, nos vuelven a dar la edad que realmente tenemos y hasta pueden desaparecer las canas. Del mismo modo, dos o tres minutos en Xwitter bastan para sentir un poco de pavor, asombro, vértigo o angustia. Todo depende del día, claro.

«Vivimos en un país en el que se nos hace cada vez más difícil rechazar que las cosas son como son y que nada hay por hacer que pueda cambiarlas. Una de las principales enseñanzas de los estoicos radicaba en que no tenemos control sobre los eventos que nos rodean, pero que sí podemos controlar cómo nos afectan. Y aunque muchos crean que los tipos eran conformistas, la verdad es que la aceptación no implica, precisamente, resignación. El coraje no se necesita para resignarse sino para intentar un cambio. La templanza es para bancarse lo que venga, la justicia para no ser brutos a la hora de cambiar la realidad y la sabiduría para tener la noción de esperar el momento exacto, el cómo, cuándo y dónde.

No existe superioridad moral ni en la riqueza ni en la pobreza. Pero es preferible siempre la primera opción. No lo digo yo, lo decían ellos. Es lo que los estoicos llamaban “indiferentes preferidos” y que, a mi humilde interpretación, no deja de ser una cuestión de posibilidades de poder ser mejor persona a través de la realización personal. Cualquier religioso que haya estudiado lo sabe porque, doy por sentado, leyó a Tomás de Aquino. Y Tomás tomó prestado sus conocimientos de Zenón, Cleantes, Séneca y toda esa camarilla de delirantes que filosofaban y, encima, trabajaban.

Eran tiempos en los que reinaba el concepto de “philoponia”, el placer de trabajar. O sea: creían que entregar la vida al trabajo honesto nos convertía en mejores personas además de darnos poder adquisitivo.

¿Hoy quién siente placer en el trabajo? En este país en el que el trabajador es pobre, en el que todos los días tenemos que elegir qué nueva cosa sacrificaremos de nuestro estilo de vida ¿quién trabaja feliz?

Flotamos en un mega ajuste sin fin. Y que después sea lo que Dios quiera. Como si Dios quisiera darnos otro milagro a este país de analfabestias financieros.

Lo peor es que de este mega ajuste se saldrá con otro ajuste de medidas calamitosas. ¿Qué pasará cuando alguien blanquee que el grueso de la recaudación tributaria va a parar al sostenimiento del sistema asistencial? ¿Qué pasará cuando alguien diga públicamente que el dinero que nos falta todos los meses es porque hay que dárselo a otro en un país que no genera riqueza?

Ya pasó en un momento, cuando se instaló que hay una sola torta y que lo que le falta a uno es porque otro se lo quitó. Así se rompió el respeto social y, el que tenía algo que yo deseaba, me lo había robado. Linda sociedad se formó. Ahora el péndulo puede irse hacia el otro extremo ante la necesidad del que ya nada tiene para que le quiten.

A principios de la década de los noventa existía un desinterés total hacia todo lo que nos rodeaba. Luego de décadas de inflación y dos crisis hiperinflacionarias consecutivas, no teníamos ganas ni resto para mirar al lado. ¿Qué importan el mayor atentado internacional –hasta entonces– y la explosión de una embajada extranjera? ¿Qué importa el asesinato del hijo de un presidente? ¿A quién le puede importar que vuele por los aires un pueblo entero para encubrir un delito mayor o que asesinen periodistas?

Fue tal el agobio y el miedo a la pobreza de las crisis hiperinflacionarias que no se permitió que nada, absolutamente nada perturbara esa nueva tranquilidad en la que la vida valía cero, pero había estabilidad. Como si estuviéramos condenados a nunca tener las dos cosas.

He tenido épocas en las que con un solo empleo me alcanzaba para vivir y otras en las que hice de todo. Hace tan solo unos días vi un informe en el que daban cuenta de las personas que aceptan empleos aparentemente berretas por la crisis. Yo quiero millones de esos tipos. Los quiero a todos. Porque en un momento en el que todo se va a la mierda, ir a putear al gobierno no paga las cuentas. Y se los puede insultar igual mientras se pagan las cuentas.

Desde aquí les escribe un tipo que trabajó de remisero, de canillita, de tipeador, de lo que fuera. Trabajé antes, durante y después de mis estudios. Trabajé mucho por necesidad y trabajé un poco menos cuando la circunstancia me permitía poder dedicar parte del tiempo a contemplar esas cosas que hacen que la vida merezca ser vivida.

El estoicismo no está en bancarse cualquier cosa. Está en tener la sabiduría, el coraje, la templanza y la noción de justicia para arremangarse y buscar la adaptación a las circunstancias mientras intentamos cambiar esas circunstancias. Es lo más humanista que existe. Porque si estamos mal, quiere decir que no somos los únicos.

Nos han quitado tantas cosas que hasta se nos fueron las ganas de tener una linda vida. Y con eso se nos fue también la cordialidad y el trato afectuoso. ¿Cómo no estar dell’orto si todos los días amanecemos con miedo a abrir los portales de noticias?

El péndulo se encuentra en el extremo de la pobreza, la angustia económica, el miedo a caernos aún más. Ojalá la solución no nos lleve a un lugar igual de turbio que el actual, pero con estabilidad económica, electrodomésticos en cuotas y ropa de calidad al precio que vale. Si ocurre, será de pedo».

Todo lo que está arriba de este párrafo fue escrito en este sitio en abril de 2023 –«El Péndulo»–, cuando nadie sabía, siquiera, quién sería el candidato del peronismo. Mucho menos nos imaginábamos que Daniel Scioli se convertiría en secretario de Estado. Ni en pedo que Milei sería Presidente. Pasó todo, pero todo junto. Y más, mucho, mucho más. No es profético: es una realidad absolutamente predecible y podría profundizar aún más en todos los factores.

En agosto de 2021, la humorista Noelia Custodio participó de “El Método Rebord”. En un pasaje de la larga entrevista, Custodio evalúa cómo la cultura de la cancelación pega una vuelta en base a que “si todos son cancelables, nadie lo es” y que eso genera el efecto de venganza, de “ahora voy a decir lo que quiero”. La humorista fue aún más allá en la conversación sobre las idas y vueltas y las distintas magnitudes de las variadas visualizaciones y arrojó una sentencia: “Quizá yo veo gente del colectivo del tema de los petardos visibilizándose de una manera que vos decís ‘Va a ganar Milei, si seguís así, ¿Entendés? Si seguís inventando colectivos, si le decimos ‘elle’ a un gato, me parece que va a ganar Milei. Perdón, no quiero, pero me parece que está yendo todo muy en un camino que hace que todo sea casi un chiste”.

Luego, Custodio dijo que le parecía bien la reacción, que era una suerte de “etapa de confusión después de una etapa de enojo muy grande”. La entrevista luego tomó otros rumbos. Sin embargo, ese extracto primario fue reflotado, un poco con pudor entre los kirchneristas y con mucha celebración del lado del ahora oficialismo, por la predicción de Custodio. Ninguno se centró en el punto de que la humorista planteaba una posición disidente dentro del amplio pensamiento filoprogresista, sin dejar de comulgar con el resto de los postulados de su lugar de pertenencia.

En lo que sí no le pifió en el pronóstico –pero ni un poquitito– fue en el péndulo. Y el gran problema de los péndulos es que nunca vienen con derecho de inventario: si te viene un vuelto, no podés elegir qué se te da vuelta. En redes vivimos la Revancha de los Nerds y con el agravante de la carencia emocional de sus protagonistas. Ni siquiera hablamos de sujetos profundamente versados en ninguna materia de la que opinan con vehemencia extrema. Todo entra en el terreno de la posverdad, porque esas son las reglas de juego que nos rigen hace años y que ahora se aceptaron por completo.

Fopea critica al vocero presidencial por chicanear a un periodista, Fopea se convierte en tendencia con miles de usuarios que cuestionan por qué Fopea no le dijo lo mismo a la portavoz anterior. Y Fopea se lo había dicho. Al pedo, nadie lo buscó. ¿Por qué? Porque durante tantos años fue tanta la agresión recibida por un sector que ahora no hay otra forma de vivir que “el que no piensa como yo es mi enemigo”. Y si alguien se la agarra con otro sujeto que piensa masomeno como yo, también es mi enemigo y si te quejás de los caniles para los cuatro perros, seguro no dijiste nada del entrenador de Dylan.

De Fopea para abajo caemos todos y eso es algo que tanto el vocero como gran parte del gabinete conoce de memoria. Ninguno estudió comunicación y sus pasos por los medios fueron en base a sus desempeños en redes sociales. Resultado: se comportan como si la vida fuera un enorme Xwitter. Yo también vengo de los mismos lugares y tampoco me senté en los pupitres de las facultades de periodismo. Pero todavía tengo un poquito de pánico por el potencial daño que podría ocasionar a otra persona con un comentario. No me creo superior moralmente, que para eso ya existen otros que lo declaran. Simplemente les comento las bondades de estar medicado.

Pero volvamos al comportamiento xuitero en la vida real. Alguien cuestiona un punto exacto de una medida individual. ¿Respuesta? “Los que están en contra de nosotros son los que se enriquecieron con el gobierno anterior”. ¿Quiénes, puntualmente, si ni denuncias hacen? ¿Todos? ¿Daniel Dóndemepongo Scioli? ¿Yo también?

“La gente de bien no se opone”. ¿Quién define qué es “la gente de bien”? ¿Adorni? ¿Iñaki? ¿Los likes y rexuits del Presidente? El motivo por el cual se naturalizó esto es porque llevamos décadas de un discurso de país dividido entre las Populares y las Divinas, la oligarquía terrateniente y el pueblo trabajador, la clase mierda y los pobres, ellos y nosotros. O nosotros y ellos, que todo depende de dónde estemos parados.

Por fuera, el péndulo tiene la fuerza de una bola de demolición: de pagar el boleto de colectivo 80 centavos de dólar en 2001, en dos décadas terminamos en 5 centavos en divisa norteamericana. Lo llevaron a 10 centavos y el mundo colapsó, cuando de milagro no fue actualizado en su totalidad.


El único péndulo o lanzamiento vertical que destroza cualquier variable de las leyes de la física es el tributario. No importa quién gobierne, siempre será un momento imposible para aflojar con la presión tributaria. ¿Impuesto a las ganancias a partir de los 5 mil dólares hace 25 años? Que sea a partir de mil lechugas. ¿Otros 5 mil dólares para dejar el monotributo y pasar a responsable inscripto? A quién le importa un monotributista. Ponelo en mil dólares, que si alguien se queja, queda expuesto como ricachón en el país de los secadores de yerba al sol.

El péndulo siempre será brutal si las sociedades se comportan con los principios de la física. Pasa que el ser humano es tan idiota que deja la historia para los historiadores y la sociología para los sociólogos. ¿Alguien sabe qué pasó en Francia tras la Revolución de 1789? ¿Creen que de ahí nació ese país que conocemos hoy? Vino un péndulo de venganzas sin fin, persecuciones para un lado, para el otro y que recién tuvo punto final con la “restauración del orden”. A lo bruto, claro.

No pretendo tratar con cariño al que me bajó tres dientes gratuitamente, pero tampoco podemos salir a cazar brujas donde no las hay. Ahora nos toca ver las cosas desde la óptica del movimiento rectilíneo uniformemente acelerado. Ese que nos explicaban en la secundaria, donde un objeto disparado hacia arriba, y en condiciones de vacío, vuelve al punto de lanzamiento a la misma velocidad a la que fue disparado. El péndulo, en algún momento, pierde fuerza o velocidad. El otro, no: vuelve tan violento como salió.

¿Doble indemnización hasta la eternidad? Ocho meses a prueba. ¿80 dólares una remerita de pésima calidad? Apertura de importaciones. Y mientras discutimos si está bien o no, en el medio metemos todo. Porque cualquiera que haya sentido que su sistema de creencias se vio afectado por alguna política o ley, pedirá que todo vuelva a la normalidad. A su concepción de normalidad.

Así es como todos somos testigos de una virulencia tal que pareciera que la gente se acostumbró. Es el gran problema de hacer lo que se me canta el orto y, si no te gusta, armate un partido y ganá las elecciones. Como si todos hubieran naturalizado que el que gana hace lo que se le antoja.

Los que veían golpismo en cualquier lado, ahora sufren el bullying de los que ven comunismo hasta en la sopa. En Xwitter, claro. Y también en Instagram, lugar ensoñado de mundos falopa al que los xuiteros íbamos en busca de paz y ahora nos llenaron de la “batalla cultural”, la cual fue reducida a quién roba más memes o quién grita más fuerte.

El propio presidente pasa una cantidad de tiempo preocupante en redes sociales. Más allá de cualquier riesgo de alienación en la percepción de la realidad propio de quien ve el mundo a través de la gente que piensa como él, lo cual es una cuestión absolutamente privada, me intriga lo que es de cuestión pública. O sea: si se tratara de un empleo en una empresa, ya habría tenido más de un problema. Nadie es productivo si pasa 16 horas al día en redes sociales.

Hice un conteo de un día al azar de esta semana en la actividad de redes sociales del Presidente. La suya, no la manejada por sus asesores. 19 posteos en Xwitter, entre reposts de gente que celebra que evitó la hiperinflación (?) y cosas propias, más 708 likes a publicaciones de dudoso gusto republicano; catorce publicaciones en Instagram entre historias y material directo al timeline. La pregunta no es si se puede hacer eso o no mientras se trabaja; la pregunta es qué debería hacerse con un empleado si se detecta ese tipo de actividad.

Por fuera hay un mundo inmenso. Cuando guardamos el celular, desactivamos las notificaciones y salimos a la calle, no vemos a nadie putear de una vereda a la otra fuera de la zona del Congreso. ¿Alguno habrá votado porque con Milei se acababa el ministerio de la Mujer? Puede ser. No sé si alguien votó para que el contador requerido por el ministerio de Defensa sea, justo, el hermano de Adorni. Debe ser el faltante de contadores en la Argentina. ¿Qué se le responde a esto? “No dijiste nada de que tuvimos de presidenta a la esposa del presidente anterior” o alguna pelotudez por el estilo.

Las encuestas de aprobación giran en torno a materia de libertad económica y políticas de seguridad. Es algo a tener en cuenta cuando se dice “es lo que la gente votó”. Primero, porque esa gente es el 55,4% del 70% del padrón compuesto por el 80% de los argentinos. Segundo, porque ningún triunfo es un cheque en blanco. Y tercero porque, alguna vez, alguien deberá parar la bola. No vaya a ser cosa que el siguiente gobierno se sienta tan ofendido que nos dé vuelta el mundo nuevamente. Y no nos guste nada de nada de nada.

Y ahí está el problema: ¿quién intenta un freno, cuándo y en qué punto? Porque hasta el estoicismo tiene un punto límite.

(Relato del PRESENTE)


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